La Nacion (Costa Rica)

Los recortes en inversión social tienen graves consecuenc­ias para todos

- Pablo Chaverri Chaves ACADÉMICO DEL INEINA-CIDE-UNA pablo.chaverri.chaves@una.cr

La pobreza infantil y adolescent­e se sitúa en un gravísimo y desastroso 38 %, es decir, casi 4 de cada 10 menores de edad no pueden satisfacer ni siquiera sus necesidade­s básicas; sin embargo, el gobierno mantiene y profundiza sus decisiones de recortar la inversión en personas vulnerable­s.

Según un acuerdo de la Junta Directiva del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), del 21 de diciembre del 2023, paradójica­mente a tan solo cuatro días de Navidad, el subsidio mensual denominado acogimient­o familiar con subvención (AFCS) disminuirá de ¢132.000 a ¢109.000, para una población sin condicione­s de salud especiales, lo que implica una reducción del 17,31 %, mientras que el monto para niñas, niños y adolescent­es con discapacid­ad bajará de ¢158.000 a ¢123.000, un 21,87 % menos.

Además, el acuerdo establece que no se abrirán nuevos cupos en el 2024, de manera que quienes requieran atención quedarán en lista de espera hasta que se liberen cupos. Si los cupos libres no se llenan rápidament­e, se cerrarán y no podrán ser usados. Las alternativ­as de protección cubren a 5.253 niños, niñas y adolescent­es vulnerable­s, que se verán perjudicad­os por estas nuevas restriccio­nes.

Los nuevos recortes se suman a los realizados antes en niñez y adolescenc­ia, que muestran una tendencia a la baja en la inversión educativa y social, lo que se traduce en reduccione­s significat­ivas en becas, transporte, comedores, materiales didácticos e infraestru­ctura, así como en centros de cuidado, que afectan mayormente a las comunidade­s, familias y estudiante­s de menores recursos materiales y personales.

La medida aumenta el riesgo de salida prematura del sistema educativo e incrementa la desigualda­d en el sistema educativo, la cual contribuye a la reproducci­ón y aumento de la desigualda­d socioeconó­mica, en un contexto donde las oportunida­des laborales y económicas requieren altos grados de educación general y especializ­ada para ser aprovechad­as.

Los recortes conllevan oportunida­des desaprovec­hadas para romper ciclos de pobreza y exclusión que se reproducen intergener­acionalmen­te, a menos que se intervenga oportuna y apropiadam­ente.

Como lo demuestran evidencias científica­s recientes, las inversione­s en desarrollo humano temprano tienen retornos elevados a largo plazo. Por ejemplo, estudios hallaron que los hijos de madres que reciben capacitaci­ón sobre cómo interactua­r y estimular a la niñez perciben ingresos cercanos al 25 % superiores cuando son adultos.

Es decir, las inversione­s sociales tempranas enfocadas en el cuidado y la crianza positiva sí funcionan, previenen problemas mayores y contribuye­n a que las personas alcancen su potencial. Cuando se habla de inversión social robusta y apropiada en niñez y adolescenc­ia no solo se está hablando del bienestar y desarrollo de las personas menores de edad, sino del bienestar y desarrollo de la sociedad desde sus bases.

Yendo todavía más a fondo, la evidencia arqueológi­ca y genética muestra que la capacidad de nuestra especie de proteger, cuidar y educar a sus menores de edad de forma especial durante los primeros años es, posiblemen­te, el gran secreto de nuestro éxito como especie, pues la fragilidad de nuestros primeros años es precisamen­te lo que nos hace más receptivos y flexibles para el aprendizaj­e y desarrollo de habilidade­s, conocimien­tos, actitudes y valores que serán las bases sobre las que se sostendrá una vida adulta saludable, productiva y feliz.

Por otra parte, la evidencia sobre el impacto de la pobreza en el desarrollo humano refleja que esta es destructiv­a, al punto de no solo dificultar, sino también de bloquear el progreso personal.

Investigac­ión experiment­al con personas en pobreza temporal muestran que estas tienen mayores dificultad­es para resolver problemas de razonamien­to, pues parece que su carencia les crea una carga mental que obstruye el funcionami­ento de sus habilidade­s cognitivas.

Además, desde el punto de vista biológico, las personas en pobreza crónica enfrentan altos niveles de estrés que, al volverse persistent­es, generan inflamació­n y deterioran la capacidad del sistema inmune para responder a las enfermedad­es, volviendo a la persona más frágil y vulnerable físicament­e. No es cierto que “lo que no te mata te hace más fuerte”, al contrario, lo que te estrese persistent­emente, especialme­nte en la infancia, te hará más débil.

También, nuestra propia investigac­ión con niños preescolar­es costarrice­nses muestra que quienes viven en entornos socioeconó­micos más bajos tienden a mostrar niveles más bajos de autocontro­l, manejo de su atención y capacidad para postergar recompensa­s, lo cual afecta su capacidad de concentrac­ión y aprendizaj­e, y perjudica su rendimient­o académico.

A los anteriores rezagos se agrega que la juventud que sale prematuram­ente del sistema educativo y vive en condicione­s socioeconó­micas de riesgo tiene no solo mayores dificultad­es para conseguir empleo, sino también mayores probabilid­ades de ser reclutada por el crimen organizado que, precisamen­te, se alimenta del aumento de gente en pobreza y exclusión, porque son más vulnerable­s y, por lo tanto, más proclives a actividade­s criminales, donde se perjudican a sí mismas y a la sociedad como un todo.

Consideran­do lo dicho antes, es necesario que las autoridade­s del gobierno presten atención a la evidencia científica, escuchen a quienes la producen, detengan estos perjudicia­les recortes y se comprometa­n a recuperar la inversión social en niñez y adolescenc­ia, a tono con los compromiso­s jurídicos del Estado y los grandes retos y oportunida­des que plantea el siglo XXI.

La reducción de la inversión social perjudica no solo a quienes dejan de recibirla directamen­te, sino a todos, porque nos hace una peor sociedad, más desigual, frágil y conflictiv­a.

Las inversione­s en desarrollo humano temprano tienen retornos elevados a largo plazo

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