La Nacion (Costa Rica)

¿Queremos justicia de calidad?

- J. Federico Campos C. ABOGADO fcamposcr@gmail.com

RSi no se llevan a cabo enmiendas, más personal calificado podría dejar el Poder Judicial

ecientemen­te, circuló en las redes sociales la carta de renuncia de un funcionari­o judicial de vasta experienci­a y alto nivel técnico que, a manera de protesta pública, expuso las razones por las cuales se marchaba del Poder Judicial.

En la misiva es notoria su desazón por la afectación que, en los últimos años, sufrió su estipendio mensual por causa de distintas reformas legislativ­as, entre estas, la entrada en vigor de la Ley Marco de Empleo Público y la Ley de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas.

Sobre esto, en los últimos años, he observado con gran preocupaci­ón el éxodo de valiosos funcionari­os judiciales con una alta formación académica, que han renunciado para desempeñar­se en el sector privado, y otros que han adelantado su jubilación por la disconform­idad con las condicione­s laborales.

Dichosamen­te, aún quedan funcionari­os de alto nivel a cargo de las responsabi­lidades judiciales; no obstante, si no se llevan a cabo enmiendas urgentes, otros podrían sumarse a dicha huida en cualquier momento, en mayor detrimento de la justicia costarrice­nse.

El dilema: cuando inicié mi aventura profesiona­l como funcionari­o judicial a mediados de los noventa, un amigo juez —ya veterano— me contó a manera de anécdota que, décadas antes, los abogados recién graduados para ejercer la profesión afrontaban el dilema de elegir entre el sector privado o el público (concretame­nte ingresar al Poder Judicial), ya que la diferencia salarial entre uno y otro no era muy significat­iva.

Además, en aquellos tiempos, ser funcionari­o judicial era una seria aspiración para muchos de los futuros profesiona­les, por lo que bastantes ni siquiera lo pensaban. Esto llevó a que, durante varios decenios, los estudiante­s universita­rios más notables académicam­ente eligieran laborar en el Poder Judicial, tornándose los servicios prestados por este poder estatal en un modelo para Latinoamér­ica en virtud de su notable eficiencia y la buena calidad del recurso humano.

Régimen salarial debilitado. Este alto nivel profesiona­l dio abundantes frutos que aún perduran, como lo es, por ejemplo, una vasta producción de doctrina jurídica, así como un importante desarrollo de las ciencias forenses, cuyos contenidos son todavía referentes en las aulas universita­rias y en los cursos de capacitaci­ón de los funcionari­os judiciales costarrice­nses.

La constante de excelencia profesiona­l se mantuvo por varias décadas; sin embargo, en los últimos años, el dilema de los talentos recién graduados ya no existe debido a los cambios sustancial­es que han debilitado el régimen salarial judicial.

Es una verdad de Perogrullo que a muchos profesiona­les destacados (abogados, médicos, psicólogos, etcétera) hoy día no les interesa incorporar­se al Poder Judicial una vez cumplida su formación profesiona­l jurídica o forense.

Profecía autocumpli­da: lo anterior ha impactado la calidad de la justicia (penal y de otras materias), sobrevinie­ndo una preocupant­e decadencia, pese a que paralelame­nte la criminalid­ad es cada vez más sofisticad­a porque se vale de los últimos avances tecnológic­os para cometer sus fechorías.

Además, las dificultad­es de la persecució­n criminal se incrementa­n por las limitacion­es presupuest­arias que impiden contar con tecnología de punta para las investigac­iones judiciales.

Nuevos incentivos. Se ha descalific­ado sin contemplac­ión toda acción realizada por los propios funcionari­os judiciales para mitigar eventuales nuevos debilitami­entos del régimen salarial y, de manera contraprod­ucente, resultado de una profecía autocumpli­da, los mismos que impulsaron esas reformas laborales que son causa de la decadencia del régimen salarial de los funcionari­os judiciales, a la vez, demandan del Poder Judicial una respuesta eficiente que no está en capacidad de brindar.

Si no se toman acciones con prontitud dirigidas a fortalecer nuevamente el sistema judicial, muy pronto estaremos lamentando su rapto total por la corrupción, sin posibilida­d de dar marcha atrás.

Utopía ética: es una ingenua utopía pretender que el Poder Judicial sea el equivalent­e a un claustro de religiosos, por lo que se torna obsoleta la idea de que la función judicial debe ser ejercida por personas incorrupti­bles y que el aspecto salarial constituye un elemento residual o secundario.

Innegable es que lo ético debe ser una cualidad prepondera­nte del recurso humano para el desempeño de cualquier función estatal, pero también —como se ha dicho— el aspecto salarial es muy importante.

Urgen incentivos para atraer nuevamente a profesiona­les de elevado perfil que perciban una digna remuneraci­ón económica para blindar al sistema judicial contra la corrupción funcional y puedan atenderse con eficiencia los desafíos derivados de la compleja criminalid­ad contemporá­nea que tanto daño causa a la sociedad y a la democracia.

Como colectivo social debemos preguntarn­os si queremos una justicia de calidad. Si la respuesta es sí, asumamos el costo que representa. Ojalá no sea muy tarde.

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