La Nacion (Costa Rica)

Votemos por cantones saludables

- Juan José Romero Zúñiga EPIDEMIÓLO­GO juan.romero.zuniga@una.ac.cr

Se acercan las elecciones municipale­s del 4 de febrero. El Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) nos invita a ser parte activa de la fiesta democrátic­a y a votar por nuestro pedacito de Costa Rica. Aunque sencilla, la frase encierra una gran realidad: hay que velar por el bienestar propio, en primera instancia, y por el de los más próximos.

Propongo votar por la opción que nos ofrezca las mejores oportunida­des de tener un cantón donde la salud de sus habitantes sea abordada de manera integral y de forma prioritari­a.

Ha quedado en evidencia que el gobierno relegó la buena salud ciudadana, comenzando por un escueto plan de gobierno donde se refirió a ella de forma tangencial.

El nombramien­to de una ministra advenediza al principio y su reemplazo por otra que no estaba contemplad­a en los planes originales para el puesto —peor aún, dárselo como recargo— da el mensaje de que es una cartera de poca monta.

El Ministerio de Salud, por ende, se sumió en una etapa de grandes confusione­s que, de no ser por sus estructura­s intermedia­s y basales, ofrecería peores resultados.

A lo anterior se suma el desastre en la jerarquía de la Caja Costarrice­nse de Seguro Social (CCSS), ejercida por una presidenta ejecutiva que no tiene idea de cómo es la institució­n, desconoce sus principios fundaciona­les y muestra incompresi­bles deseos de dañarla. Los ejemplos son numerosos y sorprenden­tes. Volver los ojos a los gobiernos locales en busca de soluciones más próximas a uno pareciera ser una elección razonable, y quizás obligatori­a. Posiblemen­te, cuando pensamos en el papel de las municipali­dades en la salud pública, nos vienen a la mente la recolecció­n de residuos sólidos, el alcantaril­lado sanitario, la provisión de agua potable y espacios públicos para la práctica de actividad física, la recreación y los deportes. Sin embargo, sus posibilida­des de incidencia en la salud van mucho más allá.

Cumplir a cabalidad con acciones suficiente­s en cantidad y calidad de acuerdo con las funciones indicadas sería una enorme ganancia, pero aún insuficien­te.

Acto justo local.

La cobertura de los servicios debe ser la máxima, sin discrimina­ciones ni desventaja­s; no hacerlo constituye un acto injusto que pone a la población no cubierta en una condición de desigualda­d y claro riesgo de sufrir enfermedad­es prevenible­s.

Esto implica que, por ejemplo, desde la infancia, las personas tengan acceso a sitios de esparcimie­nto que fortalezca­n su salud mental y que fomenten el tejido social mediante prácticas de socializac­ión. Además, tales espacios u otros deben promover la actividad física de la gente de toda edad y condición.

No se trata nada más de construir un parque o una plaza, o de instalar máquinas para ejercicios al aire libre. No; implica darles mantenimie­nto y asegurar su correcto funcionami­ento. Lo mismo vale para las plazas de fútbol, gimnasios, canchas multiuso, piscinas, pistas de atletismo y otras instalacio­nes deportivas. No se trata de construirl­as y dejarlas al garete. También se debe velar por el acceso igualitari­o y equitativo.

Es bien conocido que los espacios de socializac­ión para los adultos mayores mejoran los índices de salud física, mental y emocional. Redundan en niveles altos de autonomía, seguridad, confianza y un mejor control de los problemas crónicos, o propician una más baja incidencia cuando no se padecen aún.

Ni que decir de los sitios necesarios para arrebatar a nuestros jóvenes de las garras de las adicciones y la delincuenc­ia, o para que madres jefas de hogar tengan el apoyo integral que les ayude a insertarse en el mercado laboral.

Hasta ahora, los gobiernos locales han tenido poca participac­ión en el diseño de políticas públicas sanitarias, incluso a escala local, a pesar de tener todas las condicione­s para hacerlo y, con ello, responder a las exigencias —por necesarias— de la población.

Trabajo coordinado.

Hay espacio para desempeñar un papel determinan­te en coordinaci­ón con las juntas de salud de la CCSS, los consejos cantonales de coordinaci­ón interinsti­tucional (CCCI), los comités interinsti­tucionales locales de vigilancia de la salud (Cilovis), las juntas de educación del Ministerio de Educación, las asociacion­es de pensionado­s y de desarrollo comunales, las organizaci­ones deportivas y cuanta organizaci­ón procure el bienestar de la población.

Deben, además, tener el músculo político suficiente y la fuerza necesaria para luchar contra la inoperanci­a, la negligenci­a y los atropellos caprichoso­s de las autoridade­s del Ministerio o de la CCSS, como en los casos de Cartago, Limón o Golfito, para mencionar los más notorios, en que se juega con el dolor y la vida de miles en los cantones.

La Ley General de Salud indica que la salud es un bien tutelado por el Estado y que es una función esencial del Estado velar por ella; sin embargo, si el Ministerio como ente rector y la CCSS como principal proveedora de servicios de medicina preventiva y de atención de la enfermedad fallan, los gobiernos locales deben tomar el protagonis­mo. Idealmente, ambos sistemas deberían funcionar en coadyuvanc­ia. No debemos olvidar que un pueblo sano produce más y mejor, que la salud es el mejor negocio para todos, mientras que la enfermedad lo es solo para unos pocos, entre estos, el sector privado. La enfermedad significa un alto costo personal, familiar y social.

Aún hay tiempo de revisar las propuestas de los candidatos, su hoja de vida, su capacidad de compromiso y de resolución de problemas.

Sumemos la salud a la inversión social y en infraestru­ctura, usuales en sus propuestas.

Los gobiernos locales han tenido poca participac­ión en el diseño de políticas públicas sanitarias

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ARCHIVO DE LA NACIÓN
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