Oscuro horizonte
Como país nos estamos adentrando en aguas desconocidas y sobre todo peligrosas. Aunque el mar en el que se navega hoy parece calmo y, en buena medida, son más favorables los vientos y las corrientes actuales que los que se debieron enfrentar en los seis años anteriores, el horizonte no luce promisorio y, por el contrario, se torna más oscuro y tormentoso.
¿Por qué se da esta paradoja? Es evidente que en el último sexenio se navegó por aguas tormentosas.
Una crisis presupuestaria y de financiación gubernamental compleja producto de la incapacidad de alcanzar acuerdos para dar sostenibilidad a la política fiscal, luego el profundo shock que significó la pandemia, después el surgimiento de presiones inflacionarias intensas.
Poco a poco, los efectos adversos de los shocks que se enfrentaron en el pasado reciente fueron, por un lado, diluyéndose gracias al paso del tiempo y la suerte; pero además, contribuyeron a la superación exitosa de esos aciagos tiempos, los acuerdos políticos que permitieron reformas clave y el fortalecimiento institucional.
Fue fundamental el contar con navegantes responsables que supieron leer la coyuntura y sujetaron con fuerza el timón ante las marejadas y cuando los cantos de las sirenas del populismo fueron en aumento, supieron atarse a los mástiles. ¿Por qué el pesimismo si se lograron sortear aguas tan adversas?
Lo primero, es que los problemas son, sin lugar a duda, más retadores y estructurales. En consecuencia, se requieren más que acciones de corto plazo. Urgen acuerdos amplios, decisiones firmes y oportunas y políticas gubernamentales ambiciosas.
Y, como si las aguas que se han de navegar no son ya, de por sí, peligrosas y retadoras, mientras nos dirigimos a ellas somos incapaces de poner en valor las instituciones y la convivencia democrática conduciendo, en un arrebato de indignación y furia colectivas, a las más autodestructivas posturas políticas, que más que posiciones y propuestas ideológicas parecen pulsiones de muerte en alguien sin esperanza, cargado de frustración y odio.
Así, ciudadanías cabreadas y descreídas, terminan entregando el poder y la conducción de lo público a élites irresponsables e incompetentes, que con miopía persiguen sus propios y mezquinos intereses, mientras se navega en dirección a un abismo.