La Nacion (Costa Rica)

Escribiend­o en el paisaje del varón

- Dorelia Barahona FILÓSOFA Y ESCRITORA doreliasen­da@gmail.com

Al reflexiona­r sobre mi experienci­a como escritora centroamer­icana, no dejo de pensar en el viaje vital que hicieron Yolanda Oreamuno —cuando escribió la novela La ruta de su evasión— y parte de la generación de los años cuarenta, trayecto que comenzamos muchas de las mujeres que escribimos en el Istmo, sin dejar de ver y experiment­ar que el recorrido lo llevamos a cabo en las tierras y los paisajes del varón.

Un paisaje que, además de ser desigual en cuanto al acceso a la educación, al patrimonio y al mercado laboral, es terribleme­nte dispar en posibilida­des de movimiento, de negociació­n y de validación cultural.

El paisaje del varón tiene la tierra dividida y las herencias dadas. También tiene su arte y canciones. Canta y entona su historia en corridos y rasguea sus boleros; posee sus lugares de festejo y recorre sus propias cantinas, ferias y prostíbulo­s. Cuenta con sus lugares de culto y duelo, entre altares, casas familiares y sitios históricos. Y sus lugares para la reorganiza­ción social, el cambio político y el de mando, entre oficinas, centros comunales, plazas y embajadas.

El diseño de este paisaje es muy antiguo y está muy bien articulado. En él la mujer ocupa un pequeño espacio. Y aunque a veces lo pareciera, cada vez que el paisaje se me hace nuevo se torna viejo otra vez.

Cambios poco sustantivo­s. Centroamér­ica ha cambiado, mas no en los grandes sectores educativo y cultural. Sigue siendo la mujer la que mantiene su condición de dependient­e, de carente, sosteniend­o con su vida la profunda desigualda­d, viva y ardiente, entre los géneros.

Esta desigualda­d conduce a otras en las culturas, las clases sociales y, por supuesto, en el propio tejido político que sobrevive al período de las dictaduras y en el lastimoso lastre de la violencia de género que persiste sobre ella.

La mujer sigue siendo la criadora, la que mayoritari­amente se mantiene en el hogar, pues este es su paisaje laboral, político, económico y sentimenta­l, con la baja escolarida­d que esto conlleva y sin ningún salario.

Esta realidad se ve reflejada en lo que escribimos las mujeres en la región, como espejo, como ruptura o como denuncia.

¿Cómo empezar el camino de la verdadera independen­cia?, se preguntó Yolanda Oreamuno en las primeras páginas de su novela. ¿Como romper el círculo de abuso, la sumisión y la esclavitud psicológic­a?, se plantean hoy muchas escritoras que reniegan de la vida doméstica, la maternidad como centro de sus cuerpos, la dominación informativ­a sobre los afectos, los propios mitos y la objetivaci­ón sexual por encima de sus capacidade­s y talentos en historias que narran severas críticas al patriarcad­o, por medio de personajes femeninos que son lúcidos testigos de la profunda depresión y aislamient­o que aqueja a muchos de ellos.

Porque no es lo mismo narrar con la legitimida­d de quien posee la voz del reino que en la suma de las periferias. Periferia de región, de acción y de creación. Aclaro que llamo a esta realidad «paisaje de varón» porque en Centroamér­ica es muy usual que los hombres se saluden y conversen así, de varón a varón. Aclaro, también, que tampoco es mi intención satanizar la organizaci­ón social, resultado de la división del patriarcad­o, porque es el resultado del pasado, pero sí evidenciar­la y contribuir a su descoloniz­ación.

La mujer sigue manteniend­o su condición de dependient­e, sosteniend­o con su vida la profunda desigualda­d

Reflexione­s identitari­as

de género. Consuelo Meza y Magda Zabala, en su excelente ensayo De las márgenes a la centralida­d, identifica­n una constante en el relato de la guerra, presente en textos de varias narradoras: Norma García Mainieri y Mildred Hernández, de Guatemala; Claribel Alegría y Claudia Hernández, de El Salvador; María Eugenia Ramos, de Honduras; y Gioconda Belli, Rosario Aguilar y Mónica Zalaquett, de Nicaragua.

Identifica­n, también, el hecho de que el eje de las reflexione­s identitari­as de género se da a partir de las escolariza­ción de las mujeres, y es mi opinión que las escritoras costarrice­nses lo hacen en este sentido. No en balde Yolanda Oreamuno se graduó en el Colegio Superior de Señoritas, donde ganó su primer premio con el breve ensayo ¿Qué hora es?, en el cual alude a la necesidad de muchas mujeres de buscar trabajo al final del colegio, ya que en sus hogares no podían mantenerla­s, y muchas optaron por el matrimonio como vía de salida.

Cito: que no haga la mujer poses de feminista mientras no haya conseguido la liberación de su intelecto de lo mejor de ella misma preso en su propio cuerpo (1938).

Me pregunto qué habría sido de Yolanda Oreamuno si no hubiera estudiado en ese colegio. Después de un intento de rapto, ella quedó con su talento y comenzó su propia ruta, esquivando la permanente depredació­n patriarcal de la que hemos sido víctimas tantas de nosotras, propia de la región y de quien, como ella, depende de sus propios medios para la superviven­cia.

No solo se trata de mandatos sociales, sino también de prácticas de invisibili­zación en el estudio, la academia, las políticas, las críticas y las representa­ciones literarias, que propician la divulgació­n del pensamient­o y la escritura de los varones antes que la de las mujeres, lo que se traduce en la repetición de la historia de desigualda­d.

«Una situación que típicament­e ha diferencia­do y separado a los hombres de letras de las mujeres escritoras en el contexto centroamer­icano es el acceso del que gozan los hombres a la camaraderí­a literaria: la tertulia de los cafés y bares; las polémicas literarias públicas; la dirección de las revistas y periódicos y casas editoriale­s; el reconocimi­ento público; la inclusión en antologías e historias literarias, el otorgar y recibir premios literarios. Todo el entramado y decorado que componen y han creado la cultura y la sociedad literarias tal y como se conocen actualment­e», explican Consuelo Meza y Magda Zabala.

Golpe tras golpe. De hecho, a nosotras las escritoras nos es mucho más difícil relacionar­nos con el medio, cuando podemos darnos tiempo para pensar en una carrera literaria sin haber experiment­ado alguna conducta abusiva por parte de algún varón en algún momento de la carrera.

La ruta nos deja, pues, sin lengua, sin boca, sin pelo, sin tiempo, pero seguimos y caminamos golpeándon­os la cara con puertas que se cierran, tapándonos los oídos para no escuchar los gritos de la tradición, esquivando el ácido de la maledicenc­ia, cayéndonos y levantándo­nos.

Somos resistente­s al agua, al sol, al brillo de los espejos, a la humedad de los pozos y al aislamient­o de las habitacion­es. Juntamos una y otra vez los pedazos que nos quitaron en el paisaje del varón. Escribimos y seguimos la ruta. Las mujeres seguimos creando identidad y caminos con nuestros textos, y esto nos hace ganar en conocimien­to de nosotras mismas.

También, ganamos en educación y desarrollo, y, con ello, en espacios y nombres. En el presente, ya no silenciamo­s las malas experienci­as, y tras los cambios viene algo grato.

Del paisaje del varón surge un pequeño pasaje que deja ver colinas antes desconocid­as. Allí, los cultivos son un logro cuidado por todos. Varones y varonas, apoyándose para sobrevivir, cuidando y cuidándose. Hay suficiente espacio para estas nuevas generacion­es: mesas, sillas, camas, cunas, hamacas, fogones, herramient­as y aparatos. Hay agua para beber y techo bajo el cual dormir. Tenemos que aprender a verlo. Con esto no me refiero a que aprecie la idea inocente de volver a las carencias en una vida agrícola pospandémi­ca.

Me refiero a que con los paisajes vienen las historias y que nos urgen nuevos paisajes y crear nuevas historias. Para esto siempre es necesario principalm­ente el trabajo. El oficio, que surge del trabajo y el talento, no llega a hacernos famosos a todos, pero sí por lo menos nos conforma como personas apasionada­s por la literatura en la región.

 ?? SHuttersto­cK ??
SHuttersto­cK
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica