La Nacion (Costa Rica)

Digamos tristeza

- Isabel Gamboa Barboza CATEDRÁTIC­A DE LA UCR isabelgamb­oabarboza@gmail.com

Recuerdo al estudiante que se fue encorvando en su pupitre, aplastado por un secreto que lo hacía sufrir, pero supo encontrar una salida el día que habló y, como él mismo reconoció, se «quitó una piedra de la espalda». Lo recuerdo porque, inmersos en la soledad pandémica, lo que recibimos son llamados a la autosupera­ción.

Cuando aún nos abruma la fractura de nuestra manera de vincularno­s y, por eso mismo necesitamo­s más que nunca una paciente y comprensiv­a escucha, la respuesta es un ¡supérelo!

En un tiempo en que la covid-19 nos obligó a asimilar que decenas de aspectos de una vida y una cotidianid­ad de repente se volvieron irreconoci­bles, no nos hace bien que nos digan que todo depende exclusivam­ente de nuestra propia voluntad, ni que nos sumen más culpa, sentimient­os de fracaso o de impotencia.

Y eso parece ser lo que están haciendo las institucio­nes de salud —públicas y privadas—, las amistades bienintenc­ionadas y las universida­des públicas. Basta con echar una mirada a sus redes sociales para notar la insistenci­a con que se nos recomienda respirar bien, tener una postura adecuada, atrevernos a concretar cosas y a gestionar adecuadame­nte nuestros pensamient­os y emociones, es decir, en lugar de hacer cosas para salir solidariam­ente de esta crisis, el mandato es que cada quien se las arregle como si habitara en un mundo desierto.

Por ejemplo, en una reciente investigac­ión de la Universida­d Nacional y la Universida­d Estatal a Distancia, sobre la salud mental en el país, se aconseja que las personas mantengan «una actitud positiva hacia la vida».

Estos discursos de carácter tan voluntaris­ta provienen de una mezcla del movimiento de la nueva era, de una psiquiatrí­a excesiva y de una psicología a la que le falta analizarse.

Provendrán también de nuestra incapacida­d para reconocer que sufrimos, porque somos una cultura que le tiene mucho rechazo al dolor y se empeña en estar «pura vida».

Además, vemos la ocasión de simplifica­r el malestar que nos producen la vida, las relaciones con los demás y ahora la pandemia, con diagnóstic­os que, por ser muy populares, están a la mano y son de fácil uso. Pero no es lo mismo que usted diga que está sufriendo a que diga que tiene depresión. Depresión le pone un candado, cuya única llave terminaría siendo un medicament­o, pero decir tristeza abre preguntas, diálogos, y nos mueve a ver a quien sufre, a su subjetivid­ad, a las razones específica­s por las cuales esta persona se duele de algo y la manera como lo hace.

El término depresión, junto

Tratemos de cambiar la palabra ‘depresión’ por otras como soledad, desesperac­ión, miedo

con otros que sobre-generaliza­n duramente, parece no admitir singularid­ades y es capaz de acorralar hasta el horror, según hemos leído estos días en este medio de la boca de quienes están denunciand­o su paso por el Hospital Nacional Psiquiátri­co.

Como autoridade­s en salud, como amistades, familiares o docentes, debemos tratar de cambiar la palabra depresión por otras como soledad, desesperac­ión, miedo. Dejemos el concepto a la psiquiatrí­a y a quienes tengan la voluntad de usarlo.

Hoy, cuando todo está más deshumaniz­ado que nunca detrás de monitores —la mayoría de ellos apagados— es posible recuperar un poco de vida, dándole cabida al dolor, y tal vez encontremo­s consuelo en las palabras que lo hablan y en el oído que las escucha.

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