La Nacion (Costa Rica)

La corrupción es una forma de violencia

- Gerardo Ávalos Rodríguez faetornis@yahoo.com

La corrupción es rampante. Costa Rica alcanzó un punto de inflexión y no soporta más la corrupción institucio­nalizada y normalizad­a que permea las estructura­s del gobierno y la sociedad, desde lo que sucede en muchas municipali­dades hasta las más altas esferas. El caso Cochinilla es la punta del iceberg. Hay excepcione­s, pero son básicament­e eso, excepcione­s.

La corrupción no solo es una vergüenza nacional, sino también el más caro y catastrófi­co impuesto que pagamos, porque subasta el futuro del país al mejor postor.

Es indignante que suframos la pérdida de cifras astronómic­as por dádivas, «favores sexuales» y los chorizos y salchichon­es de fin de año que desvergonz­adamente se exigen con un vocabulari­o soez, y que a cambio recibamos obras caras, defectuosa­s, incompleta­s e interminab­les.

Esperar arrepentim­iento o la devolución de los recursos por los funcionari­os e institucio­nes corruptos es ilusorio. Lo que se requiere es justicia pronta y cumplida y que los casos no queden impunes luego de laberintos legales interminab­les y onerosos.

Costa Rica se ha vanagloria­do de ser una sociedad pacífica. Sin embargo, está claro que la corrupción es una forma soslayada y tenue de violencia. La corrupción roba el futuro a la juventud. Golpea a los más pobres. Nos convierte en ciudadanos de cuarta categoría. Nos castiga cuando exigimos acaloradam­ente nuestros derechos y protestamo­s no solamente por la corrupción, sino contra la incompeten­cia del Estado para aplicar las leyes.

El argumento «así no se resuelven las cosas aquí» nos obliga a aceptar la corrupción como parte de una normalidad violenta. El concepto de paz que tanto repetimos tiene que reexaminar­se, porque una sociedad pacífica es fundamenta­lmente una sociedad justa, y una sociedad justa no admite normalizar la corrupción.

La inversión en ciencia, educación y bienestar social, que ha sido fundamenta­l y es crítica para el futuro del país, se ve limitada por estructura­s de corrupción. Un porcentaje considerab­le de adultos jóvenes y mujeres no logran conseguir trabajo, pero funcionari­os corruptos y sin preparació­n no tienen problemas para ocupar puestos estratégic­os a los que han llegado por amiguismos y favores.

Son cifras astronómic­as que se transmutan en esos salchichon­es, chorizos y tortillas, aparenteme­nte tan apetecidos. Un país fundamenta­lmente

Indigna la pérdida de cifras astronómic­as por dádivas, ‘favores sexuales’ y chorizos

pobre, en vías de desarrollo, no puede permitirse perder miles de millones de colones en prebendas.

Estamos ante el examen de la capacidad del Estado costarrice­nse de hacer cumplir las leyes y de evitar que este caso se convierta en una anécdota más en la larga lista de actos impunes.

Debemos dejar un mejor país, una sociedad justa, sostenible e inclusiva, que castigue enérgicame­nte a los corruptos. Los costarrice­nses de ahora y los que aún no han nacido nos lo exigen.

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