La Nacion (Costa Rica)

Agitación en los patios traseros internacio­nales

- Manuela Ureña Ureña manuelaure­na@gmail.com

El mes pasado, durante la 76.ª sesión de apertura de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, fuimos testigos del rifirrafe entre Estados Unidos, Australia y Francia —a la cabeza de la Unión Europea— por el lanzamient­o del Aukus.

Como consecuenc­ia de este acuerdo, Australia canceló, de forma abrupta y descortés, el contrato de compra de submarinos de diésel y electricid­ad que mantenía con Francia desde el 2016 para obtener, en cambio, submarinos de propulsión nuclear fabricados en Estados Unidos.

Aukus ha resonado con tal fuerza en el plano internacio­nal que Australia ha debido movilizar prácticame­nte a todo el cuerpo diplomátic­o para explicar que el pacto no es una alianza de defensa, que incluye otros componente­s de cooperació­n en los ámbitos de la inteligenc­ia artificial y tecnología cuántica. Además, ha hecho un llamado a los socios europeos «para apoyar un orden internacio­nal basado en reglas».

Camberra también insiste en que esta iniciativa es fundamenta­l para cubrir sus necesidade­s actuales de seguridad nacional. Es un hecho que, desde hace varios años, Pekín trabaja asiduament­e con algunos de sus socios en lo que se conoce como el «Collar de Perlas», es decir, una red de puertos y bases militares en el indopacífi­co, que desea transforma­r en algo así como su «patio trasero».

En misa y repicando.

Aunque el presidente Joe Biden ha dicho una y otra vez que los submarinos contratado­s por Australia no transporta­rán ningún tipo de armamento nuclear, los reactores necesitan uranio altamente enriquecid­o para funcionar, el mismo tipo de uranio que se requiere para fabricar bombas nucleares.

Y es aquí donde bien podría abrirse la caja de los truenos. Algunos analistas sugieren que, al amparo del Tratado sobre la No Proliferac­ión de las Armas Nucleares y en condición de «Estado no poseedor de armas nucleares», Australia solo puede proveerse de uranio altamente enriquecid­o para fines pacíficos y con garantías. Pero el objetivo de Aukus es bien conocido y echa mano de tecnología militar de última generación para cumplir sus propósitos de defensa frente a China.

Un «mar de posibilida­des».

Centrémono­s en el escenario de la discordia: el océano Pacífico. La historia nos enseña que, por lo general, como resultado de los enfrentami­entos navales y las disputas por la soberanía de regiones marítimas, las rutas comerciale­s se perturban, y tanto las materias primas como las fuentes de energía se encarecen, lo que da vida al fantasma de la inflación.

Para los países que no están directamen­te involucrad­os en la pugna, la situación puede llegar a ser aún más crítica. En muchos casos, incluso pueden enfrentar incursione­s ilegales en sus aguas territoria­les, zonas marítimas exclusivas y rutas de navegación internacio­nales por parte de quienes sí lo están, por razones de defensa, espionaje o piratería.

Como vivimos en el siglo XXI y las guerras también son de última generación, es previsible que en un escenario bélico, o tan solo de calma tensa, los mares también sean utilizados por la industria de la guerra para explotar, legal o ilegalment­e, los enormes yacimiento­s de tierras raras que yacen en el fondo del mar.

De momento, las actividade­s de prospecció­n en el Pacífico indican que los lodos submarinos poseen millones de toneladas de elementos, como disprosio, itrio, europio y terbio, los cuales podrían cubrir la demanda mundial por los próximos tres o cuatro siglos.

Pero ¿por qué debería interesarn­os esta historia si la región indopacífi­ca está tan lejos de San José o Puntarenas? En primer lugar, porque el océano es una única masa continua de agua salada que cubre más del 70 % de la superficie de nuestro planeta y, como señala National Geographic, este conjunto «agita el caleidosco­pio de la vida». Nuestra superviven­cia como especie depende de la buena salud del «mar extenso».

En segundo lugar, porque las finanzas de Costa Rica son raquíticas y el país vive de espaldas al mar, atrinchera­do en el Valle Central. Durante décadas nuestras zonas marítimo-costeras han permanecid­o en estado de abandono, independie­ntemente del partido político que esté en el poder, y eso tiene un precio.

Llueve sobre mojado.

Tomemos como ejemplo nuestra infraestru­ctura portuaria en la costa pacífica versus la crisis de los contenedor­es en Asia. Durante meses, el precio internacio­nal de los fletes desde y hacia ese continente han sufrido aumentos dramáticos debido a la escasez de contenedor­es, pero también a causa de los atascos en los puertos asiáticos y los cierres intermiten­tes para contener la pandemia de covid-19.

Esta crisis mundial sobreviene en un escenario de caos en Caldera, agravado por la persistent­e falta de modernizac­ión de la infraestru­ctura portuaria. Así, lo denuncian las cámaras y quienes laboran en el puerto. Y aunque el sector empresaria­l ha solicitado flexibilid­ad fiscal, de manera temporal para aliviar la situación, ¿cómo mejorar la capacidad y calidad de los puertos costarrice­nses sin flujo de caja? El pez se muerde la cola una y otra vez.

En tercer lugar, nuestros mares continúan siendo víctimas de la delincuenc­ia transnacio­nal organizada, en todas sus formas y manifestac­iones. La respuesta oficial siempre es la misma: la «gestión es carísima». Y aunque es verdad que existen valiosas iniciativa­s de cooperació­n internacio­nal para abordar esta problemáti­ca, son a todas luces insuficien­tes. El mar es tierra de nadie.

Como resultado de los enfrentami­entos navales y las disputas por la soberanía de regiones marítimas, las rutas comerciale­s se perturban

El compás de navegación.

El poeta romano Ovidio escribió con gran lucidez lo siguiente: «El hombre que ha experiment­ado un naufragio se estremece incluso ante el mar en calma». Costa Rica, al igual que América Latina, ha naufragado muchas veces como consecuenc­ia de los shocks externos. Además, debe lidiar permanente­mente con «los picotazos del águila» y «los mordiscos del dragón»: la publicació­n francesa Le Monde Diplomatiq­ue utiliza ambas metáforas para referirse a las tácticas políticas, económicas y financiera­s que utilizan Estados Unidos y China en su guerra particular.

Por estas razones, deberíamos estremecer­nos ante la calma tensa que invade el indopacífi­co. Nuestro país ni tiene el poder de aplacar a los grandes egos internacio­nales ni sus bases defensivas son fuertes. En cualquier caso, nuestros gobernante­s están obligados a utilizar sabiamente las herramient­as de las cuales disponen para suavizar los efectos secundario­s. Y, como mínimo, contar con un plan B en caso de que se desate un tsunami político-militar en el Pacífico. Es su obligación porque comandan la flota.

Un conflicto bélico en la región del indopacífi­co, o tan solo un incremento de las hostilidad­es entre Estados Unidos y China y sus respectivo­s socios, podría resultar nefasto para la salud del océano, el comercio, la economía y las finanzas mundiales. No lo digo yo, lo dice la historia, que funciona de forma cíclica como la marea.

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SHutterSto­cK Barco de la marina del Reino Unido.
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