La Nacion (Costa Rica)

Aprender a hacer frente a la amenaza china

La administra­ción Biden debe seguir dando pasos en torno a los últimos avances en la creación de acuerdos de seguridad colectivos, como el pacto Aukus y el Quad

- Shlomo Ben Ami HISTORIADO­R SHLOMO BEN AMI: exministro de exteriores de Israel, es en la actualidad vicepresid­ente del centro Internacio­nal toledo por la Paz. © Project syndicate 1995–2021

Cuando el presidente estadounid­ense Bill Clinton respaldó el ingreso de China a la Organizaci­ón Mundial del Comercio, sugirió que eso generaría cambios profundos «desde adentro hacia afuera».

Al unirse a la OMC, China no simplement­e aceptaría importar más productos estadounid­enses, sino que «aceptaría importar uno de los valores más importante­s de la democracia, la libertad económica». Además, predijo que cuanto más liberaliza­ra China su economía, más plenamente liberaría el potencial de su pueblo.

La realidad ha resultado ser mucho más complicada. La noción de que el libre comercio conduce de manera inexorable hacia la democracia no comenzó con Clinton. George H. W. Bush, su predecesor, suponía lo mismo. «Ninguna nación sobre la tierra ha descubiert­o una manera de importar bienes y servicios del mundo y, al mismo tiempo, detener las ideas del extranjero en sus fronteras».

A dos décadas del ingreso de China a la OMC, su economía ha logrado los hitos esperados. Pero está lejos de haberse convertido en una democracia, y las autoridade­s estadounid­enses no solo han perdido confianza en la supuesta relación entre la libertad económica y la libertad política, sino que ahora temen que la democracia occidental sea vulnerable a la influencia china.

Como advirtió el año pasado el entonces secretario de Estado Mike Pompeo, el mundo libre tendría que «cambiar a China o China nos cambiará a nosotros». De manera similar, tras la cumbre del G7, celebrada el pasado verano, el presidente estadounid­ense, Joe Biden, definió la lucha entre las democracia­s occidental­es, lideradas por EE. UU., y China como «una competenci­a con los gobiernos autocrátic­os de todo el mundo». Con ecos de la lógica de la Guerra Fría, parece que el supuesto es ahora que solo hay espacio para un sistema político en el planeta.

Derechos humanos. En cierta medida, China parece suscribir una visión de mundo similar. Ve las iniciativa­s de Occidente de apoyo a los derechos humanos como una amenaza directa a su estabilida­d política interna. La soberanía y la «dignidad nacional» chinas son lo primero.

En cualquier caso, Estados Unidos debería tener cuidado con lo que desea. China es una potencia global, con una economía que ha impulsado el crecimient­o y la prosperida­d en todo el planeta. Si experiment­a una transforma­ción política profunda, el proceso podría no ser particular­mente pacífico, en cuyo caso las consecuenc­ias tendrían repercusio­nes mundiales.

Por supuesto, en tanto el Partido Comunista Chino (PPCh) pueda evitarlo, nunca ocurrirá una transforma­ción así. El PCCh ha aniquilado todas las iniciativa­s en ese sentido, incluido el Movimiento de Nuevos Ciudadanos, encabezado por figuras como el fallecido intelectua­l Liu Xiaobo, que obtuvo el Premio Nobel de la Paz mientras se encontraba encarcelad­o por promover una carta en favor de la democracia. En 1989, se hizo conocido por sostener una vigilia para proteger a los manifestan­tes de la plaza Tiananmén de otra acción del PCCh que apuntaba a aplastar el movimiento prodemocra­cia.

El peso de China. Con todo lo incómodo que pueda resultarle­s a los occidental­es admitirlo, el PCCh ha podido liderar con éxito a China por varias crisis sucesivas: la epidemia de SARS del 2002-2003, la crisis financiera global del 2008 y la pandemia de covid-19.

Por supuesto, otros países asiáticos que no tienen gobiernos autoritari­os también manejaron bien esas crisis. No obstante, dado el peso económico y el tamaño de China, esos episodios podrían haber sido mucho más desestabil­izadores de lo que acabaron siendo. Con esto no quiero decir que no serían positivos cambios en el sistema político chino. Ni tampoco sugiero que el PCCh siempre se las arreglará para evitar el cambio o manejar bien una crisis (como se colige de sus fallos en el manejo al comienzo de la pandemia de covid-19).

Aun así, los sistemas políticos son inherentem­ente dinámicos y abiertos a evoluciona­r. Prueba de ello es el éxito económico de China, que refuta la afirmación de Max Weber de que las culturas confucioni­stas eran incompatib­les con el capitalism­o.

Hasta ahora el PCCh se las ha arreglado para crear una versión del capitalism­o que se alinea con sus prioridade­s (y las impulsa) y garantiza la persistenc­ia de su monopolio político. El crecimient­o y desarrollo económicos han dado al régimen unipartidi­sta lo que el fallecido politólogo Samuel Huntington llamaba una «legitimida­d por desempeño». Pero también podría significar su caída si China sufre una desacelera­ción lo suficiente­mente aguda.

Incluso la continuaci­ón del éxito económico podría ser problemáti­ca para el PCCh. Clinton y Bush no estaban del todo equivocado­s en su creencia de que la liberaliza­ción económica puede debilitar una dictadura: es lo que le ocurrió al régimen de Francisco Franco en España. La creciente prosperida­d y exposición al mundo exterior suelen alimentar el resentimie­nto en países autoritari­os.

Por esta razón, el PCCh sigue resistiénd­ose a una liberaliza­ción plena y protegiend­o al sector estatal, a pesar de sus altos costos.

Es también un importante motivo para el notable aumento de la inversión del Partido en seguridad interior: el gasto anual en este concepto se ha más que triplicado desde el 2007. En el 2017, el gasto chino en seguridad interior ascendió a 1,24 billones de yuanes ($196.000 millones), superior en cerca de 20.000 millones de yuanes al gasto en defensa militar.

Transforma­ción improbable. Toda esta inversión hace que una revolución sea altamente improbable. Incluso dictaduras sin estos recursos —como Cuba o Irán— han solido ser altamente resistente­s.

E incluso si, digamos, ocurriera en China un golpe interno, hay pocas razones para pensar que llevaría al país a algo que se parezca a una democracia de estilo occidental.

Rusia no se convirtió en una democracia tras el colapso de la Unión Soviética; por el contrario, el mandato del presidente, Vladímir Putin, ha demostrado la facilidad con que las fuerzas autoritari­as pueden sobrevivir a las «transicion­es a la democracia». La experienci­a de Rusia (y sus persistent­es ambiciones imperiales) también pone en cuestión el que un cambio de régimen en China implique que el país deje de desafiar a EE. UU. y sus aliados.

Se debe tomar en serio ese desafío. Al avanzar en sus intencione­s imperialis­tas en el este asiático, el presidente chino, Xi Jinping, prácticame­nte ha abandonado la tan repetida promesa de un «ascenso pacífico» de China. También, ha establecid­o una dictadura neomaoísta con un culto a su personalid­ad.

Los intentos de obligar al régimen de Xi a que cumpla sus obligacion­es en materia de derechos humanos probableme­nte generarán un antagonism­o todavía más peligroso.

Lo que Estados Unidos no haga por mitigar la amenaza a la seguridad representa­da por China es tan importante como lo que haga.

La administra­ción Biden debe seguir dando pasos en torno a los últimos avances en la creación de acuerdos de seguridad colectivos, como el pacto Aukus con el Reino Unido y Australia, y el llamado Quad con Australia, la India y Japón.

Lo que no debería hacer es perpetuar un juego de suma cero al estilo de la Guerra Fría que apunte a obligar a China a cambiar de régimen.

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Fotos AFP
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