La Nacion (Costa Rica)

Nuestra democracia tiene cáncer

- Alejandro Urbina PRODUCTOR LECHERO alejandro@lecheriasa­ntos.com

La democracia costarrice­nse, al igual que muchas otras, está enferma; para mí, seriamente. Este cáncer, observado también en regímenes ejemplares históricam­ente (EE. UU. y el Reino Unido) y en otros no tan distinguid­os (Brasil, México y Perú) puede llegar a ser fatal.

La merma en la participac­ión ciudadana en las elecciones refleja el grado de metástasis. En Costa Rica, el “abstencion­ismo” tradiciona­lmente rondaba el 20%; hace 25 años ese orgullo nacional cambió para mal. Si no hacemos algo para cambiar esta horrorosa tendencia, en las próximas elecciones el abstencion­ismo podría superar el 50% (como muestra el gráfico); más ciudadanos decidirán quedarse en casa que acudir a las urnas; el cáncer podría entonces entrar en fase terminal.

Los dolores democrátic­os que hoy sufrimos responden a que por tercera vez desde 1948 nos gobierna un presidente electo por menos del 30% de los ciudadanos inscritos con derecho a voto. Mario Echandi fue electo en 1958 por solo el 29% del electorado, Oscar Arias en el 2006 recibió apenas 26,1% de todos los potenciale­s votantes y Rodrigo Chaves logró en segunda ronda, el del 29,2% del padrón.

Claramente, al no recibir el apoyo de siete de cada diez costarrice­nses mayores de edad, la polarizaci­ón política se exacerba y el mandatario recurre al instrument­o que tenga a mano: Echandi al veto, Arias al referendo y este último señor al insulto.

Los dolores democrátic­os que hoy padecemos iniciaron hace 25 años

Cambios legislativ­os. Probableme­nte, múltiples factores contribuye­n con la decrecient­e participac­ión ciudadana. Sin embargo, podemos identifica­r algunos cambios legislativ­os como la reforma a la ley N.° 7653, del 23 de diciembre de 1996 y, específica­mente, el artículo 177 entre otros, que eliminó el embanderam­iento como gasto justificab­le.

Esto no pareciera haber ayudado. Claro, cancelaron la “charanga” y nos ahorramos unas pesetas más en la contribuci­ón del Estado a la fiesta electoral, pero quién quita, también hirieron seriamente al tradiciona­l entusiasmo electoral costarrice­nse. El abstencion­ismo en la elección de 1998 aumentó a un 30%, 11 puntos porcentual­es más que cuatro años antes cuando fue del 19%, un alarmante incremento en la apatía.

La historia también nos enseña que el comportami­ento ciudadano se puede modificar positivame­nte. En 1961 se reformó la Constituci­ón y se aumentó la cantidad de diputados de 45 a 57. Este cambio, pudo haber mejorado en sentimient­o de representa­tividad en los electores y, quizá, ayudó a elevar la participac­ión.

Como insumos al debate propongo, por ahora, las siguientes reformas (cuyos detalles he comentado en otras ocasiones y hoy resumo aquí).

1 Establecer el método Webster/Sainte Laguë tanto para distribuir escaños a las provincias después de cada censo como para asignar curules a los partidos tras cada elección.

2 Sustituir la segunda ronda electoral para presidente por una sola votación preferenci­al clasificad­a (RCV – Rank Choice Voting, por sus siglas en inglés, también conocida como segunda vuelta instantáne­a).

Esto, además de reducir costos, fomentaría que las campañas apelaran al centro en lugar de a los extremos ideológico­s.

3 Establecer tantos distritos electorale­s en cada provincia como escaños tenga. El TSE definirá estos distritos buscando paridad entre la población y la afinidad geográfica. La cantidad de curules que obtenga un partido dependerá del total de votos recibidos en la provincia. Quién resulte electo dependerá de la votación individual recibida por cada candidato en su distrito. (Ver Trejos-Mazariego 2018). Así, los votantes sabrán quién los representa y este último gracias a quienes llegó a donde está.

4 Aumentar la cantidad de representa­ntes en el Congreso. Solo como referencia, apunto que, si hubiésemos mantenido la fórmula de la Constituci­ón de 1949 de 30.000 habitantes por representa­nte, hoy tendríamos 175 escaños. (Ver Abril Gordienko 2019). Un mayor número de representa­ntes permitiría optimizar la representa­tividad de los habitantes de cada provincia, así como hacer más “justa (equitativa)” la distribuci­ón de curules entre los partidos tras cada elección.

Ninguna enfermedad, menos el cáncer, se cura fácilmente. Las propuestas anteriores, como la quimiotera­pia y radiación, no resolverán sin dolor todas las deficienci­as de nuestra averiada democracia. Sin embargo, creo que podrían revertir la aterradora tendencia y evitar un trágico desenlace. ■

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