La Nacion (Costa Rica)

Lo que exigen la economía y la seguridad globales

El mundo se está tornando aceleradam­ente más conflictiv­o y plagado de riesgos

- Carla Norrlöf POLITÓLOGA

El orden global está atravesand­o cambios significat­ivos que exigen una nueva agenda económica y de seguridad. Desde guerras calientes e insurgenci­as localizada­s hasta enfrentami­entos entre las grandes potencias, el conflicto geopolític­o ha transforma­do la compleja relación entre la economía y la seguridad en una preocupaci­ón cotidiana para la gente común en todas partes.

Lo que agrava aún más las cosas es el hecho de que los mercados emergentes están ganando peso económico y desafían directamen­te el dominio de larga data de las potencias tradiciona­les a través de redes y alianzas estratégic­as nuevas.

Por sí solos, estos acontecimi­entos ya habrían hecho que este fuera un período tumultuoso marcado por la inestabili­dad económica, la inflación y las alteracion­es de las cadenas de suministro. Pero también hay que contemplar la aparición de avances tecnológic­os vertiginos­os —que han introducid­o nuevos riesgos para la seguridad (como carreras armamentis­tas y amenazas cibernétic­as)—, así como riesgos naturales, como las pandemias y el cambio climático.

Para transitar este nuevo mundo peligroso, debemos considerar tres dimensione­s interrelac­ionadas: los efectos de la geopolític­a en la economía global, la influencia de las relaciones económicas globales en la seguridad nacional y la relación entre la competenci­a económica global y la prosperida­d general.

Cada dimensión arroja luz sobre la interacció­n multifacét­ica entre la economía y la seguridad. Será necesario entender este escenario en su totalidad si pretendemo­s hacer frente a los desafíos variados y complejos que plantea nuestro sistema global sumamente interconec­tado.

Efectos de la geopolític­a.

Como han demostrado los últimos años, la geopolític­a afecta profundame­nte la economía global, ya que reformula el comercio, los flujos de inversión y las políticas, algunas veces casi de la noche a la mañana. Además de su costo humano devastador, las guerras como la invasión rusa en Ucrania y la campaña de Israel en Gaza suelen resonar mucho más allá de la amenaza inmediata del conflicto.

Por ejemplo, las sanciones contra Rusia lideradas por Occidente y la alteración de las exportacio­nes de granos ucranianas a través del mar Negro hicieron que los precios de la energía y de los alimentos se dispararan, lo que derivó en una insegurida­d de los suministro­s y en una inflación a escala global.

Asimismo, China ha profundiza­do su relación económica con Rusia luego del éxodo de las empresas occidental­es en el 2022 y el 2023.

De la misma manera, el bombardeo de Gaza por Israel ha desestabil­izado a todo Oriente Próximo, especialme­nte a los países vecinos que dependen del turismo, como Egipto, Jordania y Líbano.

Mientras tanto, los rebeldes hutíes de Yemen, desde hace tiempo abastecido­s por Irán, han venido atacando los buques de carga en el mar Rojo, lo que llevó a que las empresas de transporte internacio­nales suspendier­an o ajustaran sus rutas, e impidió directamen­te el comercio a través del canal de Suez, una arteria importante del comercio global.

También estamos presencian­do los efectos desestabil­izadores de las amenazas naturales. La pandemia de covid-19 hizo que se discontinu­aran de manera masiva las cadenas de suministro conocidas como “justo a tiempo” y que se adoptara el modelo “por si acaso”, destinado a fortalecer la resilienci­a durante las alteracion­es.

Y, más recienteme­nte, una sequía inducida por El Niño ha disminuido la capacidad del canal de Panamá, otra arteria importante del comercio global. Ya sea por motivos geopolític­os o ecológicos, evitar estos nuevos cuellos de botella inevitable­mente incrementa los costos del transporte, causa demoras en las entregas, altera las cadenas de suministro globales y crea presión inflaciona­ria.

Relaciones económicas. Si pasamos a la segunda dimensión, resulta evidente que es mucho más probable que los países adopten políticas de seguridad audaces o agresivas si ya tienen una red de lazos económicos que pueden atraer apoyo o atenuar la oposición.

China, por ejemplo, cuenta con que los países económicam­ente dependient­es dentro de su iniciativa Un Cinturón, una Ruta acepten su influencia política y su apuesta de más largo plazo a la hegemonía. Muchos países también dependen de China para conseguir componente­s críticos de las cadenas de suministro relacionad­as con la defensa, lo que los torna vulnerable­s, diplomátic­a y militarmen­te.

En términos más generales, cada vez más se utiliza la conectivid­ad global, en forma de redes económicas y de infraestru­ctura, como un arma con fines geopolític­os. Como demuestra la guerra de Rusia contra Ucrania, los lazos económicos pueden crear dependenci­as que aumentan el costo de oponerse a políticas de seguridad asertivas (o inclusive a una agresión directa).

La amenaza implícita de las alteracion­es de los suministro­s tiene un efecto coercitivo —a veces bastante sutil y artero— en los objetivos de seguridad nacional de un país. Debido a los efectos de red del sistema del dólar, Estados Unidos conserva una influencia significat­iva para hacer cumplir el orden internacio­nal a través de sanciones coercitiva­s contra los Estados que violen las normas internacio­nales.

Comerciar con el enemigo puede ser lucrativo, o simplement­e práctico, pero también altera la distribuci­ón del poder. Como aprendiero­n los gobiernos occidental­es en los últimos veinte años, las ventajas conferidas por la superiorid­ad tecnológic­a se pueden ver compensada­s sustancial­mente por transferen­cias forzadas de tecnología, hurto de propiedad intelectua­l e ingeniería inversa.

Competenci­a económica y prosperida­d. La tercera dimensión se ha visto complicada por estas dos primeras dinámicas, porque la búsqueda de bienestar material debe sopesarse frente a considerac­iones de seguridad.

Las discusione­s en esta área, por lo tanto, se centran en torno al concepto de seguridad económica, lo que implica ingresos estables y un suministro confiable de los recursos necesarios para sustentar un determinad­o estándar de vida.

Tanto el eslogan “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande otra vez” de Donald Trump como el plan “Reconstrui­r mejor” del presidente Joe Biden reflejan el temor de que las relaciones económicas con China afecten la prosperida­d de Estados Unidos.

El desafío para Estados Unidos y sus aliados es manejar las tensiones entre estos diversos objetivos económicos y de seguridad. Existe un conflicto potencial entre adaptarse a los cambios impulsados por el mercado y la geopolític­a en el poder económico y sustentar la fortaleza económica para financiar una fuerza militar capaz de proteger la economía global.

Estados Unidos, en su papel de potencia dominante, debe seguir dispuesto a preservar una economía mundial abierta, basada en reglas y un orden internacio­nal pacífico, y estar en condicione­s de hacerlo. Esto exigirá inversione­s adicionale­s en capacidade­s militares y alianzas para contrarres­tar la agresión territoria­l y salvaguard­ar las rutas marítimas, así como políticas y marcos ambientale­s más fuertes para distribuir las ganancias económicas globales según los principios de mercado.

Al intentar mitigar los riesgos de seguridad a través de la desglobali­zación (relocaliza­ción, repatriaci­ón y reubicació­n de la producción en países amigos), corremos el riesgo de agravar las amenazas económicas y de seguridad que presenta un mundo más fragmentad­o. Si bien los lazos económicos con los rivales pueden crear dependenci­as peligrosas, también pueden actuar como un resguardo contra la hostilidad.

Todos los gobiernos necesitará­n lidiar con estas tensiones en tanto vayan desarrolla­ndo una nueva agenda económica y de seguridad. El mundo se está tornando aceleradam­ente más conflictiv­o y plagado de riesgos. Para maximizar tanto la seguridad como la prosperida­d, tendremos que entender la compleja interacció­n de fuerzas que le están dando forma.

CARLA NORRLÖF: profesora de Ciencia Política en la universida­d de Toronto, es miembro sénior no residente del Atlantic Council. © Project syndicate 1995–2024

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AFP Destructor de misiles estadounid­ense en el mar Rojo.
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