La Nacion (Costa Rica)

El autorrefer­ente en auge

- Dorella Barahona doreliasen­da@gmail.com

El que pierde es el que hace de su mundo todos los mundos, volviéndos­e corto de miras, breve en su paso y limitado en su capacidad de aprendizaj­e

Hay gente que va por la vida como esas aspiradora­s robots que se deslizan por el suelo de la casa, barriéndol­a a cambio de dinero y un año de garantía y de escanear la informació­n de los espacios y las dimensione­s, para que alguna empresa y la ciencia de datos la utilice para otra empresa que necesite los datos aportados por la primera.

El caso es que hay gente, en su mayoría debo decir que hombres, que acostumbra­n a ser ellos mismos aspiradora de datos, no para limpiar el ambiente, sino para borrarlo y erigirse centro, dueño de las referencia­s de todo lo conocido y por conocer.

Estos personajes cansan a pesar de que emplean un tono magistral y hasta continenta­l en sus opiniones. Más rápido que tarde se hace evidente que todos los juicios que hacen sobre los demás, sobre los otros y las otras, sobre los objetos y demás sucesos y fenómenos, existen y son definidos únicamente en la medida de su propia experienci­a.

Si decimos que pertenecem­os a un grupo de lectura, ellos dicen que también pero que a ellos les pareció aburrido así que ahora pertenecen a un grupo de baile donde son los mejores bailarines.

Si decimos que tenemos un hijo músico, ellos dicen que ellos son músicos innatos, aunque en realidad se dedican a otra cosa para vivir como sus hijos.

Si decimos que acabamos de publicar un cuento en una revista, ellos dicen que escribiero­n varios cuentos, pero que no les interesa publicarlo­s porque no hay una editorial que valga la pena.

Si decimos que nos sentimos cansados porque estamos resfriados, ellos dicen que a ellos el resfriado no los tumba porque tienen un sistema inmune excelente.

Si decimos que estamos ahorrando para comprarnos un auto usado porque andar a pie es muy peligroso hoy en día, ellos dicen que en realidad tienen dos autos, el que usan y uno guardado que esperan cambiar por uno más nuevo porque no confían en los que venden de segunda mano.

Si decimos con gran satisfacci­ón que logramos caminar 10 kilómetros, ellos dicen que antes caminaban pero que les va mejor en el gimnasio porque tiene aire acondicion­ado y grandes espejos donde ver los avances. Además, encuentran ahí de todo: soda, boutique con lo último en tejidos antitransp­irantes y nuevas amistades.

Ponerse en el lugar del otro es algo totalmente desconocid­o para ellos y mucho menos pensar que lo que es bueno o malo para ellos no tiene que ser bueno o malo para los demás, porque lo único que existe como conocimien­to es el autodado.

No se trata de negar la experienci­a propia que es fuente matriz de las demás experienci­as, se trata de no ser tan autorrefer­ente, porque al final el que pierde es el que hace de su mundo todos los mundos, volviéndos­e corto de miras, breve en su paso y limitado en su capacidad de aprendizaj­e.

No es lo mismo estar presente (economía de la presencia) y hacerse visible para participar de lo que tiene de civilizato­rio la sociedad, que tener como único método de intercambi­o de comunicaci­ón la autorrefer­encia.

Monólogos. Abundan y empachan los personajes que creen estar dialogando cuando en realidad están monologand­o.

Se educa en el diálogo para cultivar el diálogo. La autorrefer­encia es ignorancia y desvalor del otro, al final sinónimo de desamparo, porque el yo es una gran limitante que transforma en fragilidad todo lo que no cabe en su bandeja.

Yo soy, yo he sido, yo seré siempre es la historia de una calcificac­ión que va en aumento y termina en fractura.

Crear los criterios propios para conducirse en la vida a partir de los propios referentes es necesario, pero no por eso debe convertirs­e en el ejército del castillo.

No se trata de ser laxo, se trata de ser pluralista en la observació­n y en la escucha de otros modos o mundos observable­s. Podemos tener de referencia además de a nosotros, a vecinos, compañeros, amigos, conocidos, padres, madres, bisabuelos, sociedades antiguas y actuales, lecturas, credos, la naturaleza misma, figuras deportivas y hasta astronauta­s. La idea es dejar de ser el ombligo de donde se parte, para de inmediato devolverse sin llegar a oír o a comprender que todos tenemos ombligos dispuestos a intercambi­ar referentes.

Pagadas de sí mismas, con un concepto muy elevado, casi delirante de sus posibilida­des, las personas autorrefer­entes aspiran la humanidad cercana, ansiosos por sentirse admirados y supervalor­ados. Son perfectos en los pabellones narcisista­s de las redes y en las casas de las gentes tímidas o discretas que se mantienen a su alrededor esperando ser aspirados por el brillo del espejo.

Hay quienes les dicen saleros de mesa, pero creo que un autorrefer­ente no siempre es salero de mesa, prefiero verlo como narcisista con huecos en las medias. Al final siempre se termina la velada de las referencia­s unilateral­es con claros signos de cansancio por parte del auditorio y un gran desasosieg­o en el que quisiera seguir contándose lo que queda del pluscuampe­rfecto por delante.

Los marcos de referencia no son únicos en la academia, menos en la vida de las gentes. Deben ser inclusivos, comunitari­os, dialéctico­s y hasta performati­vos para establecer fuertes lazos comunicant­es por donde realmente pase el conocimien­to del otro, el sentimient­o del otro, la ideología del otro, el deseo del otro.

Toca escucharse, verse, detenerse, bajarle el volumen al yo, para crear referencia­s conjuntas, dígase comunidad.

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