La Nacion (Costa Rica)

El comercio como herramient­a para los acuerdos climáticos

- Scott Barrett, Noah Kaufman y Joseph E. Stiglitz

Aun observador casual de la reciente Conferenci­a de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28) en Dubái se le podrá perdonar si le atribuyó mucha importanci­a al evento. Durante las sesiones, el secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió: “Estamos al borde de un desastre climático, y esta conferenci­a tiene que ser un punto de inflexión”. Después, cuando se llegó a un acuerdo final, el ministro canadiense de medioambie­nte, Steven Guilbeault, celebró el logro de “compromiso­s innovadore­s con la energía renovable, la eficiencia energética y la transición al abandono de los combustibl­es fósiles”.

Pero la verdad es que ni el contenido del acuerdo de Dubái ni lo que quedó fuera de él tendrán mucho impacto sobre el cambio climático. Esta película ya la vimos muchas veces, comenzando por el tratado de 1992 que creó el Convenio Marco de la ONU sobre el Cambio Climático.

En aquel momento, todos los países se comprometi­eron a prevenir un cambio climático “peligroso”, para lo que hubiera sido necesaria una reducción drástica de la emisión anual de gases de efecto invernader­o (GEI). Pero la emisión no ha dejado de crecer, aunque a un ritmo más lento que de no haberse firmado el acuerdo. Los compromiso­s voluntario­s han resultado mayoritari­amente vanos.

Seamos claros: no estamos insinuando que todas estas advertenci­as sobre los riesgos climáticos y la necesidad de actuar sean desacertad­as. Somos economista­s que hemos dedicado décadas a estudiar el cambio climático, y sabemos que quienes se oponen a una respuesta significat­iva han usado muchas veces una parte de la bibliograf­ía económica a su favor.

Como señalamos en un informe reciente para el Institute of Global Politics, los modelos económicos con los que se pretende identifica­r políticas “óptimas” para el clima suelen subestimar sistemátic­amente los beneficios de la reducción de emisiones y exagerar los costos.

Negociació­n de acuerdos.

Además, los economista­s se han dejado fascinar por una única solución (los impuestos al carbono) y esto ha llevado al error de afirmar que el modo más eficiente de reducir las emisiones es ponerles precio, y que con eso ya es suficiente.

Pero en realidad, los numerosos fallos de mercado que impiden una transición veloz y equitativa a la neutralida­d de carbono ponen de manifiesto la necesidad de apelar a una diversidad de políticas (incluida la fijación de precio a las emisiones).

Hoy el mundo está lleno de desafíos urgentes que compiten con el cambio climático por la atención de los funcionari­os y de la gente. Por eso, en vez de dar tanta importanci­a a conferenci­as internacio­nales que demandan apoyo unánime, no imponen responsabi­lidades y al final tienen poco efecto sobre las emisiones, deberíamos dirigir nuestras energías hacia la negociació­n de acuerdos que puedan lograr transforma­ciones en unos pocos sectores económicos cruciales.

Ya se sabe que esta clase de selectivid­ad funciona. Basta con pensar en el Protocolo de Montreal, que protege la capa de ozono estratosfé­rica, o en el Convenio Internacio­nal para Prevenir la Contaminac­ión por los Buques (Marpol). A diferencia de los compromiso­s voluntario­s de las COP, estos dos tratados crearon obligacion­es vinculante­s que se pueden hacer valer a través del comercio internacio­nal.

El Protocolo de Montreal prohíbe a los países participan­tes comerciar clorofluor­ocarburos (sustancias químicas destructiv­as de la capa de ozono) con países no participan­tes; y el Marpol estipula que los buques que no cumplan ciertos criterios técnicos no podrán usar los puertos.

Los dos tratados funcionan porque crean una retroalime­ntación positiva: cuantos más países se incorporan, más aumenta la presión sobre los otros para firmarlos. El resultado fue que en unas pocas décadas la capa de ozono volverá a la situación anterior a 1980; y más del 99 % del transporte marítimo de petróleo ahora cumple las normas del Marpol, lo que en la práctica elimina una considerab­le fuente de contaminac­ión marina.

Medidas específica­s. Esta misma idea ya se usó en acuerdos climáticos y funcionó. La Enmienda de Kigali al Protocolo de Montreal estipula el abandono progresivo de los hidrofluor­ocarburos, un potente gas de efecto invernader­o. Igual que los ejemplos anteriores, la enmienda incluye una medida comercial diseñada para crear un efecto de retroalime­ntación positiva en cuanto se haya llegado a un umbral crítico; la estructura hace que a cada país por separado le convenga la ratificaci­ón. Hasta en el polarizado Estados Unidos, el año pasado obtuvo fuerte respaldo bipartidar­io en el Senado.

Ahora tenemos que hacer lo mismo con otras grandes fuentes de emisiones. Por ejemplo, la producción de aluminio es responsabl­e de alrededor del 2 % de la emisión mundial anual de GEI. Pero este sector puede reducir en gran medida sus emisiones usando ánodos inertes en vez de los ánodos de carbono actuales.

Se podría crear un tratado para el aluminio que exija a los firmantes adoptar el uso de ánodos inertes y no importar aluminio de países que no lo hayan firmado.

A diferencia de las amenazas unilateral­es de imponer medidas comerciale­s, este abordaje de los acuerdos climáticos internacio­nales es fundamenta­lmente cooperativ­o y multilater­al. No es como la imposición unilateral de regulacion­es locales a la producción extranjera, como hace la Unión Europea, o el cobro de aranceles basados en la emisión de carbono a determinad­os productos importados sin las correspond­ientes regulacion­es locales, como han propuesto algunos en Estados Unidos. Estos métodos lo único que conseguirá­n es alentar represalia­s.

Para tener éxito, los acuerdos internacio­nales sobre el clima tienen que ser compatible­s con las estrategia­s económicas de los diversos países, en particular los de menos ingresos, como la India, de donde saldrá la mayor parte de las emisiones futuras. Por eso el Protocolo de Montreal y la Enmienda de Kigali incluyen cláusulas para que los países ricos ayuden a los países pobres a pagar el costo de cumplir los acuerdos.

La comunidad internacio­nal aprendió mal la lección del Protocolo de Kioto. Ya debería ser evidente que los compromiso­s voluntario­s y las metas aspiracion­ales no funcionan. El problema de Kioto fue no diseñar bien los incentivos.

Para que el mundo esté más cerca de alcanzar los objetivos del acuerdo de Dubái (una transición veloz y equitativa a la neutralida­d de carbono), los acuerdos climáticos tienen que apuntar a determinad­os sectores individual­es; hay que poner el cumplimien­to de las obligacion­es como condición para acceder a los mercados; y no olvidar el principio de que en las negociacio­nes internacio­nales, los países ricos y los pobres tienen un papel “compartido pero diferencia­do”.

Entonces, las futuras COP podrán dedicarse a resolver otros problemas, en vez de buscar la combinació­n exacta de palabras huecas para que todos estén de acuerdo. SCOTT BARRETT: titular de la cátedra Lenfest-earth Institute de economía de los recursos naturales en la escuela para el Clima de la universida­d de Columbia. NOAH KAUFMAN: investigad­or superior en el Centro sobre Política energética Mundial de la escuela de Asuntos Públicos e Internacio­nales de la universida­d de Columbia. JOSEPH STIGLITZ: ex economista principal en el Banco Mundial y expresiden­te del Consejo de Asesores económicos de la presidenci­a de los estados unidos. © Project syndicate 1995–2024

Los acuerdos climáticos tienen que apuntar a determinad­os sectores individual­es, en lugar de centrarse en conferenci­as internacio­nales

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