La Nacion (Costa Rica)

¿Será Europa el mayor perdedor del mundo?

- Joschka Fischer EXVICECANC­ILLER DE ALEMANIA JOSCHKA FISCHER: ministro de Relaciones exteriores y vicecancil­ler de alemania entre 1998 y 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años. © Project Syndicate 1995–2022

LSi Europa va a enfrentar el actual reordenami­ento global, es mejor que comience ya… o idealmente ayer

a era de estabilida­d global posterior a 1945 está muerta y enterrada. Desde el mundo bipolar dominado por Estados Unidos que la reemplazó, nos hemos beneficiad­o ampliament­e con ese sentido de orden estratégic­o. Aunque hubo muchas guerras más pequeñas e, incluso, otras de mayor magnitud, como las de Corea y Vietnam, pasando por Oriente Medio y Afganistán, en general el sistema internacio­nal se mantuvo estable e intacto.

Sin embargo, desde comienzos del nuevo milenio esta estabilida­d ha dado cada vez más pie a una renovada rivalidad entre grandes potencias, especialme­nte entre Estados Unidos y China. Más todavía, desde hace tiempo ha estado claro que aumentará la influencia política y estratégic­a de India, Brasil, Indonesia, Sudáfrica, Arabia Saudí, Irán y otras economías emergentes, así como sus papeles en el sistema global. En el contexto de una profundiza­ción del conflicto entre China y EE. UU., estas potencias en ascenso tendrán muchas oportunida­des para enfrentar entre sí a las dos superpoten­cias del siglo XXI. En efecto, muchas de estas oportunida­des serán demasiado buenas como perdérsela­s.

Mientras tanto, en Rusia las elites políticas nadan infructuos­amente en fantasías de restaurar el alcance y el peso geopolític­os de la Unión Soviética, y del Imperio Ruso anterior a ella. Bajo el presidente Vladimir Putin, el gobierno ruso ha apuntado cada vez más a revertir el legado inmediato de la era posterior a la Guerra Fría. En contraste, Occidente —es decir, EE. UU. y la Unión Europea tras su ampliación desde el 2004— ha adherido al arreglo básico posterior a la Guerra Fría en Europa. Para tal fin, se ha mantenido comprometi­do con la defensa de valores básicos como el derecho de los países a la autodeterm­inación y la inviolabil­idad de las fronteras reconocida­s internacio­nalmente.

La divergenci­a entre estos valores y compromiso­s convirtió en inevitable el conflicto sobre las exrepúblic­as de la Unión Soviética, como vimos en Georgia ya en el 2008. En Ucrania, la salva inicial vino cuando Rusia se anexó Crimea en el 2014, pero el punto de quiebre no ocurrió sino hasta febrero pasado, cuando el Kremlin comenzó su invasión total y puso un final decisivo a la era de paz en Europa. Una vez más, el continente se está dividiendo en dos campos.

El intento de Putin de reescribir la historia a la fuerza no solo es una tragedia para Ucrania y un reto para la seguridad europea, sino un cuestionam­iento al sistema internacio­nal completo de naciones estado. Después de todo, muchas de las potencias globales nuevas y emergentes se han negado a ponerse sin ambages de parte de Ucrania, y algunas —siguiendo el ejemplo de China— han manifestad­o su apoyo explícito a Rusia o han permanecid­o como “neutrales” en su interés por ganar alguna ventaja táctica. La implicació­n es que estos países están dispuestos a pasar por alto una violación flagrante de los principios básicos en que se sustenta la estabilida­d global.

Nuevo binomio. Pero el peligro más amplio para el sistema internacio­nal no radica en la guerra de Ucrania (Rusia es demasiado débil como para representa­r una amenaza verdaderam­ente global), sino en el deterioro de las relaciones sino estadounid­enses. Es cierto que a pesar de la belicosa retórica de China sobre Taiwán y sus amenazante­s ejercicios navales en las aguas que rodean la isla, la confrontac­ión es mucho menos militar que económica, tecnológic­a y política. Esto es un triste consuelo, porque se trata de un creciente conflicto de suma cero.

Es probable que algunos de los grandes perdedores de esta confrontac­ión sean Japón y Europa. Las empresas chinas han desarrolla­do enormes capacidade­s de producción en masa en el sector de los automóvile­s —especialme­nte vehículos eléctricos (VE)—, y ahora apuntan a sacar de la competenci­a a los fabricante­s europeos y japoneses que por largo tiempo han dominado el mercado.

Para complicar las cosas, la propia respuesta de los estadounid­enses a la competenci­a china es impulsar una política industrial a costa de los fabricante­s europeos y japoneses. Por ejemplo, la reciente Ley de Reducción de la Inflación contempla otorgar grandes subsidios para la producción de vehículos en suelo estadounid­ense. Desde su perspectiv­a, tales medidas matan dos pájaros de un tiro: proteger a los grandes fabricante­s locales de vehículos y darles incentivos para que impulsen el desarrollo de los VE.

El resultado final será una profunda reorganiza­ción del sector automovilí­stico global en que Japón y Europa (principalm­ente Alemania) perderán competitiv­idad y participac­ión del mercado. Y no olvidemos que este importante cambio económico representa meramente el comienzo de una confrontac­ión global y un reordenami­ento estratégic­o mucho mayores.

Europa no solo debe hacer un enorme esfuerzo por preservar su modelo económico durante esta reorganiza­ción de la economía global, sino que además debe enfrentar costes energético­s más altos, una creciente brecha tecnológic­a con respecto a las dos superpoten­cias, y la urgente necesidad de contrarres­tar la nueva amenaza que Rusia representa. Todas estas prioridade­s cobrarán todavía más urgencia a medida que se aproximen las nuevas elecciones presidenci­ales en EE. UU., dada la clara posibilida­d de que Donald Trump sea reelecto.

Así, Europa se encuentra en una clara desventaja. Geográfica­mente está en una región peligrosa y; sin embargo, sigue siendo una confederac­ión de estados-nación soberanos que nunca ha reunido la voluntad de lograr una integració­n real, incluso tras dos guerras mundiales y una Guerra Fría que duró décadas. En un mundo dominado por grandes estados con presupuest­os militares en aumento, Europa todavía no es una potencia real.

Depende de los europeos si esta situación se mantiene o no. El mundo no va a esperar a que Europa madure. Si Europa va a enfrentar el actual reordenami­ento global, es mejor que comience ya… o idealmente ayer. ■

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