Un nuevo comienzo en Alemania
El país necesitaba un quiebre con el pasado, y eso es lo que eligieron sus ciudadanos, si bien claramente optando por un gobierno desde el centro
Alemania votó, y Angela Merkel, su canciller que parecía eterna, finalmente deja el cargo después de 16 años. De hecho, esa es la única certeza que han dejado las elecciones. Todo lo demás está en la ambigüedad.
A diferencias de sus vecinos al este del Rin, los alemanes no son revolucionarios, y estas elecciones federales lo han demostrado una vez más. Los partidos de extrema derecha y extrema izquierda ha quedado todavía más debilitados.
La estabilidad política y la continuidad son una constante casi esencial para Alemania, debido a su historia, tamaño y ubicación en el corazón de Europa, y son valores que, evidentemente, la mayoría de los ciudadanos alemanes tienen en alta estima. Si Merkel hubiera decidido ir otra vez como candidata, con total seguridad habría sido reelegida.
Y, sin embargo, esa misma mayoría se había vuelto plenamente consciente de que el estilo de Merkel no podía continuar. Su método de «conducir teniendo todo a la vista», esperando a que ocurran las cosas y titubeando, equivalía a una renuncia completa a una visión estratégica para Alemania y Europa.
El país necesitaba un quiebre con el pasado —un nuevo comienzo—, y eso es lo que eligieron sus ciudadanos, si bien claramente optando por un gobierno desde el centro.
Partidos tradicionales.
En la superficie, las cosas no parecen haber cambiado mucho. Como siempre, la lucha por la cancillería —la jefatura del futuro gobierno federal—, será entre los dos partidos principales, el Socialdemócrata (SPD) y la Unión Democristiana (CDU, con su partido hermano en Baviera, la Unión Socialcristiana). Cada uno obtuvo cerca de un cuarto de los votos, con una ligera ventaja para el SPD.
El derrocamiento directo de los otrora grandes partidos se habría parecido demasiado a una revolución y, en consecuencia, no ocurrió.
El apoyo a los Verdes no aumentó lo suficiente como para que reclamaran la cancillería, probablemente porque un mensaje similar se podía enviar de manera menos ostentosa.
El cambio de verdad, que según los estándares alemanes casi se podría llamar una pequeña revolución, radica en la repentina transición que significará abandonar las coaliciones bipartidistas que antes eran la norma a escala federal: el futuro se caracterizará por coaliciones de tres partidos.
Si bien siguieron siendo los más votados, el SPD y la CDU se han visto seriamente debilitados. Por sí mismo, ese hecho cambiará de manera fundamental el equilibrio de poder de cualquier gobierno de coalición futuro.
Es verdad que los dos partidos principales siguen teniendo la opción de mantener su «gran coalición» bajo el liderazgo de un canciller del SPD. Pero, a diferencia de una coalición de tres partidos, eso implicaría una continuación de la inercia de los años recientes en lugar de un nuevo comienzo. Nadie puede desear seriamente ese resultado.
Engrandecidos.
Más todavía, como escribió una vez Bertolt Brecht, «los grandes no permanecen en su grandeza, ni los pequeños en su pequeñez».
Las elecciones de este año muestran que los dos potenciales aliados más pequeños ya no lo son tanto.
Los Verdes lograron el 14,8 % y el Partido Liberal Demócrata (FDP) el 11,5 % de los votos, representando en su conjunto el 26,3 % (en comparación con el 24,1 % de la CDUCSU y el 25,7 % del SPD).
Si a pesar de sus grandes diferencias políticas se pusieran de acuerdo en asuntos de políticas sectoriales, personal y energía, podrían complicarle mucho las cosas a una coalición liderada por el SPD o la CDU, y dejarían la cancillería como un puesto de importancia limitada.
Una coalición de tres partidos compuesta por dos bloques de igual tamaño representaría una remodelación fundamental del sistema de partidos alemán. Y si los Verdes y el FDP la manejaran con sagacidad, es factible abrir una nueva dinámica ecológica, tecnológica y social, así como una política europea más activa, que mejore las perspectivas del Viejo Continente en una época definida por la reaparición de la política de las grandes potencias.
La tranquilidad y la autosatisfacción de los años de Merkel deben quedar en el pasado. Y aunque para los protagonistas resulte difícil manejar esta nueva constelación, ese es siempre el caso cuando ocurre una renovación relevante.
Para lograr un nuevo comienzo, es necesaria la habilidad de conciliar elementos e impulsos contradictorios en apariencia, una combinación de conflictos y acuerdos, y de dinamismo y estabilidad.
En la era posterior a Merkel, la capacidad de dirigir el Estado exige precisamente esas habilidades. Para todos los europeos, la gran pregunta de nuestro tiempo es si estaremos a la altura de los retos del siglo veintiuno. ¿Cómo enfrentaremos la crisis climática, las amenazas virales y el cambio tecnológico disruptivo? ¿Qué nos depara el inminente conflicto entre Estados Unidos y China, las dos superpotencias de este siglo?
La próxima coalición de gobierno alemán tendrá ante sí enormes desafíos en los ámbitos nacional e internacional y, en particular, en las áreas en que ambos se encuentran.
Más jóvenes en el poder.
Las elecciones de este año marcaron además un cambio generacional. Los políticos entrantes, por lo general, son más jóvenes y necesariamente menos experimentados. Pero nadie los obligó a competir y nadie puede decir que no sabía a lo que se enfrentaba. El mundo está viviendo una completa y radical reordenación, y ni Europa ni Alemania evitarán sus efectos.
El electorado alemán ha hablado y, por lo que parece, lo ha hecho con bastante sentido común. Ha optado por salir de la inercia. Para finales de esta década, Alemania y Europa vivirán en una realidad totalmente nueva.
El próximo gobierno germano será medido por cómo manejó la transición del país en estos tiempos de cambio. La tarea será reducir al mínimo posible el daño al tejido social. Les guste o no, Alemania y Europa tienen por delante tiempos interesantes.