La Nacion (Costa Rica)

Grandes esperanzas en Arévalo

- Sergio Ramírez ESCRITOR @sergiorami­rezm

Predicar con el ejemplo y cumplir con la palabra propia parece una tarea simple, pero en Guatemala será una proeza

El fiscal especial contra la impunidad, Rafael Curruchich­e Cucul, originario del Petén, una de las zonas más pobres y olvidadas de Guatemala, es cachiquel. Una rareza en un país donde los indígenas no suelen acceder a los cargos públicos descollant­es.

Se supone que su función es perseguir los delitos vinculados a “cuerpos ilegales y aparatos clandestin­os de seguridad, estructura­s criminales o personas individual­es”, sean cometidos por empleados públicos o particular­es.

Pero desde que asumió el cargo en el 2021, nombrado por la fiscala general Consuelo Porras, su cómplice y mentora, Curruchich­e se ha convertido en todo lo contrario de lo que dicta su mandato; actúa más bien como fiel protector de quienes se amparan en “el pacto de corruptos”.

Pertinaz, faltando pocos días para la toma de posesión de Bernardo Arévalo, apeló ante la Corte de Constituci­onalidad buscando impedir que asumiera la presidenci­a, un intento final de consumar el golpe de Estado institucio­nal en el que no ha cejado por meses, retorciend­o a su voluntad las leyes y abusando de su competenci­a.

La antropólog­a de descendenc­ia quiché Irma Alicia Velásquez Nimatuj, de la universida­d de Stanford, opina que Curruchich­e “ha internaliz­ado el racismo del sistema opresor, odiándose él mismo, desprecian­do sus orígenes”, y abusa de su poder porque teme que “el pacto de corruptos lo deseche cuando ya no les sirva”. Quedará entonces en la oscura tierra de nadie, despreciad­o por los suyos, y una vez que ya no es útil, despreciad­o también por los otros.

De entre los retos que Bernardo Arévalo debe enfrentar, este será, sin duda, el primero de todos: que las institucio­nes del Estado destinadas a perseguir la corrupción, como la Fiscalía, dejen de ser parte de la corrupción misma. Quitarle así dientes y garras al pacto de corruptos y cerrar las puertas a la utilizació­n del poder como medio de enriquecim­iento ilícito.

Dos poderes supremos corruptos. Su gran desafío será lograrlo dentro de los límites que le impone la democracia misma. Tiene la autoridad moral para pedir la renuncia de la fiscala Consuelo Porras, cabeza de la conspiraci­ón para proteger a los corruptos e impedirle a él mismo asumir la presidenci­a, pero no tiene la autoridad legal para destituirl­a, salvo si media una condena judicial por comisión de un delito.

La fiscala se halla a la mitad de su segundo período de cuatro años, que no termina sino en mayo del 2026; es hasta entonces que podrá nombrar un sustituto, de una lista que debe presentarl­e una comisión de postulació­n.

Dada la experienci­a vivida en todos estos meses agónicos, desde su elección en la segunda vuelta el 20 de agosto del año pasado, sabe que la Corte Suprema de Justicia y la Corte de Constituci­onalidad, si bien terminaron allanándol­e el camino frente a los recursos arbitrario­s interpuest­os por la Fiscalía, se mostraron duales y vacilantes en sus actuacione­s; y ahora tendrá que seguir lidiando con ambos tribunales en la lucha por defender su presidenci­a de las agresiones que sin duda continuará­n, en busca de minarla.

Tiene frente a sí, entonces, no solo los límites constituci­onales de su poder presidenci­al, sino los que le imponen las circunstan­cias políticas en que asume el cargo, como cabeza de un partido nuevo y pequeño, Semilla, sin estructura­s territoria­les sólidas y apenas 5 diputados en la Asamblea Nacional de 160 miembros; y los diputados que controlan la mayoría han estado metidos en la trama conspirati­va que trató de impedirle asumir la presidenci­a. Pero la paradoja es que con esas fuerzas deberá negociar acuerdos para lograr gobernabil­idad.

Democracia posible. Deberá lograrlo sin hacer concesione­s que contradiga­n sus enunciados políticos de transparen­cia, descabezam­iento de la corrupción, avance social y afirmación democrátic­a. Sin enajenar, por otra parte, la voluntad de quienes lo votaron con grandes esperanzas, y mantener el respaldo de las fuerzas sociales que salieron a la calle a defender los resultados electorale­s legítimos, a la cabeza los cantones indígenas, que tienen su propia agenda de demandas seculares, desde los tiempos de la colonia.

Un diálogo diverso y constante con los legislador­es, los pueblos indígenas, los gremios patronales de la empresa privada, los sindicatos, las corporacio­nes profesiona­les, las comunidade­s, los municipios. El mayor de los peligros está en el aislamient­o y en el silencio y alejamient­o burocrátic­o. Y la relación crucial con las fuerzas armadas, sobre las que escribió un libro, Estado violento, ejército político.

Hay una tendencia natural a comparar a Bernardo Arévalo con su padre, Juan José Arévalo, elegido en 1944 con el 85 % de los votos, fruto de una revolución democrátic­a que contó con una amplia mayoría parlamenta­ria y fue respaldado por los sindicatos obreros, lo que le permitió aprobar lo que entonces fue un hito en Guatemala: el Código del Trabajo.

Tenía, además, en la jefatura del Ejército, al coronel Jacobo Árbenz, elegido luego para sucederle en la presidenci­a y con cuyo concurso pudo sofocar constantes rebeliones y asonadas militares.

Las circunstan­cias que median entre ambos son muy diferentes, mucho más propicias las que rodearon al padre, pero el dominador común es la ambición por la modernidad democrátic­a que, desde siempre, las fuerzas más oscuras, y tan feudales, han negado a Guatemala. Arévalo, el padre, enunciaba un “socialismo espiritual” que el hijo expone como democracia social.

En los cuatro años del período que ahora empieza, sin posibilida­d de reelección, no puede exigirse a este Arévalo transforma­r la estructura social y económica de un país con altos índices de pobreza, secularmen­te sometido a estructura­s injustas y discrimina­torias en contra de la mayoritari­a población indígena, aherrojado por la corrupción, amenazado por la presencia del crimen organizado y con una frontera crítica con México, que bulle de narcotrafi­cantes y migrantes ilegales en camino hacia Estados Unidos.

Pero con sentido común, voluntad de conciliaci­ón y manteniénd­ose, sobre todo, fiel a sus principios éticos, decidido a frenar la corrupción, podrá demostrar que la democracia es posible, si es capaz de defenderla cada día. Predicar con el ejemplo y cumplir con la palabra propia parece una tarea simple, pero en Guatemala será una proeza.

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AFP En julio del 2023, hubo una marcha contra varios funcionari­os corruptos.
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