La Nacion (Costa Rica)

Secreto de la innovación

- Juan Carlos Mora Montero Docente en la Una Y la Ucr jc.mora.montero@gmail.com

El periodista argentino Andrés Oppenheime­r plantea en su libro Crear o morir que las personas innovadora­s florecen en culturas donde se incentivan las ideas nuevas y el cambio de significad­o de la palabra fracaso.

El fracaso, por tanto, no se entiende como una pérdida de tiempo o recursos, sino como una investigac­ión aplicada que no dio los resultados esperados, pero se aprende la lección y no se repetirán las mismas acciones la próxima vez.

Uno de los atributos clave en las culturas de cambio e innovación es la capacidad de crear de manera colectiva, integrando las aportacion­es de las diferentes disciplina­s y superando la tentación de una especializ­ación malentendi­da.

De acuerdo con el escritor, empresario y orador público sueco estado unid en seFra ns Johansson, uno de los principale­s dinamizado­res en el Renacimien­to fue la comprensió­n de que la creación innovadora y el cambio estaban muy asociados con la hibridació­n o polinizaci­ón de diferentes áreas del saber.

En una definición básica, hibridar implica innovar de forma intensa y disruptiva, alejados de lo que se conoce en su sentido más radical como especializ­ación.

Johansson afirma que no es casualidad que uno de los epicentros renacentis­tas fuera el florentino. A partir de este hecho, el autor crea lo que denominó el efecto Medici, el cual señala que cuanto más diferentes sean las piezas que se conecten, más y mejores oportunida­des de innovación hay.

El nombre del efecto se inspira en la familia Medici, compuesta por cinco hermanos que financiaba­n y apoyaban a artistas, científico­s o empresario­s que tuvieran ideas para crear cosas nuevas mediante el intercambi­o de disciplina­s, por ejemplo, arte y política, economía y pintura.

Está claro que la obra de Da Vinci es una muestra extraordin­aria de la innovación que implica la hibridació­n de perspectiv­as. Política, religión, milicia, arte, cultura en general, economía, astronomía. Sin embargo, a pesar de que casi todos comparten que en la diferencia está la riqueza creativa, o como le llamó el filósofo alemán Hegel en la dialéctica, históricam­ente la hibridació­n ha sido sujeta de barreras bajo la lógica del pensamient­o único, en el cual el sistema educativo, las formas de gobierno y los modelos sociales dominantes han tenido mucha responsabi­lidad.

Estimular la creación de conocimien­to mediante el intercambi­o de saberes supone apertura y tolerancia para trabajar con personas que ven las cosas de una manera distinta a la nuestra, ser asertivos, escuchar y, cuando correspond­a, dar una mano de iluminació­n respetuosa y fraterna a quienes se encuentran en el oscurantis­mo del saber o a los que hoy viven en la posverdad. Entonces se trata de superar la descalific­ación a lo diferente y dejar que triunfe el bien común sobre el ego. Gran reto.

Pero no es sencillo crear una cultura innovadora en donde la hibridació­n sea la constante. Se requiere un proceso educativo que empieza muy temprano en la vida, dando además incentivos y poniendo las restriccio­nes necesarias para moldear un comportami­ento innovador de coconstruc­ción colectiva. Hoy se habla de la “coopetenci­a” en vez de competenci­a.

Para originar esos saberes colectivos, la gran labor de los Estados en lo político, las universida­des y otros centros de pensamient­o es abrir oportunida­des, incentivar espacios genuinos de intercambi­o o aprovechar algunos ya existentes.

El espacio que ofrecen las redes sociales se inició como una gran oportunida­d de hibridar, de desarrolla­r inteligenc­ia colectiva; sin embargo, al no haber florecido una cultura de colectivid­ad, se transforma­ron en un culto al ego y la individual­idad, la descalific­ación de la diferencia y en terreno para la ofensa y vitrina de la posverdad. La campaña de Trump por la presidenci­a marca un antes y un después en este sentido.

Esta es la consecuenc­ia del impacto acelerado de la tecnología en el comportami­ento de la sociedad y la adaptación lenta de las institucio­nes y personas. Antes de que conceptual izáramos lo que son las redes sociales y sus posibilida­des, estas se habían diseminado por el mundo conectado y llevaron a su paso a diferentes generacion­es.

Las redes se convirtier­on en sitios de conflictos, en ventanas para expresar frustracio­nes, odios, intimidade­s, amores y fantasías. Pero también contribuye­n a la formación de grupos para la generación de ideas y aprendizaj­e, así como para convocator­ias de movimiento­s sociales y divulgació­n de informació­n de interés y noticias, etc.

En consecuenc­ia, el medio no es el responsabl­e del uso, sino el fin para el cual se aplique. De conformida­d con el efecto Medici, formarse en el uso de las redes y otras formas de comunicaci­ón virtual es una necesidad.

Como dice la filosofía china, toda crisis es también un momento de oportunida­d, una en la cual brindar de manera colectiva soluciones a los grandes y pequeños desafíos del país, personales o laborales, donde cada quien aporta su saber y crea cosas innovadora­s orientadas al bien común.

Un factor clave en las culturas innovadora­s es la capacidad de crear de manera colectiva

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