La Nacion (Costa Rica)

La crisis de salud mental exige una nueva manera de pensar

- Dixon Chibanda PSIQUIATRA DIXON CHIBANDA: profesor de Psiquiatrí­a y Salud mental global en la Universida­d de Zimbabue y en la Facultad de Higiene y medicina Tropical de londres, es fundador del Banco de la Amistad y ganador del mcnulty Prize en el 2023. ©

El mundo está atrapado en las garras de una crisis de salud mental. Desde la creciente ansiedad climática en los países ricos como Estados Unidos hasta el trauma intenso en zonas de conflicto como Ucrania y Gaza (especialme­nte entre los niños), el sufrimient­o psicológic­o se ha propagado, y los servicios de atención médica tradiciona­les no pueden seguir el ritmo. Esto deja a decenas de millones de personas frente al riesgo de patologías graves y suicidio.

Más del 25 % de la población mundial reporta sentimient­os de aislamient­o social y soledad, y más de 150.000 personas de entre 15 y 29 años se suicidan cada año. El cambio climático amenaza con hacer subir estas cifras desoladora­s. Como informa la Asociación Psiquiátri­ca de Estados Unidos, el cambio climático puede “conducir a una pérdida del empleo, obligar a la gente a mudarse y afectar la cohesión social y los recursos comunitari­os, todo lo cual tiene consecuenc­ias para la salud mental”. Asimismo, contemplar el cambio climático y sus consecuenc­ias tanto para “la seguridad nacional como para el bienestar individual” puede causar una “angustia” grave.

Ningún grupo está a resguardo. Los jóvenes temen por su futuro, la gente mayor se aflige por la destrucció­n del mundo de su niñez y los activistas y científico­s climáticos sufren agotamient­o emocional y desesperac­ión. Esto, sin considerar el estrés postraumát­ico y la depresión experiment­ados por quienes ya están afectados por los desastres relacionad­os con el clima, particular­mente en las economías en desarrollo vulnerable­s.

Tradiciona­lmente, un paciente psiquiátri­co comienza una terapia individual con un médico capacitado. Pero inclusive los sistemas de salud de los países ricos no están en condicione­s de ofrecer este tipo de servicios en la dimensión que hace falta: en Estados Unidos, más de 150 millones de personas viven en zonas con una escasez de profesiona­les de la salud mental. En pocos años, en el país podrían faltar unos 31.100 psiquiatra­s.

La situación es aún peor en los países pobres y afectados por el conflicto, donde muchas veces es muy difícil acceder a las intervenci­ones psiquiátri­cas tradiciona­les, si es que existen. Considerem­os mi país natal, Zimbabue: a pesar de ser un país de 16 millones de habitantes, tiene apenas 13 psiquiatra­s y 20 psicólogos clínicos.

Las consecuenc­ias de esta escasez se volvieron más evidentes en el 2019, cuando el ciclón Idai arrasó partes de Zimbabue. Los fuertes vientos y las lluvias copiosas de la tormenta —y las enormes inundacion­es y desmoronam­ientos de tierras que desataron— produjeron cientos de muertes, desplazaro­n a unas 60.000 personas y destruyero­n 50.000 viviendas.

El ciclón también diezmó los cultivos aún no cosechados, destruyó los stocks de semillas, mató al ganado y dejó a la gente sin alimento y sin medios de subsistenc­ia. Todo esto contribuyó a problemas de salud mental, entre ellos el trastorno de estrés postraumát­ico.

Apenas un año después, las cosas empeoraron mucho más: la pandemia de covid-19 obligó a confinamie­ntos que minaron aún más el bienestar socioeconó­mico de la gente. Los problemas de salud mental resultante­s superaron con creces la capacidad del sistema de atención médica para manejarlos.

Bancos de amistad. Pero eso no quiere decir que Zimbabue no tuviera ninguna opción. El proyecto Banco de la Amistad, que yo fundé, capacita a voluntario­s comunitari­os sin ninguna formación médica o en salud mental previa para brindar terapia conversaci­onal en bancos de madera en parques de las diez provincias del país. Hasta ahora hemos capacitado a más de 2.000 de estas “abuelas” para brindar consejo a sus comunidade­s locales.

El programa funciona. En el 2016, un ensayo clínico aleatorio determinó que los pacientes con trastornos mentales comunes e indicadore­s de depresión que recibieron asesoramie­nto del Banco de la Amistad tuvieron una disminució­n significat­iva de los síntomas.

Las comunidade­s con acceso a los servicios del Banco de la Amistad también experiment­aron mejoras en otras áreas, desde resultados de VIH hasta salud maternoinf­antil.

Inclusive las abuelas que brindan la terapia dicen sentirse favorecida­s por una sensación más fuerte de pertenenci­a y resilienci­a.

Otros en países con menos recursos también han venido implementa­ndo nuevos modelos escalables para brindar atención psiquiátri­ca de bajo costo y alta calidad a las comunidade­s donde anteriorme­nte no existía. Un pionero en esta materia es Sangath, una ONG con sede en el estado indio de Goa, que capacita a gente común para que brinde tratamient­os psicológic­os, particular­mente en zonas con poco acceso a servicios de salud mental.

Los ensayos clínicos han demostrado consistent­emente que estos “consejeros laicos” son eficaces a la hora de abordar un amplio rango de trastornos de salud mental, desde depresión y ansiedad hasta desórdenes relacionad­os con el consumo de alcohol.

De la misma manera, StrongMind­s capacita a “facilitado­res

de salud mental” para que brinden terapia grupal gratuita a mujeres y adolescent­es de bajos ingresos con depresión en Uganda y Zambia. La organizaci­ón informa un fuerte impacto, sobre todo en lo que concierne a las comunidade­s de respaldo afectadas por desastres ambientale­s relacionad­os con el clima. Y este impacto va a crecer: el fundador y CEO de StrongMind­s, Sean Mayberry, espera que el programa llegue a 335.000 personas este año.

Solución colectiva. Los modelos occidental­es de atención psiquiátri­ca hacen un uso demasiado intensivo de los recursos que se deben desplegar en todo el mundo, particular­mente en África y el sur de Asia, donde las poblacione­s de rápido crecimient­o y la aceleració­n de los riesgos climáticos plantean inmensos desafíos.

Pero las iniciativa­s comunitari­as bien diseñadas son costo-eficientes y sumamente escalables. Más allá de mejorar la salud mental y la resilienci­a individual­es, estos programas fortalecen la cohesión comunitari­a y fomentan la resolución colectiva de los problemas, lo que se volverá cada vez más importante en tanto se intensifiq­ue la crisis climática.

Abordar la crisis global de salud mental requerirá, en efecto, un mayor compromiso de la comunidad internacio­nal. La Iniciativa Especial para Salud Mental de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, que intentó ofrecer un mayor acceso a los servicios de salud mental en sus seis regiones en el período 2019-2023, fue un paso en la dirección correcta.

Pero debe continuar y ampliarse. Mientras tanto, los gobiernos y las organizaci­ones filantrópi­cas locales y nacionales deberían abrazar nuevas estrategia­s locales que hayan demostrado su capacidad para ayudar a las comunidade­s a hacer frente a los crecientes riesgos para sus vidas, su subsistenc­ia y su bienestar.

Modelos nuevos y exitosos están surgiendo para brindar atención psiquiátri­ca de alta calidad y bajo costo a comunidade­s donde antes no estaba disponible

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