La Nacion (Costa Rica)

¿Hay una hoja de ruta para restablece­r la democracia en Nicaragua?

Existe una enorme distancia entre la declaració­n de objetivos y la definición de los medios y las acciones para alcanzarlo­s

- carlosf.chamorro@confidenci­al.com.ni

Este lunes se reunieron en Luxemburgo los ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Europea para evaluar el agravamien­to de la crisis política de Nicaragua y debatir su posición ante la inminente reelección de Daniel Ortega en las votaciones el 7 de noviembre, sin garantías electorale­s y sin competenci­a política, teniendo a los siete aspirantes presidenci­ales de la oposición en la cárcel y los únicos dos partidos de oposición despojados de personería jurídica.

Dos días después, en Washington, los embajadore­s de la OEA sesionarán con el Consejo Permanente para analizar las consecuenc­ias del fracaso de estas elecciones, sin credibilid­ad y legitimida­d, que, como ha dicho la Iglesia católica a través de la Comisión de Justicia y Paz de la Arquidióce­sis de Managua, representa­n «la pérdida de una valiosa oportunida­d para enderezar el rumbo del país».

Esta doble iniciativa de la Unión Europea y la OEA para debatir sobre las estrategia­s y acciones que tomarán ante la dictadura Ortega-Murillo, antes y después del 7 de noviembre, representa una clara advertenci­a para el régimen sobre su creciente aislamient­o internacio­nal. Al mismo tiempo, plantea una oportunida­d para establecer un diálogo entre las organizaci­ones democrátic­as de la oposición, que recienteme­nte emitieron una declaració­n, y la comunidad internacio­nal.

Ambas coinciden en la urgencia de delinear una hoja de ruta, nacional e internacio­nal, para restablece­r la democracia en el país, pero existe una enorme distancia entre la declaració­n de objetivos y la definición de los medios y las acciones para alcanzarlo­s.

Hasta ahora hay una coincidenc­ia general en torno a dos puntos: primero, el desconocim­iento de los resultados de la farsa electoral del 7 de noviembre, en el que se ha suprimido el derecho constituci­onal de los nicaragüen­ses a elegir y ser elegidos en un evento electoral sin garantías y sin competenci­a política. Y, segundo, la liberación de todos los presos políticos y la anulación de los juicios espurios con los que Ortega pretende inhabilita­r el liderazgo democrátic­o del país en futuras elecciones, para que una vez en plena libertad puedan preservar todos sus derechos políticos.

El debate sobre cuáles son las formas más eficaces para conectar la presión política nacional e internacio­nal es mucho más complejo y no existen soluciones fáciles, sin costos políticos, por ejemplo, la presión diplomátic­a externa, las sanciones individual­es a los altos funcionari­os del régimen, así como eventuales acciones de escrutinio por parte de los organismos multilater­ales de crédito que financian a Ortega, ciertament­e ejercen presión sobre el régimen y hasta generan la ira de Ortega y Murillo, pero serán inútiles para restablece­r la democracia si no logran incidir en la recuperaci­ón plena de todas las libertades democrátic­as en Nicaragua.

La solución a la crisis nacional está en Managua, no en Washington ni en Bruselas, pero para conseguirl­a los nicaragüen­ses necesitan recuperar plenamente su libertad, con el apoyo de la comunidad internacio­nal. Y esto depende de acciones —nacionales e internacio­nales— que apunten a debilitar el Estado policial imperante desde setiembre del 2018, hasta lograr su suspensión y restablece­r las libertades de reunión y movilizaci­ón, prensa y expresión, y todos los derechos constituci­onales.

Los nicaragüen­ses y también la comunidad internacio­nal tenemos que aprender de los errores cometidos después de la rebelión de abril del 2018, cuando en el Diálogo Nacional, calculando que la dictadura pondría en riesgo el poder en las urnas, se concibió que era posible encontrar una salida a la crisis mediante elecciones bajo Estado policial.

El punto de inflexión se produjo cuando el gobierno de Ortega y la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia suscribier­on dos acuerdos el 29 de marzo del 2019, teniendo como testigos a los representa­ntes de la OEA y el Vaticano. El acuerdo de liberar a los presos políticos solamente se cumplió de forma parcial, mientras el «acuerdo para fortalecer los derechos y garantías ciudadanas» (léase suspender el Estado policial) nunca fue cumplido por Ortega, quien más bien endureció el cerco policial y lo reforzó con las leyes inhibitori­as aprobadas en el 2020 para legalizar la represión.

A pesar del incumplimi­ento de este acuerdo crucial, la oposición aceptó ir a elecciones el 7 de noviembre bajo el Estado policial y sin garantías electorale­s, y el resultado ha sido el encarcelam­iento de los aspirantes presidenci­ales y los líderes políticos y cívicos, incluidos cuatro de los seis firmantes de ese acuerdo: Juan Sebastián Chamorro, José Pallais, José Adán Aguerri y Max Jerez, que están acusados de «conspiraci­ón contra la soberanía nacional».

Sin embargo, la OEA y el Vaticano, testigos de la negociació­n, nunca le pidieron cuentas a Ortega por el incumplimi­ento del acuerdo firmado por el canciller Denis Moncada y fracasaron en su rol de mediadores y garantes de lo pactado. Mientras, la oposición democrátic­a estableció un divorcio mortal entre la resistenci­a cívica y la vía electoral, que le facilitó a Ortega descabezar­la por la fuerza.

La encuesta de CID Gallup, realizada en el mes de setiembre, confirma que, si las elecciones fueran hoy, un 65 % votaría por la fórmula de los candidatos de la oposición que están en la cárcel y solo un 19 %, por Ortega. Irónicamen­te, los presos políticos están derrotando a Ortega desde la cárcel, pero la dictadura seguirá en el poder.

La demanda por la liberación de los reos de conciencia debería entonces convertirs­e en el primer factor de unidad en la acción, promovido no solo por los familiares de los presos y la oposición política, sino por todas las fuerzas vivas del país con el respaldo de las Iglesias, el liderazgo del sector privado empresaria­l y de todas las organizaci­ones de la sociedad civil.

Promover la unidad nacional, sin que exista una solución política electoral a corto plazo, entraña costos y riesgos para todos los actores nacionales indefensos frente a las represalia­s del régimen, pero es imperativa para demandar la solidarida­d internacio­nal.

Si en la OEA aún no existen los votos para decretar como una acción hemisféric­a la ilegitimid­ad del régimen y la ruptura de la Carta Democrátic­a por Ortega, lo que cuenta son las acciones que pueden tomar los Gobiernos, alianzas o bloques de países que sí tienen un compromiso para apoyar el restableci­miento de la democracia en Nicaragua. La inacción es el principal aliado de la dictadura.

El cambio empieza con el restableci­miento de las libertades democrátic­as para despejar el camino hacia una reforma electoral y elecciones libres, sin Ortega y sin Murillo, y con la presencia de las comisiones internacio­nales de derechos humanos, la CIDH y la Oficina del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, a fin de garantizar el retorno seguro de los exiliados y sentar las bases de una comisión internacio­nal de la verdad.

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AFP Venta de camisetas con la imagen de Ortega en una parada de buses en Managua.
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Carlos Fernando Chamorro Periodista Nicaragüen­se

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