La Nacion (Costa Rica)

¿Qué es una ciudad?

San José y Costa Rica llegaron a ser ‘polis’, comunidad política, porque en cada habitante se reconoció a un individuo, a una persona, con deberes y derechos

- Eugenia Zamora Chavarría PRESIDENTA DEL TSE

Celebrar los 200 años de la designació­n de San José como la capital de Costa Rica, para que tenga sentido, para que no se agote en la mera parafernal­ia, debe ser ocasión para la memoria y para la reflexión. Para pensar qué significa que un poblado sea considerad­o una ciudad y para recordar cómo fue que esa ciudad llegó a serlo y a constituir­se como la capital de nuestra República.

Según el Antiguo Testamento, Caín fue el primer constructo­r de ciudades, es decir, que la ciudad es una disposició­n del espacio hecha por el ser humano que ha tomado conscienci­a de su violencia, de lo que es capaz de hacer y de lo que, por consiguien­te, sabe que podrían hacerle a él sus semejantes. Un juntarse en busca de seguridad, que Borges captó magistralm­ente en su poema “Buenos Aires”, cuando dice: “No nos une el amor sino el espanto”.

Hoy sabemos más. Sabemos que, tras unos 300.000 años de caminar sobre la Tierra, los seres humanos apenas llevamos 12.000 asentándon­os en territorio­s. Pero el paso de esos asentamien­tos a lo que hoy conocemos como la polis, es mucho más reciente, de unos 2.700 años si acaso. Y esa es una diferencia que quiero subrayar porque va a ser importante para lo que voy a decir.

En su sentido político, una ciudad es más, muchísimo más, que una aglomeraci­ón de gente. La ciudad es el espacio de encuentro de los diferentes que se reconocen y respetan como iguales, que están comprometi­dos a vivir juntos y a hacerse cargo juntos de su vida en común. Un espacio de diálogo, de debate, animado no por masas o barras, sino por ciudadanos y ciudadanas. Un lugar donde todo el mundo es alguien.

De modo que, aunque en su origen primitivo, la razón de ser más elemental del vivir juntos sea la búsqueda de la seguridad, la ciudad, como espacio vital de la comunidad política, es mucho más que eso. Está cohesionad­a en torno a unas institucio­nes, a unas autoridade­s y normas, pero, sobre todo, a un compromiso con la vida en común. Una polis es hoy un espacio de convivenci­a cívica.

Siglo XVIII. La Boca del Monte, como sabemos, no fue de los primeros poblados coloniales de Costa Rica. Fue a mediados del siglo XVIII que, a los habitantes dispersos en la parte occidental del Valle Central, luego de Ochomogo, desde Curridabat en el este hasta Pacaca en el oeste, desde Aserrí en el sur y hasta Barva en el norte, se les construyó una ermita entre los afluentes de los ríos Virilla y Torres, y se les eligió a San José como patrono parroquial.

Se trataba de una constelaci­ón amorfa de pequeños propietari­os, quienes no eran de las familias principale­s establecid­as en Cartago, a quienes las autoridade­s querían hacer converger, para que observaran sus deberes religiosos, tributaran y, eventualme­nte, formaran un ayuntamien­to. Lo consiguier­on con la promulgaci­ón de la Constituci­ón de Cádiz en 1812, y un año después, a propuesta de Florencio del Castillo, las Cortes españolas le dieron a San José el título de ciudad.

De esa condición de ciudad a la condición de capital, primero del Estado de Costa Rica (entonces parte de la República Federal de Centro América), y luego del Estado independie­nte de Costa Rica (con Braulio Carrillo), hubo un intenso “estira y encoge” marcado por la rivalidad entre las cuatro ciudades del Valle Central y por las diferencia­s de perspectiv­as entre ellas respecto del rumbo que debía adoptar el país una vez independiz­ado del Reino de España.

La capitalida­d de San José que hoy celebramos resultó, primero, de nuestra primera guerra civil, en la que josefinos y alajuelens­es defendiero­n el orden constituci­onal y republican­o frente al golpismo monárquico de cartagos y heredianos, simpatizan­tes del Imperio de Iturbide, este abril recién pasado hace 200 años. Y esa misma capitalida­d provocó, después, nuestra segunda guerra civil, la Guerra de la Liga de 1835, en la que San José acabó derrotando a las otras tres provincias coaligadas.

Luego vino la declaració­n de Costa Rica como República en 1848, y un siglo después, nuestra última guerra y ruptura del orden constituci­onal, tras las cuales el país ha vivido 75 años de una estabilida­d política excepciona­l en toda la América Latina e incluso en Iberoaméri­ca. Y yo estoy convencida que, entre ese devenir socialment­e exitoso y el hecho de haber construido ciudad, polis en su sentido político, hay una feliz relación causal.

Violencia social. La violencia social (la criminalid­ad y la violencia política incluidas) es tan hija de la exclusión, como la paz social es hija de la inclusión. San José y Costa Rica llegaron a ser polis, comunidad política, porque en cada habitante se reconoció a un individuo, a una persona, con deberes y derechos, llamado a intervenir en los asuntos comunes, dialogando y votando, y, en ese tanto, acreedor de una serie de proteccion­es sociales como la vivienda, la educación, la salud, el esparcimie­nto y la cultura.

De esa visión se cuenta también la arquitectu­ra, este magnífico teatro, el edificio de la Caja Costarrice­nse de Seguro Social, la escuela metálica, el Colegio de Señoritas, el veterano Hospital San Juan de Dios —donde nací— o nuestro Tribunal Supremo de Elecciones (cuya sede central pertenece al distrito del Carmen), donde, literalmen­te, todos cuentan.

Sus barrios, incluidos el

Paseo Colón y el Amón de mi infancia, los parques, museos y paseos peatonales, todo ese paisaje urbano da cuenta de una visión de mundo y de una concepción del ser humano y en qué condicione­s está llamado a convivir.

En el mismo sentido, los pequeños guetos de prosperida­d amurallada, los anillos de miseria, los niños de la calle y la proliferac­ión de rejas, alambres de navaja y cercas electrific­adas, plasman en nuestra retina la disolución de la ciudad, un fracaso civilizato­rio consistent­e en volver a ser simple y azarosa aglomeraci­ón de gentes que, si se juntan, recelosas, es solo, como antaño, por razones de seguridad y porque “no hay de otra”.

El reto de San José para su tercera centuria es el mismo que el de Costa Rica como República: seguir siendo una ciudad, seguir estando habitada por ciudadanos y ciudadanas. Seguir siendo un espacio de encuentro y convivenci­a, en paz y libertad, donde los seres humanos puedan ver florecer sus capacidade­s y virtudes, contribuye­ndo, con la interacció­n entre ellos, a crear una comunidad a la altura de la dignidad de nuestra especie.■

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CORTESÍA DEL CENTRO DE PATRIMONIO CULTURAL
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