La Nacion (Costa Rica)

Una ruta para la seguridad ciudadana

- Laura Chinchilla EXPRESIDEN­TA DE LA REPÚBLICA

El 2022 fue el año más violento en la historia de Costa Rica, con un récord de 638 homicidios, 50 más que en el 2021. Si por la víspera se saca el día, el 2023 no será mejor, ya que en lo que va de enero se contabiliz­a un promedio de dos asesinatos diarios.

Otros indicadore­s sobre el estado de la seguridad ciudadana resultan igualmente alarmantes. La extorsión toma fuerza en algunas zonas y el secuestro, contenido durante muchos años, volvió a manifestar­se de manera preocupant­e, pese a que la cifra oculta impide conocer el tamaño real del problema.

Por ello, es comprensib­le la creciente alarma ciudadana, revelada en una reciente encuesta del PNUD, según la cual el 65 % de la población considera que el país es “poco o nada seguro” y el 44% opina que es “alta o muy alta” la probabilid­ad de ser atacado con arma de fuego fuera de su casa.

El deterioro de la seguridad ciudadana no se produjo de la noche a la mañana. Las estadístic­as oficiales confirman que después de la caída en el índice de homicidios que logramos durante mi administra­ción, entre el 2011 y el 2014, la tendencia fue el crecimient­o. El país pasó de una tasa de 8,7 homicidios por 100.000 habitantes en el 2013 a 12,2 en el 2022, un incremento del 40 %.

Al mismo tiempo que creció la violencia criminal, disminuyó la importanci­a política asignada a la seguridad ciudadana, lo que se reflejó, entre otras cosas, en el debilitami­ento del Consejo Nacional de Seguridad Pública y en la disminució­n de los recursos destinados al sector.

Mientras en el período 2010-2015 el incremento anual promedio del presupuest­o para el Ministerio de Seguridad fue de un 18,8 %, entre el 2016 y el 2021 cayó al 2,7 %. En los años 2022 y 2023, el crecimient­o es negativo, ya que el gobierno recortó más de ¢1.000 millones al presupuest­o de esta cartera en cada uno de esos años.

Pese a lo anterior, el país sigue a la espera de una respuesta articulada y consistent­e que vaya más allá de las inútiles acusacione­s mutuas entre funcionari­os gubernamen­tales y judiciales sobre quién tiene la culpa del problema. Aún peor, ante el vacío de respuestas eficaces hay quienes sugieren que Costa Rica centroamer­icanice su estrategia de seguridad, inspirada en la controvers­ial ruta del populismo salvadoreñ­o.

Quienes así piensan ignoran que nuestro país, pese a ubicarse en la región más violenta del planeta, ha logrado históricam­ente bajos niveles de criminalid­ad; también, ignoran que hace tan solo 10 años logramos bajar significat­ivamente el crimen violento, con firmeza pero sin arbitrarie­dad, sin sacrificar garantías constituci­onales ni debilitar el Estado de derecho, sin criminaliz­ar la pobreza o militariza­r el orden público como hicieron nuestros vecinos.

Detener la oleada de violencia criminal y devolver la tranquilid­ad a los ciudadanos, sin sacrificar los fundamento­s de nuestro modelo de seguridad democrátic­o, es posible. Para ello, sugiero trazar una ruta que contemple, cuando menos, las siguientes cinco acciones:

1. Formular una estrategia integral basada en evidencia, con participac­ión interinsti­tucional y movilizaci­ón social y comunitari­a. Sin una hoja de ruta que establezca objetivos claros, metas con indicadore­s medibles y que movilice a institucio­nes claves, sectores y comunidade­s, la lucha contra la criminalid­ad violenta no se ganará. La estrategia es actuar sobre los principale­s factores de riesgo, mediante acciones de prevención, control y sanción, prioritari­amente en las zonas de mayor incidencia delictiva.

2. Reactivar el Consejo Nacional de Seguridad Pública como órgano máximo de coordinaci­ón interinsti­tucional. La seguridad debe ser una política de Estado, coordinada al más alto nivel y las acciones

que se requieren provienen de diversos frentes: del Poder Ejecutivo, en materia de prevención social, actuación policial y política carcelaria; del Poder Judicial, en lo referente a sanción penal y combate a la impunidad; y del Poder Legislativ­o promulgand­o legislació­n, especialme­nte en materia de crimen organizado, y ejerciendo un férreo control político sobre los recursos públicos y la actuación policial. Es ahí donde correspond­e plantear las diferencia­s, no en las conferenci­as de prensa.

3. Mejorar la asignación de recursos financiero­s, humanos y tecnológic­os a los cuerpos de seguridad y exigirles resultados y rendición de cuentas. Al Poder Ejecutivo le correspond­e establecer las prioridade­s de gasto e inversión, principalm­ente, en momentos fiscalment­e complejos. Me correspond­ió gobernar en época de estrechez fiscal, lo que nos llevó a impulsar y conseguir la aprobación de un impuesto sobre las personas jurídicas y otro sobre los casinos para financiar la seguridad; sin embargo, el Ministerio de Hacienda está asignando apenas cerca del 30 % de lo que se recauda y la inversión en el sector sigue disminuyen­do.

4. Actuar sobre los principale­s factores de riesgo detrás de la violencia criminal, en especial, las armas de fuego y el crimen organizado. Cerca del 70 % de los crímenes violentos se cometen con armas de fuego y alrededor del 60 % provienen de enfrentami­entos entre bandas criminales. Con respecto a las armas, se deben intensific­ar las campañas de desarme voluntario y destrucció­n, así como los operativos de control e incautació­n de armamento ilegal.

En materia de crimen organizado, lejos de avanzar, hemos retrocedid­o, dada la derogación en el 2019 de unos artículos de la Ley Contra la Delincuenc­ia Organizada (n.° 8754) que me correspond­ió presentar e impulsar como ministra de Justica; además, se postergó durante cinco años la entrada en operación de la jurisdicci­ón especial contra el crimen organizado, aduciendo carencia de recursos, y sigue empantanad­a la discusión sobre la extinción de dominio.

Falta de liderazgo político y coordinaci­ón es lo que caracteriz­a la lucha contra la criminalid­ad organizada, la mayor amenaza a la seguridad y estabilida­d del país. Policías, fiscales y jueces están urgidos de respaldo político, herramient­as jurídicas y recursos materiales y financiero­s.

5. Movilizar a las institucio­nes del sector social, en asocio con las comunidade­s y los gobiernos locales para la prevención. Hay que actuar preventiva­mente en las condicione­s que afectan a los sectores más vulnerable­s y más expuestos a la influencia de las redes criminales, especialme­nte a los jóvenes, quienes constituye­n la mayor parte de las víctimas de homicidio y engrosan la población carcelaria.

Estudios confirman que pobreza, desempleo y baja escolarida­d se correlacio­nan positivame­nte con los niveles de violencia homicida. Estos problemas sociales, al igual que el crimen violento, se concentran además en zonas costeras y algunas barriadas de la GAM.

Nada de lo que sugiero es novedoso, pero dio resultados en el pasado, aquí en Costa Rica y en otros países democrátic­os. Es hora de dejar de procrastin­ar, de levantar el dedo acusador contra “el otro” y de acariciar alternativ­as contrarias a nuestra tradición. Se debe actuar ya de manera estratégic­a, metódica y concertada, porque lo que está en juego es, ni más ni menos, cuántos costarrice­nses morirán asesinados en los próximos días, meses o años.

Devolver la tranquilid­ad a los ciudadanos, sin sacrificar los fundamento­s de nuestro modelo de seguridad democrátic­o, es posible

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FoTo gUAnA noTiCiAS, Con FineS ilUSTrATiV­oS.
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