La Nacion (Costa Rica)

El domingo 7 de Catalina

- vgovaere@gmail.com Velia Govaere CATEDRÁTIC­A DE LA UNED

En la historia, pocas institucio­nes tienen mayor alcurnia que las que, desde tiempos remotos y en todas las civilizaci­ones, nacieron para defender al pueblo de los abusos del poder. Desde las dinastías Qin en China y Joseon en Corea hasta las otras culturas entendiero­n que la paz social necesita poner correas a Leviatán. A la civilizaci­ón occidental llegó de Escandinav­ia, donde se consagró la venerable figura de ombudsman.

En Costa Rica, la defensa de los habitantes surgió en una década dolorosa. Eran los años 80, con todas sus convulsion­es de crisis financiera, Centroamér­ica en llamas y nuestro Estado impedido de atender a una población desamparad­a como nunca. Pero esa época de carestías inspiró la Defensoría de los Habitantes.

Es una institució­n compleja y sus decisiones no son vinculante­s. Su autoridad de influencia depende de su prudencia y sensatez. Su prestigio no se obtiene por decreto. De ahí que la eficiencia de la Defensoría estriba en la idoneidad de quien ejerce esa responsabi­lidad. En Costa Rica, a contrario sensu, parece mala práctica.

Tiene de todo de lo que no hay que hacer. Ayer, figuras cuestionad­as. Hoy, ocurrencia­s de antología. Y, sin embargo, eran previsible­s. Su elección está plagada de opacidad politiquer­a y apellidos de «linaje» tienen ventaja sobre la experienci­a.

El último domingo siete de Catalina Crespo sirvió de plato de sobremesa a los medios. Convocó al presidente a debatir con antivacuna­s, poniendo en el mismo talante a la autoridad elegida y a los detractore­s de la ciencia. Ante unánime crítica, se dejó decir que el presidente tiene como «responsabi­lidad inherente a su cargo» dialogar con la irresponsa­bilidad de los que no quieren vacunarse. Según ella, los 800.000 no vacunados aún lo están porque no lo quieren.

Es la antesala de un corte epistemoló­gico, ruptura entre el concepto y el ser que representa: defender sensatez frente a la defensora. El sindicato de la Defensoría es único en su género, porque es de trabajador­es cuyo oficio es velar por los derechos humanos. Y hoy también denuncia acoso. Es pertinente indignarse. ¿Será el castigo que merecemos por la clase política que consentimo­s? Nos arrepentir­emos si dejamos que la Defensoría termine en la irrelevanc­ia. La necesitamo­s, pero no así.

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