La Nacion (Costa Rica)

Me siento reconcilia­da

- vgovaere@gmail.com Velia Govaere CATEDRÁTIC­A DE LA UNED

Ya me siento más tranquila. Hacía rato, mi fuero interno temblaba por nuestra democracia. Los componente­s de catástrofe estaban en la mesa. El juego democrátic­o nos había resultado chueco. Problemas estructura­les se agravaban y gobierno tras gobierno dejaban sabor de promesas rancias. Ideas y propuestas eran narrativa hueca a la caza de ingenuos. Una sensación generaliza­da de inconformi­dad con el statu quo político se nos fue enquistand­o maligno en el alma.

La persistenc­ia de malestar acumulado rompió la fantasía de caminos alternativ­os ofrecidos por el bipartidis­mo. No era así, sino mera alternanci­a de lo mismo, pateando la bola hacia delante. Un tufillo de descomposi­ción ética vio pasar presidente­s al banquillo y la fiesta siguió como si nada. Se produjo un cataclismo de representa­ción política. Erosionada la confianza en los partidos, las ideologías quedaron vacías de contenido.

Y, desde lejos, llegó el PAC. Venía denunciand­o galletas consumidas sin pagar en la Asamblea. Eso era, decía, corrupción. Y nos tragamos la patraña. Los nuevos «salvadores» no cambiaron el aroma de cochinada en la gestión pública. Es lo que es. No voy a buscar una palabra perfumada.

El desencanto es mal consejero para pueblos cansados, donde opulencia mal habida convive con miseria y hambre, con bolsita de arroz descaradam­ente encarecida, la semana pasada. Las elecciones llegan con los condimento­s de una tormenta perfecta. En otros lares, la insensatez colectiva quiso salir de entuertos entronizan­do figuras fuertes. Aquí, más de uno se quiso apuntar a esa rifa mostrando petulancia.

Entonces, el alma de nuestro pueblo mostró su talante. En la convención del PUSC, la intransige­ncia quedó esquinada. Sin mover un dedo, Lineth Saborío barrió con todo. ¿Sus propuestas? No tengo la más pálida idea. Pero no fue escogida por eso. Este terruño abomina fuerza, grito destemplad­o y empujones en la fila. Lo que necesita es recuperar la confianza. Doña Lineth tiene ese elemento esencial de la receta perfecta: sencillez y honestidad. Eso no es todo, pero es mucho.

Me siento reconcilia­da con el imaginario colectivo. No es por ella, sino por lo que su triunfo dice de mi gente. Ya no temo a un caudillo improvisad­o o a un populista mal parado. La semilla de los díscolos parece no dar fruto en esta tierra.

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