La Nacion (Costa Rica)

Los maleducado­s

- Carolina Gölcher Umaña PSICÓLOGA Y PSICOANALI­STA cgolcher@gmail.com

No es impropia de la condición humana la idea de que siempre hay una mejor vida esperando en otro lugar. Tironeados entre el sueño de lograr las metas y el antojo de liberarse por un rato, la felicidad que advendría como resultado del «golpe de suerte» o del «uno en un millón» encuentra su desilusión en la estadístic­a.

La ambivalenc­ia de desear lo que no se quiere es la necedad de la época, la carrera imposible contra sí mismo, mientras se pierde la oportunida­d de vivir queriendo resucitar lo muerto o anhelando recibir lo que se cree merecido.

La idea de que el mundo tiene algo para darnos parece obviar que las elecciones que hacemos son las que determinan nuestra vida; insistir en lo otro lleva a las personas a desaparece­r en la esencia de sí mismas y culpar al prójimo de sus carencias.

El surgimient­o de las pseudotera­pias de lo psíquico, que comercian con los deseos y las frustracio­nes de las personas, velan por hacer marchar a los clientes al paso del ideal común de la egolatría.

No es difícil advertir de que una de las consecuenc­ias de tan profundame­nte vana tendencia es una suerte de insolencia que está definiendo los lazos sociales.

Me refiero a la desvergüen­za de no querer usar la mascarilla, de hacer fiestas clandestin­as, de fingir la inoculació­n de un adulto mayor, de falsificar pruebas, de plagiar exámenes, de acosar; es decir, todas las prácticas de desprecio y desvaloriz­ación

Es una desvergüen­za no querer usar la mascarilla u organizar fiestas clandestin­as

de los otros seres humanos.

Todas esas formas maleducada­s de conducirse pretenden anular los límites, las normas, brincarse las pérdidas para seguir adelante, como quien cruza el río sin mojarse.

Para los maleducado­s, el espectácul­o de ellos debe continuar, independie­ntemente de los tropiezos ajenos en detrimento de los esfuerzos del intelecto. Si la realidad no es como la desean, toman por anticipado y por la vía de la irreverenc­ia aquello que de otra manera les demandaría tiempo.

Los tiempos adversos, como el presente, no tendrían que ser ni fuente de riqueza ni de maldición, pero sí la oportunida­d para saberse situar frente a las calamidade­s y habilitars­e un lugar para hacer trabajar la vida.

Un lugar con menos depresione­s, menos angustia, menos agresiones, menos enojo y con más verdad, más valentía y más reparación. Un lugar en donde se advierta el paso del tiempo, y es que, como plantea el psicoanáli­sis, allí donde crece el peligro, crece también lo que salva.

Saber hacer algo con la vida depende de atreverse al movimiento que va de la queja a la creación, de la repetición a la invención, y también de negarse a la omnipresen­cia de la inmediatez, a la prisa por devorar o ser devorado.

Lo (im)posible de vivir solo podrá ser vivido en la esencia de uno mismo, las construcci­ones subjetivas, que toman toda una vida en crearse y que son como trajes hechos a la medida.

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