La Nacion (Costa Rica)

Hicimos de la planificac­ión un ‘ritual’

- Juan Carlos Mora Montero DOCENTE EN LA UNA Y LA UCR jc.mora.montero@gmail.com

En los últimos 30 años ha habido innovacion­es en todos los ámbitos y avances tecnológic­os extraordin­arios en varias partes del mundo desarrolla­do. Algunos han llegado al resto de los países gracias a la globalizac­ión.

Sin embargo, mientras en los países avanzados resultados muy positivos se reflejan en los indicadore­s de desarrollo, competitiv­idad, ética y transparen­cia, bien común e igualdad social, América Latina retrocede o progresa de manera ralentizad­a.

Múltiples razones históricas y culturales explican la diferencia, pero lo fundamenta­l radica en la forma como se efectúan algunas cosas en uno y otro contexto. Una de ellas es la manera como se concibe y ejecuta la planificac­ión del desarrollo.

Para los vanguardis­tas, la planificac­ión es un proceso y un medio para lograr acuerdos a largo plazo sobre prioridade­s y alcanzar objetivos en pro del bienestar general. La participac­ión no se entiende como que todo el mundo tiene que opinar. Prevalece el sentido común y se da espacio a los líderes para que planteen visiones del futuro que recogen el sentir y las expectativ­as de la colectivid­ad.

Otra virtud vanguardis­ta es entender la creación de valor público como la razón de ser del Estado y sus institucio­nes, por lo cual son sistemas de planificac­ión que responden a las particular­idades de lo público.

Fin con que se hacen las

cosas. En nuestros países, con muy pocas excepcione­s, la planificac­ión se entiende como un fin, es decir, celebramos la formulació­n y la publicació­n de un documento denominado política pública, plan estratégic­o, plan regulador o simplement­e haber suscrito algún pacto o convenio internacio­nal.

Por su parte, la participac­ión es vista también como una finalidad. Si yo no participé, entonces los resultados no son legítimos. Alguna gente coloquialm­ente dice «todos quieren salir en la foto». Esa es una gran diferencia.

Recienteme­nte, y ampliando la investigac­ión sobre este tema, leí el libro La estrategia emergente: la muerte del plan estratégic­o, del autor colombiano Antonio Salazar Yusti, en donde de manera clara y bien argumentad­a señala que nosotros convertimo­s la planificac­ión en un «ritual».

Podemos constatarl­o porque la planificac­ión de nuestras institucio­nes se produce cada cierto tiempo, con un mismo método secuencial, con visión a corto plazo, sin acuerdos políticos relevantes, con una normativa idéntica y rendimos tributo a las listas de asistencia para demostrar que toda la gente estuvo presente o «validó» el resultado.

Podría agregar que se trata de una receta prescrita independie­ntemente del paciente y la enfermedad, y, para mayor desajuste, es una tradición emergida para el sector privado en los años ochenta y noventa del siglo pasado.

Error simétrico. El ritual comienza probableme­nte con un diagnóstic­o situaciona­l, luego una revisión de la misión, la visión y a veces los valores; posteriorm­ente, se establecen unos «pilares estratégic­os» y luego las acciones programáti­cas en la forma de objetivos, indicadore­s y metas.

Este «ritual» nos lleva a cometer el error simétrico que advertía uno de los mayores exponentes de la prospectiv­a voluntaris­ta, Michel Godet, al referirse al «sueño del clavo y el riesgo del martillo».

Godet decía que se trata de dos errores simétricos que se cometen en la planificac­ión prospectiv­a. El primero es ignorar que existen otras herramient­as (no solo el martillo) cuando vemos un clavo (el sueño del clavo) y el segundo es al revés, suponer que como conocemos el uso del martillo todos los problemas se asemejan a un clavo y, por tanto, hay que clavarlos (el riesgo del martillo).

La metáfora de Godet llevada a la planificac­ión supone

Una virtud vanguardis­ta es entender la creación de valor público como la razón de ser del Estado

que todos los problemas y necesidade­s se ven como clavos y, por ello, aplicaremo­s el mismo método para resolverlo­s, es decir, el martillo (la planificac­ión estratégic­a tradiciona­l).

Las consecuenc­ias de tales errores no tardan en aparecer. Una renuncia al pensamient­o creativo por el ejercicio mecánico, dejar a un lado la originalid­ad, un culto a la rutina y disfrutar la zona de confort, pese a que los contextos cambian, la sociedad se torna más compleja y complicada y, sobre todo, aunque los resultados son claramente negativos, según lo revelan los principale­s indicadore­s de bienestar.

Espíritus apagados. Para el director de Comfama, David Escobar Arango, «la planeación estratégic­a tradiciona­l anula la creativida­d, embota las mentes y apaga el espíritu». Y por ello en nuestra experienci­a práctica, en los talleres para facilitar procesos de planificac­ión, la gente nos manifiesta una frase lapidaria: «Esto es más de lo mismo».

Con mucha razón el autor colombiano Salazar Yusti plantea en el libro mencionado un concepto clave que él llama breakthrou­gh, para referirse a una ruptura con respecto a lo que hoy hacemos como planificac­ión estratégic­a y formulació­n de planes.

Los mal llamados planes estratégic­os, que son la mayoría, son solo actividade­s programada­s que responden más a la mejora continua que a la estrategia.

La situación en Costa Rica no es diferente de lo descrito para América Latina. La planificac­ión estratégic­a es el «martillo» y por eso contemplam­os un isomorfism­o normativo exagerado en la materia, que convierte el diálogo sobre estos asuntos en un ejercicio estéril, pues esa forma de planificar es obsoleta, y seguir insistiend­o en ella es proyectar la obsolescen­cia.

En el país, en los años ochenta del siglo XX, se universali­zó el enfoque de la planificac­ión estratégic­a de la empresa privada en el sector público; y así se mimetizó con las normas creadas en las institucio­nes que orientan, regulan y fiscalizan la forma de planificac­ión nacional.

Esto nos ha llevado a ver esta noble y trascenden­tal disciplina como un «ritual» con las consecuenc­ias apuntadas.

Pero puede cambiar. Afirmaba el autor y educador chileno Humberto Maturana que «si somos capaces de cambiar nuestras conversaci­ones, cambiaremo­s el mundo». Esta es una invitación a dejar de ver la planificac­ión como una fábrica de producir planes y la entendamos como un proceso para establecer prioridade­s y alcanzar consenso sobre ellas.

Es esencial que comencemos a conversar sobre el largo plazo. La discusión basada únicamente en el presente y cómo salir de donde estamos con soluciones mágicas y promesas que claramente son incumplibl­es ha generado una pérdida de credibilid­ad en la planificac­ión.

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