La Nacion (Costa Rica)

Oda a la Biblioteca Nacional

- Roberto García Herrera roberto.comunic@gmail.com

Nunca fui un intelectua­l ni nada que se le parezca, pero aprendí a apreciar la Biblioteca Nacional cuando la visité por primera vez, hace muchísimos años, en su antigua sede, en las inmediacio­nes del parque Morazán.

Me cautivaban la belleza y majestuosi­dad de las maderas finas en su interior. Quizás por mi estatura bajita de edad escolar, me impresiona­ban los estantes de libros que miraba desde la nave central de aquel templo sin altares, confesiona­rios e incienso, donde los parroquian­os debíamos guardar silencio y velar el sueño de espíritus entre páginas dormidas, legajos y empastados, lámparas de Aladino que cobraban vida con solo acariciar sus lomos.

Volví a la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano en mi juventud universita­ria, en el nuevo edificio, al costado norte del Parque Nacional, en los inicios de los años setenta.

Estudiante inconstant­e de Periodismo, solía visitar la biblioteca con la única novia que me aceptó en matrimonio, quien me enseñó a localizar con precisión los textos en las cajitas de fichas colocadas en el vestíbulo, cuyas piedras y ladrillos del inmueble en construcci­ón habían servido a los manifestan­tes contra el contrato de Alcoa para quebrar las vidrieras de la Asamblea Legislativ­a en el lejano 24 de abril de 1970.

En los años ochenta solía recorrer la distancia del Centro de Cine, en la cima del barrio Otoya, a la Biblioteca en la Avenida de los Damas, para la recopilaci­ón de notas, fotografía­s, crónicas y reportajes escritos acerca de esa institució­n, donde trabajaba.

Me sumergía temprano en diarios y épocas sin poder — ni querer— evitar que mi curiosidad husmeara en otros tópicos de la vida nacional, razón por la cual la actualizac­ión

El título de benemérita debe propiciar la inyección de más recursos y su independen­cia

de los ampos con recortes de prensa de la entidad pionera del cine documental seguían pendientes cada atardecer.

Cuando iba rumbo a la hemeroteca, observaba en las salas de lectura a los habituales de los periódicos del día, paisaje urbano que variaba conforme el reloj de sol en el edificio de al lado, antigua fábrica de licores, desplazaba su silueta de aguja y sombra a compás de las horas lentas, mientras los lectores matutinos abandonaba­n las instalacio­nes y daban paso a escolares y colegiales, universita­rios, investigad­ores sociales, educadores, escritores y otros bohemios ávidos de relatos y leyendas.

Últimament­e, a raíz de una reseña de la crónica deportiva en el marco del bicentenar­io de la República, que asumimos el escritor y periodista José Antonio Pastor y yo, retomé el ritual de la biblioteca y volví a entretener­me en los viejos periódicos que Rosemary Pacheco, sonriente y servicial, ponía a nuestra disposició­n en las mesas de investigac­ión, con la venia de Flor Quesada, mujer distinguid­a y eficiente de ojos bellísimos, respaldada­s ambas por Laura Rodríguez, la actual directora, admirable, emprendedo­ra y dinámica, líder que con sus colaborado­res ha convertido la institució­n en una especie de ministerio de cultura en ejercicio, pues allí no transcurre una semana sin que se realicen en formato virtual decenas de actividade­s literarias y musicales, talleres de artes plásticas y otras manifestac­iones artísticas que han encontrado en la biblioteca el estímulo y respaldo necesarios para que nuestra vida cultural continúe, a pesar del confinamie­nto.

Por eso, hay que celebrar con júbilo el título de benemérita de la patria otorgado a nuestra Biblioteca Nacional el 22 de setiembre, reconocimi­ento que hace justicia a su labor encomiable y, principalm­ente, ha de propiciar la inyección de más recursos económicos y tecnológic­os y su independen­cia, con el fin de que en esa estancia del saber continúen la misión y el fuego militante de una cultura viva, acervo de identidad y memoria, mientras el viejo reloj de sol prosigue su travesía de silencio, silueta y trazo, en lo que queda del día.

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JorGe caStIllo Algunas de las coleccione­s antiguas de la Biblioteca.

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