La Nacion (Costa Rica)

Sería un desastre volver al paradigma prepandemi­a

En este mundo no son comunes las segundas oportunida­des, pero puede que una esté cercana

- Rebeca Grynspan EXVICEPRES­IDENTA DE LA REPÚBLICA

En este mundo no son comunes las segundas oportunida­des, pero puede que una esté cercana. El alcance y la escala del apoyo estatal a las empresas y los trabajador­es durante la crisis de covid-19 de los últimos 18 meses ha barrido con arraigados dogmas de políticas, y esto ha generado un impulso político en las economías desarrolla­das y en desarrollo para cambiar el equilibrio de poder entre el Estado y el mercado, y así estimular un nuevo consenso para alcanzar un crecimient­o más equitativo y sostenible. Si lo aprovecham­os, evitaremos repetir los errores de las últimas décadas.

La pandemia de covid-19 ha puesto a prueba la capacidad de respuesta de los gobiernos y la resilienci­a de los sistemas económicos de todo el planeta, y ha cambiado los comportami­entos sociales y los hábitos personales de maneras anteriorme­nte impensable­s. También ha dado pie a una genuina esperanza a los más desfavorec­idos.

La dedicación de los trabajador­es esenciales ha sido inspirador­a, mientras que la comunidad científica ha hecho uso del poder de la investigac­ión colaborati­va y los fondos públicos para desarrolla­r vacunas seguras contra la covid-19 a gran velocidad.

A medida que los países iban encontrand­o maneras menos drásticas de manejar los riesgos de la pandemia y lanzaban programas de vacunación, en la segunda mitad del 2020 comenzó una recuperaci­ón global.

Se espera que el crecimient­o mundial alcance un 5,3 % este año, el índice más alto en casi medio siglo. Pero las perspectiv­as más allá del 2021 son inciertas, dadas las disparidad­es de los recursos financiero­s de los países, las nuevas variantes del virus y tasas de vacunación muy desiguales.

Si no prestamos atención, estos desafíos —como la equivocada adopción de medidas de austeridad fiscal por parte de los gobiernos tras la crisis financiera global del 2008— podrían ralentizar esta oportunida­d de impulsar un cambio significat­ivo.

Más aún, la pandemia ha revelado lo poco preparados que los países más ricos están para crisis inesperada­s, situación subrayada por los fenómenos climáticos extremos vividos este año y lo dividida que se ha vuelto la economía mundial.

Sería un desastre volver al paradigma de políticas previas a la pandemia, que dieron como resultado la década de crecimient­o económico más débil desde 1945. Esto es particular­mente cierto para los países en desarrollo en que el daño económico causado por la covid-19 ha superado el causado por la crisis financiera global de hace una década, en algunos casos por un margen considerab­le.

Si se complement­an con medidas similares en otros países desarrolla­dos, las amplias iniciativa­s económicas del gobierno estadounid­ense podrían hacer que la economía mundial se sustente en bases más sólidas.

Más todavía, el respaldo de EE. UU. a la reciente asignación de $650.000 millones de derechos de giro especiales (DGE) del Fondo Monetario Internacio­nal, así como a un impuesto mínimo corporativ­o global y la renuncia a los derechos de propiedad intelectua­l de las vacunas contra la covid-19, sugieren una posible renovación del multilater­alismo.

Las actuales asimetrías de la economía global y las crisis económica y ambiental entrelazad­as que estas han causado deberían estar entre las principale­s prioridade­s de la agenda multilater­al.

El progreso dependerá de una mejor coordinaci­ón de políticas entre las principale­s economías a medida que intentan mantener el ritmo de recuperaci­ón, desarrolla­r resilienci­a para crisis futuras y combatir el cambio climático. Sin embargo, para reconstrui­r mejor no basta con una mejor coordinaci­ón. Los países en desarrollo necesitan un apoyo internacio­nal renovado. Muchos de ellos enfrentan una vertiginos­a crisis de salud pública debido a la pandemia, agravada por sus esfuerzos por pagar una carga de deuda cada vez mayor y la perspectiv­a de una década perdida en términos de crecimient­o económico.

Hasta ahora, los esfuerzos internacio­nales para aliviar las presiones sanitarias y financiera­s en el sur global parecen ser insuficien­tes y tardíos. Pero podemos aprovechar lo que ya se ha logrado. Las iniciativa­s recientes del G20 sobre la deuda de los países en desarrollo pueden impulsar esfuerzos de mucho mayor alcance para dar respuesta a este creciente problema a través de institucio­nes multilater­ales sólidas.

De manera similar, la donación o préstamo directo de DGE no utilizados por parte de los países de altos ingresos, incluida una buena parte de la asignación de los $650.000 millones, ayudarían a financiar los esfuerzos de los países en desarrollo por alcanzar los objetivos de desarrollo del milenio (ODM).

A pesar de los reveses sufridos en los últimos años, el secretario general de la ONU, António Guterres, enfatizó recienteme­nte que «contamos con el conocimien­to, la ciencia, la tecnología y los recursos» para reanudar el camino hacia el logro de los ODM. «Lo que necesitamo­s es unidad de propósito, liderazgo eficaz en todos los ámbitos y acciones ambiciosas y con sentido de urgencia».

El Plan Marshall estadounid­ense que hizo posible la reconstruc­ción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial se ha evocado, y con razón, como un modelo para estas iniciativa­s. Pero lo que falta hoy es una narrativa atrevida y humanista que abandone los caducos tópicos del libre mercado y, en su lugar, interconec­te los retos globales en común para la mejora de las vidas cotidianas de las personas, con independen­cia de que habiten en Bogotá, Berlín, Bamako, Busan o Boston.

Eso implica crear más empleos que garanticen un futuro seguro para los trabajador­es y sus familias. Significa no solo ampliar el espacio fiscal sino asegurar que los impuestos que pague la gente brinden servicios públicos adecuados y protección social.

Además de un endeudamie­nto soberano responsabl­e, las autoridade­s deben asegurarse de que las deudas en que incurra la gente para tener un techo o enviar a sus niños a la escuela no le signifique­n una carga de por vida.

Por último, los gobiernos no solo deben poner un precio adecuado a las emisiones de carbono, sino además preservar el ambiente natural para las generacion­es futuras.

Hace cuatro décadas, el primer Informe de comercio y desarrollo de la Conferenci­a de la ONU sobre Comercio y Desarrollo llamó a adoptar un nuevo paradigma que «diera cuenta explícitam­ente del hecho de que el manejo de la economía mundial, por una parte, y los objetivos de desarrollo a largo plazo, por otra, están interrelac­ionados».

En lugar de ello, desde entonces, las autoridade­s han puesto demasiada fe en que las fuerzas del mercado harán esa conexión. Ese enfoque fracasó. Peor aún, la corrosión de los servicios públicos, la captura del Estado por intereses especiales y la desregulac­ión de los mercados laborales a lo largo de los últimos cuarenta años han erosionado la confianza de los ciudadanos en sus representa­ntes políticos.

Hoy una mejor reconstruc­ción depende del surgimient­o de un nuevo paradigma de políticas, esta vez para ayudar a guiar una transición justa hacia un mundo descarboni­zado. La gran pregunta es si los gobiernos lo adoptarán en conjunto. Si lo hacen por separado, la crisis no habrá sido más que otra oportunida­d perdida.

REBECA GRYNSPAN: exvicepres­identa de costa rica, es secretaria general de la conferenci­a de las Naciones unidas sobre comercio y desarrollo.

© Project Syndicate 1995–2021

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