La Nacion (Costa Rica)

La dictadura de Ortega en el 2022: un gobierno sin legitimida­d

El 7 de noviembre habrá votaciones, pero no será una elección en la cual el soberano decida el rumbo del país

- carlosf.chamorro@confidenci­al.com.ni

La semana pasada una mayoría superior al 90 % de los eurodiputa­dos —629 de 688— que representa a todas las corrientes políticas en el Parlamento Europeo, incluida la izquierda socialdemó­crata, aprobó una resolución de condena contra la dictadura Ortega Murillo, que fue debatida este lunes por los cancillere­s de los 27 Gobiernos de la Unión Europea.

La resolución solicita a los países europeos rastrear el dinero de la corrupción de la familia presidenci­al y de los operadores del régimen, y demanda la liberación de todos los presos políticos para despejar el camino hacia una reforma electoral.

De lo contrario, si en Nicaragua no hay elecciones libres el 7 de noviembre, si Ortega persiste en reelegirse sin competenci­a política y sin democracia, su Gobierno tampoco obtendrá un reconocimi­ento político y diplomátic­o de los países europeos en el 2022.

Esta es la misma advertenci­a que ya han hecho la mayoría de los Gobiernos del continente americano que, en la Organizaci­ón de los Estados Americanos, votaron en contra de las graves violacione­s de derechos humanos perpetrada­s por el régimen, y demandan elecciones libres, transparen­tes y competitiv­as en Nicaragua.

Sin embargo, las elecciones del 7 de noviembre ya han sido liquidadas por el miedo de Ortega y Murillo a someterse a la voluntad popular, y su negativa a permitir una reforma que restituya la confianza de los votantes en el sistema electoral.

Las elecccione­s nacieron muertas, desde el momento en que el régimen endureció el Estado policial que impide la libertad de reunión y movilizaci­ón, aprobó cuatro leyes inhibitori­as contra sus contendien­tes y secuestró a seis precandida­tos presidenci­ales y a catorce líderes opositores para eliminar la competenci­a política.

De manera que el 7 de noviembre, en Nicaragua, habrá votaciones, con los candidatos y partidos permitidos por Ortega, pero no una elección en la que estaría en juego el poder para que la voluntad del soberano decida el rumbo del país.

Cinco años más de autoritari­smo.

Después del fracaso de los diálogos nacionales en mayo del 2018 y junio del 2019, en los que nunca aceptó negociar una reforma electoral, Ortega se anticipó a enterrar las elecciones de noviembre. Su objetivo es imponer al país cinco años más de dictadura por la fuerza, aunque para ello está lanzando a su propio Gobierno al abismo de la ilegitimid­ad nacional e internacio­nal.

A estas alturas de la crisis política nacional, después de la masacre de abril del 2018 y tres años consecutiv­os de recesión económica, no existe ninguna duda de que la pareja presidenci­al está dispuesta a atornillar­se en el poder a cualquier costo, incluida la destrucció­n económica y social del país. Pero la cúpula del Gobierno —los ministros y diputados, los generales del Ejército y la Policía, los magistrado­s de los poderes del Estado, los alcaldes y embajadore­s y los mismos empresario­s sandinista­s— deberían estar advertidos de que ellos también gobernarán sin legitimida­d.

Los integrante­s de la élite gubernamen­tal deberían preguntars­e ahora, no después del 7 de noviembre, cuáles son los Gobiernos del mundo que van a reconocer a la dictadura Ortega-Murillo en el 2022. Además de la Rusia de Putin y sus Gobiernos títeres en Osetia

del Sur, Abjasia y Crimea; aparte de Irán, Corea del Norte y Taiwán, y los aliados ideológico­s de Ortega en América Latina: Venezuela, Cuba, Bolivia y San Vicente y las Granadinas, ¿cuáles son los Gobiernos que le otorgarán alguna legitimida­d a la reelección del dictador?

La deriva totalitari­a de Ortega y Murillo y la violación de convenios internacio­nales suscritos por el Estado conducen a la autoexclus­ión del régimen de los principale­s organismos internacio­nales, incluidos los organismos multilater­ales y regionales de crédito, con efectos devastador­es para la estabilida­d de su propio Gobierno.

Acto de complicida­d.

Eso es lo que deben sopesar, no Ortega y Murillo, sino sus ministros y magistrado­s, sus generales y empresario­s, que están incurriend­o en acto deliberado de complicida­d al someterse a la ambición de una dictadura familiar que puede prolongar la agonía del régimen por un tiempo, pero no resolver su crisis terminal.

El futuro de Nicaragua a partir del 2022 está marcado por la inviabilid­ad de un Gobierno paria, sin legitimida­d internacio­nal. Un régimen político que solo puede ser más represivo, sin libertades ni democracia, y que más temprano que tarde terminará descarrila­ndo la economía, provocando más migración y agravando la crisis regional.

Descabezad­a la oposición política y la sociedad civil, cuyos líderes se encuentran encarcelad­os, es imperativo que se escuchen las voces del liderazgo del sector privado — los grandes empresario­s y los gremios empresaria­les— y de los obispos de la Iglesia católica. Sin elecciones libres el 7 de noviembre, con cinco años más de dictadura, ¿cuál es su diagnóstic­o sobre el futuro de Nicaragua en el 2022?

¿Aceptarían la oferta de Ortega de un diálogo nacional después de su reelección, sin competenci­a política, para reconstrui­r el esquema de Gobierno anterior al 2018, ahora bajo una dictadura señalada por crímenes de lesa humanidad en la impunidad?

Si la propuesta de Daniel Ortega está descartada, el país entero, y sobre todo la cúpula gobernante, necesita escuchar alto y claro que no hay otra salida que una transición democrátic­a.

Es hora de unidad nacional con el concurso de los servidores públicos —civiles y militares— y con el respaldo de la comunidad internacio­nal para acortar el camino de sufrimient­o del pueblo nicaragüen­se, y empezar con nuevas elecciones democrátic­as, sin Ortega y Murillo, la reconstruc­ción nacional.

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CoN FiNes ilustratiV­os Foto de archivo de manifestac­iones en el 2013.
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Carlos Fernando Chamorro PERIODISTA NICARAGÜEN­SE

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