El albur constituyente
Nuestro sistema político no da. Funciona, es cierto, pero muy mal. Ninguna epicrisis política podría ser menos original, ni más realista. El problema ha sido debatido ad nauseam. Se parte del sistema representativo, la creación de partidos, el financiamiento de campañas y el número y forma de elección de diputados. Se pasa por la superabundancia institucional reiterativa, las disfuncionalidades de la descentralización y la rigidez de las autonomías. Y sigue: la tragedia de la educación pública condenada a la mediocridad, los sistemas duplicados de atención social, el sitial “paralegislativo” de la salvaguarda constitucional, la gestión judicial dislocada entre lo administrativo y lo jurisdiccional, la informalidad institucionalizada. Ningún estamento funciona a cabalidad. Las fisuras del contrato social quedan desnudas cuando la atención de la salud requiere sentencia judicial. En el camino de lo urgente, lo políticamente viable se estrella contra los breves plazos del gobierno y la alternancia partidaria parte siempre de cero. Son demasiados años de frustrados propósitos de reforma del Estado por retazos. La constatación de problemas consabidos retorna siempre igual, impenitente, en un interminable bucle de Möbius.
Mentes brillantes hacen suya esta narrativa. Pecaría de injusticia por omisión si mencionara algunos nombres que por ilustres no son menos escuchados. Sus voces proponen los avatares de una constituyente. Pero la gravedad de nuestra crisis institucional conduce a su némesis: empobrecimiento y dispersión partidaria. En el cementerio de las ideologías florecen solo ocurrencias.
La experiencia chilena es pertinente en uno y otro sentido. El fallido ordenamiento institucional provocó un estallido social que fue resuelto con el mandato de una nueva constitución. Después de un año de excesos ideológicos, el texto no era representativo del espectro político de Chile y fue rechazado. Pero la necesidad del cambio persiste y está en marcha un nuevo proceso constituyente. ¿La lección? Una constituyente es un albur. Depende de las fuerzas políticas existentes. Esto es peligroso cuando se está inmerso en una crisis de representatividad. Pero un sistema político destartalado hay que cambiarlo, porque la inercia es más predecible como tragedia.