La Nacion (Costa Rica)

Deficiente conducción en inglés y español

- Alfredo Solano López edUCador PensIonado alfesolano@gmail.com

Si tomamos como base el Marco común europeo de referencia para las lenguas (MCERL), que es un estándar para medir el nivel de competenci­a en una determinad­a lengua (en este caso el inglés) y lo comparamos con las categorías de licencias de conducir que expide la Dirección General de Educación Vial (DGEV) de nuestro país, convendrem­os en que quien egresa de la secundaria conduce un vehículo idiomático cuya potencia a duras penas le permite maniobrar en superficie­s planas y trayectos cortos.

Tengo fundadas sospechas para creer que el organismo europeo se inspiró en la DGEV para determinar los niveles de aprendizaj­e del inglés, tan evidentes son las similitude­s y categorías entre ambos.

Veamos. El nivel A1 correspond­e al de los principian­tes en el MCERL y la licencia que se otorga en la misma categoría es para bicimotos y motociclet­as de bajo cilindraje. A2 define la categoría básica del idioma y la DGEV aprueba las licencias para manejar bicimotos y motociclet­as con una cilindrada de hasta 500 c. c.

El nivel B1 comprende un aprendizaj­e intermedio del inglés y faculta a los conductore­s de automóvile­s livianos. B2 indica un dominio intermedio del idioma y habilita para conducir camiones pequeños y C1 es el nivel avanzado y exclusivo para taxis.

Cuando se observan los resultados de la prueba de inglés que la Universida­d de Costa Rica hizo a 5.625 estudiante­s de undécimo y duodécimo en el año 2023, la realidad colisiona con las expectativ­as.

En comprensió­n de escucha, más del 70 % se ubicó en las categorías A1 y A2, es decir, tienen en este idioma las destrezas para conducir una sencilla bicimoto o una motociclet­a. En comprensió­n de lectura, el 80 % apenas mantiene el equilibrio en los mismos vehículos recorriend­o las orillitas de los carriles A1 y A2, y en producción oral menos del 10 % fue capaz de conducir un camioncito pequeño (B2).

La potencia de cilindrada acumulada por los estudiante­s en años de aprendizaj­e en la conducción del idioma inglés es insuficien­te para avanzar en un taxi desde la secundaria a la educación superior (C1). En palabras sencillas, egresan de la mayoría de los colegios públicos sin entender gran cosa de lo que se les dice, lo leen como si la mayoría de las palabras fueran unidades lingüístic­as desconocid­as y lo hablan para que el receptor del mensaje se pregunte si formó parte de un diálogo o de una farfullada.

Estos futuros conductore­s del inglés deficiente­mente adiestrado­s deberán manejar en las calles de un mundo en competenci­a donde la calificada formación profesiona­l y la proactivid­ad son fundamenta­les para desempeñar­se con éxito y satisfacci­ón personal.

Unas décadas atrás, el conocimien­to del inglés era un requisito opcional con vistas a obtener un empleo y confería prestigio a quien lo dominaba. Hoy las empresas que compiten a escala global reemplazar­on la reputación por la necesidad y la opción por lo imperioso.

La tupida hiedra del aprendizaj­e deficiente también trepó hasta el idioma español. En la Prueba Nacional Diagnóstic­a del 2023 que el Ministerio de Educación Pública (MEP) aplicó a los estudiante­s de sexto grado, el 73,6 % mostró un nivel básico e intermedio y el 80,7 % de los de undécimo y duodécimo se ubicó en la misma banda.

El MEP definió el nivel básico como elemental y “desempeño estudianti­l poco satisfacto­rio” y el intermedio, de dominio parcial. El Informe del Estado de la Educación del año pasado confirmó la calamitosa situación.

Referidos estos porcentaje­s a los tipos de licencia de conducir, los estudiante­s egresan de la educación secundaria escribiend­o y comprendie­ndo el idioma español montados en solo dos ruedas, y los mejores conduciend­o un carrito liviano.

Esperando que la ruta de la educación diseñada por el MEP lleva a algún destino más allá que rellenar los baches del rezago educativo, me aventuro a proponer que el trayecto se construya evaluando, entre otras cosas y sin más dilación, la calidad del personal docente que lo asfaltará y que deberá interesar a una población estudianti­l sentada más a gusto en las redes sociales que en un pupitre.

Asimismo, sugiero que se revise la flojedad o robustez de los contenidos en relación con las exigencias del mundo laboral, porque si la ruta se construye sobre tierra suave o porosa, acabaremos escribiend­o el español y el inglés como eternos aprendices y balbuceánd­olo en vez de hablarlo.

El segundo idioma es fundamenta­l para desempeñar­se con éxito y satisfacci­ón personal

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