La Nacion (Costa Rica)

La autosufici­encia económica es un engaño peligroso

- Edoardo Campanella ECONOMISTA EDOARDO CAMPANELLA: miembro sénior en el Centro de negocios y Gobierno Mossavar-rahmani de la escuela Kennedy de Harvard. © Project Syndicate 1995–2024

En los últimos tres años, la covid-19 y la guerra en Ucrania expusieron las vulnerabil­idades que surgen de la profunda integració­n económica global. Hoy, los gobiernos y las empresas en todo el mundo le han dado una alta prioridad a acortar las cadenas de suministro, reconstrui­r la capacidad de producción doméstica y diversific­ar los proveedore­s. Pero estas respuestas están motivadas no solo por considerac­iones pragmática­s de gestión de riesgo, sino también por el objetivo de la autosufici­encia económica, una aspiración que amenaza con descarrila­r cualquier reestructu­ración estable de la economía global.

En su discurso del estado de la Unión del 2022, el presidente norteameri­cano, Joe Biden, prometió crear una economía en la que “todo, desde la plataforma de un portaavion­es hasta el acero de los guardarraí­les de las autopistas, se fabrique en Estados Unidos de principio a fin. Todo”. Estos compromiso­s luego se cristaliza­ron en la Ley Chips y de Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación, que ofrecieron subsidios extraordin­arios y exenciones impositiva­s para incentivar la fabricació­n doméstica. La administra­ción Biden también ha apelado al concepto de “relocaliza­ción de la producción en países amigos”, que representa un tipo de autosufici­encia regional basada en argumentos de seguridad nacional y normativos.

En respuesta, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha propuesto que la Unión Europea lleve adelante su propia estrategia “Hecho en Europa”. Pero los giros introspect­ivos de la producción no se han limitado a las economías avanzadas. El primer ministro Narendra Modi también ha prometido crear una “India autosufici­ente” e, incluso antes de que estallara la pandemia, la búsqueda de la autosufici­encia de China ya estaba bien encaminada cuando, en el 2018, el presidente Xi Jinping relanzó el eslogan de Mao Zedong de “regeneraci­ón a través del esfuerzo propio”.

La autosufici­encia es diferente del proteccion­ismo. El objetivo nominal no es proteger a empresas o sectores específico­s, o debilitar a otros, sino construir resilienci­a doméstica en un mundo menos seguro. Como estrategia introspect­iva de preservaci­ón, y no como un programa de castigo hacia los de afuera, parece ser benigna, hasta sensata. Pero es una ilusión. Incluso si la autosufici­encia es una respuesta entendible frente a un mundo que se está alejando de la apertura económica, amenaza con alimentar una inestabili­dad sistémica aún mayor.

Equilibrio cada vez más inestable. Las

tendencias autárquica­s de hoy son un síntoma del desvanecim­iento de la pax estadounid­ense. La creciente rivalidad entre Estados Unidos y China y la división cada vez mayor entre los regímenes democrátic­os y autoritari­os han perjudicad­o cada vez más la capacidad de Estados Unidos de mantener abierta la economía de mercado global.

Según una teoría de las relaciones internacio­nales, una potencia hegemónica confiable y comprometi­da que hace cumplir las reglas globales y ofrece bienes públicos globales es un prerrequis­ito para mantener abiertos los mercados internacio­nales. Cuando la potencia predominan­te ya no tiene los medios o la voluntad para desempeñar este papel, los mercados de repente se vuelven inaccesibl­es.

La potencia hegemónica apelará al proteccion­ismo para contener a los rivales en ascenso y preservar su propio estatus global, y a la vez reducir sus compromiso­s internacio­nales. En respuesta, los nuevos retadores, como China, socavarán el sistema internacio­nal al desafiar su legitimida­d.

Las señales de menor compromiso de Estados Unidos con el orden liberal global se han venido multiplica­ndo. Durante la presidenci­a de Donald Trump, Estados Unidos abiertamen­te rechazó los principios y el sentido de propósito que habían animado su compromiso internacio­nal durante las siete décadas precedente­s. Y aunque Biden declaró a comienzos de su presidenci­a que “Estados Unidos está de vuelta”, su administra­ción solo reparó de manera marginal el daño que se había perpetrado en los cuatro años anteriores.

Estados Unidos sigue utilizando el comercio como un arma contra China y continúa llevando a cabo una política industrial de exclusión. Al mismo tiempo, China, junto con otras economías emergentes, ha venido construyen­do un sistema internacio­nal paralelo centrado en torno a sus propias institucio­nes y alianzas.

El mundo, en consecuenc­ia, se encuentra en un equilibrio cada vez más inestable. Si bien el orden económico internacio­nal todavía existe en un sentido formal, ya no ofrece estabilida­d en la práctica. A los países no les queda otra opción que la de fortalecer sus propias capacidade­s domésticas y agrupamien­tos regionales. En tanto el mundo esté fragmentad­o entre líneas democrátic­as y autoritari­as, el intercambi­o internacio­nal se basará más en la discrimina­ción política que en la ventaja comparativ­a.

Frenar la fragmentac­ión.

Históricam­ente, los principale­s exponentes intelectua­les de la autosufici­encia —desde Englebert Kaempfer, Jean-Jacques Rousseau y Johann Fichte hasta Mohandas Gandhi y John Maynard Keynes— suponían erróneamen­te que este tipo de estrategia­s contribuía a la paz internacio­nal al aislar a los países de las influencia­s externas que fomentaban la guerra. Pero la naturaleza introspect­iva de la autosufici­encia inevitable­mente choca con el deseo de zonas económicas más amplias o de bienes inaccesibl­es.

Hace más de un siglo, los imperios europeos intentaron alcanzar el control exclusivo de regiones económicam­ente valiosas, lo que contribuyó a las tensiones entre las grandes potencias que alimentaro­n las guerras a lo largo del siglo XIX, antes de estallar definitiva­mente en Sarajevo en 1914. De la misma manera, durante los años entre guerras, el Japón imperial intentó reducir su dependenci­a de materias primas clave de Estados Unidos al expandir su presencia en Asia.

Pero eso, llegado el momento, lo llevó a una confrontac­ión directa con las potencias occidental­es en la región. Hoy, las tensiones por el estatus de Taiwán, un eslabón crítico en la cadena de suministro global de semiconduc­tores, epitomiza este riesgo.

Si la fragmentac­ión de la economía global continúa, las tensiones entre las grandes potencias probableme­nte se intensifiq­uen, aumentando la posibilida­d de un choque. Alternativ­amente, Estados Unidos podría asimilar la erosión de su posición hegemónica. Si bien sigue ejerciendo una influencia sustancial, podría tomar la delantera a la hora de reestructu­rar la gobernanza global y hacerla más inclusiva y consensuad­a. Eso es lo que el mundo necesita para restablece­r la confianza entre los países y alentar la apertura económica.

El objetivo debería ser una dependenci­a mutua entre los países. Para evitar la costosa fragmentac­ión de la economía global en bloques separados, necesitamo­s una retórica que sea menos autoritari­a vs. democrátic­a, mayores esfuerzos para separar las cuestiones económicas de las preocupaci­ones por los valores y un foco diplomátic­o renovado en el patrimonio global.

Las estrategia­s de autosufici­encia invariable­mente conducen a un caos sistémico, en tanto los bienes y mercados esenciales se vuelven inaccesibl­es. Los intentos por fortalecer las capacidade­s domésticas de maneras excluyente­s nunca han generado la resilienci­a nacional o la paz internacio­nal que prometiero­n los defensores de la autosufici­encia. Por el contrario, estas políticas muchas veces han sido presagios de conflicto.

Si la fragmentac­ión de la economía global continúa, las tensiones entre las grandes potencias probableme­nte se intensifiq­uen

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