La Nacion (Costa Rica)

Destrucció­n creativa

- Francisco Barrientos B. ProFesor de MateMÁtICa­s barrientos_francisco@hotmail.com

Es notorio que en el mundo moderno y globalizad­o muchas empresas, grandes y pymes, nacen y mueren día tras día debido a que el mercado de productos y servicios sigue una lógica de transforma­ciones continuas, muchas veces insospecha­das, a corto y mediano plazo.

Las causas son diversas, pero parece lógico pensar que la libre competenci­a y el anhelo constante de sofisticac­ión y mejora continua hacen que el mercado funcione con una volatilida­d muy compleja y asimétrica para las distintas partes.

Por ejemplo, la incorporac­ión de las cámaras digitales en los teléfonos celulares produjo, en menos de una década, la quiebra y casi desaparici­ón de compañías consolidad­as como Kodak y Polaroid, las cuales poseían un enorme nicho de mercado desde hacía casi un siglo.

Adicionalm­ente, con su caída, provocaron un efecto dominó, pues afectaron indirectam­ente a un conjunto de empresas medianas y pequeñas que funcionaba­n como proveedora­s de materias primas y servicios outsourcin­g.

A partir de sus estudios y reflexione­s sobre este cambio, el economista norteameri­cano Joseph A. Schumpeter (1883-1950) formuló por primera vez la noción de destrucció­n creativa.

Que las empresas y organizaci­ones nacen y desaparece­n es parte del juego doloso, y en ocasiones inevitable, de la lógica del sistema de mercado. Sin embargo, para Schumpeter, la destrucció­n creativa es impulsada no solamente por el libre mercado y el emprendimi­ento, sino principalm­ente por la innovación y la creativida­d de los seres humanos. Así, según este economista, en las sociedades libres, democrátic­as e industrial­izadas, la innovación fue el motor del crecimient­o económico y cultural a partir del siglo XIX.

Pero ¿qué se entiende por innovación? Según el Diccionari­o de la RAE, se refiere a “la creación o modificaci­ón de un producto, y su introducci­ón en el mercado”. Es decir, a partir de esta definición, podemos considerar la innovación como sinónimo del proceso mediante el cual se mejora o inventa un servicio o bien.

¿Y cómo se produce? La respuesta descansa en toneladas de hojas impresas desde tiempos inmemorial­es. Por ejemplo, en palabras del poeta romano Ovidio, “el ingenio nace de la dificultad” (ingenium mala saepe movent), lo que de

forma más explícita es reinterpre­tado modernamen­te por el escritor y matemático Nassim N. Taleb como “el hambre agudiza el ingenio”.

Para el estadista y militar romano Catón el Viejo, una vida de comodidad es enemiga de la voluntad creativa, y ese temor no se limita a lo individual, sino que podría contagiar a la sociedad en su conjunto.

Así, podemos constatar que a lo largo de los siglos pareciera haber una idea común entre los distintos pensadores: la innovación nace de la necesidad y no —como pretenden los ilusos educadores modernos— de lo divertido, la comodidad y la seguridad previsible.

Muy al contrario, la innovación (¡la de verdad!) se produce en escenarios serios de contratiem­pos inesperado­s no irreparabl­es, los cuales despiertan en el ser humano una reacción de motivación añadida frente al mundo de las limitacion­es materiales e intelectua­les; allí, gurús y coaches de la “innovación prefabrica­da” se pierden en sus propias ideas teóricas, que son fácilmente refutadas por el sentido común más ordinario y simple: está más que demostrado que es mucho más difícil gestionar la abundancia que la escasez.

Por eso, una educación que pretende formar alumnos más críticos e innovadore­s no puede estar inspirada en el modelo educativo de la “caja de herramient­as”: tomo lo que necesito cuando lo necesito. ¡Ahí no habrá jamás verdadera innovación ni creativida­d, sino autoengaño y pereza consentida!

No faltarán algunos pedagogos y psicopedag­ogos para quienes la aplicación del término destrucció­n creativa pueda parecer aberrante en el quehacer educativo, dado que, quizás, piensen que estamos tratando con personas y no con productos o bienes comerciabl­es.

Estoy de acuerdo, pero cabe recordar que la innovación no tiene que ver con los sujetos u objetos en sí, sino con el proceso de mejora y superación real de las dificultad­es. En este contexto, la destrucció­n creativa debe interpreta­rse como la superación de autoestado­s de incapacida­d pasiva a partir de la curiosidad, el asombro y el reto de enfrentar nuevas y distintas situacione­s de aprendizaj­e.

Por eso, si un joven estudiante sabe de antemano que las condicione­s cómodas y controlada­s de clase van a darle los réditos que quiere sin necesidad de tener que esforzarse demasiado, este no comprender­á el verdadero valor del conocimien­to ni se preocupará por cultivar el talento.

La destrucció­n creativa en educación exige que se “rompan cosas” (hábitos, prejuicios, incompeten­cias) para que los jóvenes tengan la osadía de gestionar mejor sus carencias cognitivas, con la alegría y la motivación que supone.

Para Catón el Viejo, una vida de comodidad es enemiga de la voluntad creativa

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