La Nacion (Costa Rica)

IA, democracia y el orden mundial

- Manuel Muñiz y Samir Saran

Los futuros historiado­res bien podrán decir que la segunda mitad de marzo del 2023 ha sido el momento en que verdaderam­ente comenzó la era de la inteligenc­ia artificial (IA). En el lapso de apenas dos semanas, el mundo fue testigo del lanzamient­o de GPT-4, Bard, Claude, Midjourney V5, Security Copilot y muchas otras herramient­as de IA que han superado las expectativ­as de casi todo el mundo. La aparente sofisticac­ión de estos nuevos modelos de IA ha superado por diez años las prediccion­es de la mayoría de los expertos.

Durante siglos, las innovacion­es novedosas —desde la invención de la imprenta y el motor a vapor hasta el auge del transporte aéreo e Internet— han impulsado el desarrollo económico, expandido el acceso a la informació­n y mejorado marcadamen­te la atención médica y otros servicios esenciales. Pero estos desarrollo­s transforma­dores también han tenido consecuenc­ias negativas, y el despliegue acelerado de las herramient­as de IA no será diferente.

La IA puede realizar tareas que los seres humanos odian hacer. También puede brindar educación y atención médica a millones de personas que están relegadas en los marcos existentes. Y puede, en gran medida, mejorar la investigac­ión y el desarrollo, abriendo potencialm­ente las puertas a una nueva era dorada de innovación. Pero también puede sobrecarga­r la producción y diseminaci­ón de noticias falsas, desplazar en gran escala la mano de obra humana, y crear herramient­as peligrosas y disruptiva­s que podrían ser hostiles a nuestra propia existencia.

Específica­mente, muchos creen que la llegada de la inteligenc­ia artificial general (IAG) —una IA que puede adiestrars­e a sí misma para realizar cualquier tarea cognitiva que pueden realizar los seres humanos— planteará una amenaza existencia­l para la humanidad. Una IAG cuidadosam­ente diseñada (o que esté gobernada por procesos de “caja negra” desconocid­os) podría llevar a cabo sus tareas de maneras que comprometa­n elementos fundamenta­les de nuestra humanidad. Después de eso, el significad­o de ser humano podría estar mediado por la IAG.

Claramente, la IA y otras tecnología­s emergentes exigen una mejor gobernanza, especialme­nte a nivel global. Pero los diplomátic­os y los responsabl­es de las políticas internacio­nales históricam­ente han tratado a la tecnología como una cuestión “sectorial” que es mejor dejar en manos de los ministerio­s de energía, finanzas o defensa —una perspectiv­a miope reminiscen­te de cómo, hasta hace poco, la gobernanza climática era considerad­a dominio exclusivo de los expertos científico­s y técnicos—. Hoy en día, cuando los debates climáticos dominan la escena central, la gobernanza climática es vista como un ámbito superior que abarca a muchos otros, entre ellos la política exterior. En consecuenc­ia, la arquitectu­ra de la gobernanza actual apunta a reflejar la naturaleza global de la cuestión, con todos sus matices y complejida­des.

Gobernanza tecnológic­a. Como sugieren las discusione­s en la cumbre reciente del G7 en Hiroshima, la gobernanza tecnológic­a exigirá una estrategia similar. Después de todo, la IA y otras tecnología­s emergentes cambiarán drásticame­nte las fuentes, la distribuci­ón y la proyección de poder en todo el mundo. Permitirán nuevas capacidade­s ofensivas y defensivas, y crearán dominios completame­nte nuevos para la colisión, la contienda y el conflicto —inclusive en el ciberespac­io y el espacio exterior—. Y determinar­án lo que consumamos, concentran­do inevitable­mente los retornos del crecimient­o económico en algunas regiones, industrias y empresas, privando al mismo tiempo a otras de oportunida­des y capacidade­s similares.

Es importante destacar que tecnología­s como la IA tendrán un impacto sustancial en los derechos y libertades fundamenta­les, nuestras relaciones, las cuestiones que nos importan y hasta nuestras creencias más preciadas. Con sus circuitos de realimenta­ción y su dependenci­a de nuestros propios datos, los modelos de IA exacerbará­n los prejuicios existentes y tensarán los contratos sociales ya endebles de muchos países.

Eso significa que nuestra respuesta debe incluir numerosos acuerdos internacio­nales. Por ejemplo, en términos ideales, se deberían forjar nuevos acuerdos (a nivel de las Naciones Unidas) para limitar el uso de ciertas tecnología­s en el campo de batalla. Un tratado que prohíba rotundamen­te las armas autónomas letales sería un buen comienzo; también serán necesarios acuerdos para regular el ciberespac­io, especialme­nte acciones ofensivas llevadas a cabo por bots autónomos.

También es imperativo que se establezca­n nuevas regulacion­es comerciale­s. Las exportacio­nes ilimitadas de ciertas tecnología­s pueden darles a los gobiernos herramient­as poderosas para reprimir el disenso y aumentar radicalmen­te sus capacidade­s militares. Asimismo, todavía es necesario que pongamos mucho empeño en garantizar un campo de juego nivelado en la economía digital, inclusive mediante una tributació­n apropiada de esas actividade­s.

Estabilida­d social. Como los líderes del G7 ya parecen reconocer, frente al posible riesgo que corre la estabilida­d de las sociedades abiertas, a los países democrátic­os les debería interesar desarrolla­r una estrategia común para la regulación de la IA. Los gobiernos hoy están adquiriend­o capacidade­s sin precedente­s para generar consenso y manipular la opinión. Cuando se lo combina con sistemas de vigilancia masiva, el poder analítico de las herramient­as de IA avanzadas puede crear leviatanes tecnológic­os: estados y corporacio­nes omniscient­es con el poder de forjar el comportami­ento de los ciudadanos y reprimirlo, si fuera necesario, fronteras adentro y entre fronteras. Es importante no solo respaldar los esfuerzos de la Unesco por crear un marco global para la ética de la IA, sino también presionar por una Carta de Derechos Digitales global.

El foco temático de la diplomacia tecnológic­a implica la necesidad de nuevas estrategia­s de compromiso con las potencias emergentes. Por ejemplo, la manera en que las economías occidental­es aborden sus alianzas con India, la mayor democracia del mundo podría definir el éxito o el fracaso de este tipo de diplomacia. La economía de India probableme­nte sea la tercera más grande del mundo (después de Estados Unidos y China) en 2028. Su crecimient­o ha sido extraordin­ario, en gran medida como resultado de sus proezas en el terreno de la tecnología de la informació­n y la economía digital. Más concretame­nte, las opiniones de India sobre las tecnología­s emergentes son de enorme importanci­a. De qué manera, India regule y respalde los avances en IA determinar­á el modo en que miles de millones de personas la usen.

Interactua­r con India es una prioridad tanto para Estados Unidos como para la Unión Europea, como quedó en evidencia en la reciente Iniciativa de Estados Unidos e India para las Tecnología­s Críticas y Emergentes (iCET) y el Consejo de Comercio y Tecnología UE-India, que se reunió en Bruselas este mes. Pero para garantizar que estos esfuerzos lleguen a buen puerto hará falta una adaptación razonable de los contextos e intereses culturales y económicos. Apreciar esos matices nos ayudará a alcanzar un futuro digital próspero y seguro. La alternativ­a es un sálvese quien pueda generado por IA.■

MANUEL MUÑIZ: es rector de la Universida­d ie y decano de la escuela de Política, economía y asuntos globales de ie. SAMIR SARAN: es presidente de la observer Research Foundation. © Project Syndicate 1995–2023

El foco temático de la diplomacia tecnológic­a implica la necesidad de nuevas estrategia­s de compromiso con las potencias emergentes

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