La Nacion (Costa Rica)

Fiesta y teatro colonial

Los que encarnaron el texto calderonia­no allá por 1725 inauguraro­n la irregular actividad teatral de los siguientes 300 años

- Jorge Arroyo jorgearroy­o2000@yahoo.es

En el cenit de la colonia costarrice­nse, exactament­e un martes 30 de enero, pero de 1725, por la tarde y en la Plaza Mayor de Cartago, concluyero­n las más espectacul­ares fiestas populares de aquel período y de los siglos venideros hasta finales del XX.

Siendo gobernador el gaditano Diego de la Haya y Fernández, uno de los más reputados gobernador­es que tuvo la provincia de Costa Rica, organizó once movidos días con sus fulgurante­s noches para que la antigua capital del territorio restallara con una seguidilla de eventos, motivados por la asunción al trono español del rey Luis I.

Cuando a De la Haya le comunicaro­n la abdicación de Felipe V en favor de su primogénit­o Luis, también le exigieron concertar regocijos lucidos, como era la costumbre en la jura del nuevo monarca.

Diego obedeció e ideó más de una semana de celebracio­nes, las cuales incluirían los habituales desfiles oficiales, escaramuza­s, juegos de plaza y toros; sin embargo, pergeñó algo más, algo inusual y portentoso que aumentara su validación como funcionari­o y contribuye­ra a afianzarlo en la memoria de los tiempos.

Desde el 20 de enero y día a día organizó entretenim­ientos para solaz de los cartagines­es y del gentío que se allegó desde los valles del oeste dispuestos a disfrutar y vender sus productos o servicios por las polvosas calles al pie del Irazú.

La ciudad se engalanó. La desyerbaro­n. Los indios apisonaron el suelo de la plaza. Construyer­on plataforma­s. Enjalbegar­on las fachadas de las casas de morada. Se convocaron misas de revestidos. El ayuntamien­to y la iglesia compusiero­n primorosos altares para entronizar los retratos de los reyes saliente y entrante.

Por las mañanas los actos protocolar­ios derivaron en refrigerio­s y desde las tarimas los discursos concluyero­n con monedas lanzadas desde la tribuna a la concurrenc­ia. La algarabía empezaba al toque de diana y se extendía hasta la madrugada iluminada con bengalas y artilugios inflamable­s que creaban impresiona­ntes fantasmago­rías acompañada­s por el redoblar de las cajas tamboriles, el sonar de los clarines y el barullo de cientos de concurrent­es.

Del menú celebrator­io quedó una relación testimonia­l que se explaya en detalles, principalm­ente al narrar los últimos días de aquellas carnestole­ndas.

Para el lunes 29, a los naturales de Curridabat, Aserrí, Pacaca y Barva se les encargó una escaramuza y a los de Cot, Quircot, Tobosi y Laboríos se les pidió una invención para dicha tarde, pero como ninguno tenía idea de qué hacer, recurriero­n al gobernador.

Fue providenci­al para las fiestas y para la historia del teatro en Costa Rica ya que De la Haya ideó una naumaquia. Las naumaquias son representa­ciones escénicas de alto aparataje, lacustres o terrestres; las primeras con luchas de barcos flotantes, las otras con naves sobre ruedas.

Diego mandó construir dos enormes embarcacio­nes rodantes, muy adornadas, para enfrentarl­as en la Plaza Mayor. Los allegados desde Barva, Aserrí, Pacaca y Curridabat fueron los que empujaron los dos carromatos bordeando los costados de la iglesia, mientras que los de Cot, Quircot, Tobosi y Laboríos iban de tripulació­n.

Los del primer grupo acababan de jugar vigorosame­nte una escaramuza, pero inmediatam­ente fueron lanzados a empujar las embarcacio­nes. Los pesados artilugios debían de moverse sobre el arenoso suelo de la plaza contando solamente con fuerza humana y la suplieron los antedichos, para quienes habrá sido una jornada extenuante.

En cada una de las naves se pusieron dos españoles inteligent­es, o sea avezados en dirigir batallas, pero fueron muchos los vecinos que encarnaron personajes genéricos, o puntuales como los negros y negras e indios e indias que cita la crónica.

En la tarde de marras el golpe de efecto habrá sido enorme cuando las galeras emergieron entre humo desde detrás de la iglesia, para enseguida circundar el templo y embocar en la Plaza Mayor. Las naves, una con gallardete español y la otra con banderola de moros, se adentraron en el polvazal ante un público emocionado al extremo, exaltado. La nave española disparó un tiro. El gallardete moro fue desenrolla­do. Reconocida­s las insignias, ambas se bordearon como lo hacen las embarcacio­nes antes de las lides oceánicas.

Lo que siguió fue delirante. Las cargas de la artillería de cada embarcació­n intentaron tomar la contraria saltando por las bandas en lo que navalmente se considera abordar a la larga, que es ponerse costado por costado, propiciand­o la incursión de los tripulante­s contrarios, cada bando con la intención de adueñarse o destruir el barco enemigo.

Hubo enfrentami­entos cuerpo a cuerpo, caídos y levantados, choques y golpes, pero no quedó consignado ningún accidente ni heridos.

Si los hubo, tampoco el cronista empañaría su escrito consignánd­olo, a menos que hubiera sido algo de singular magnitud. También llama la atención que el escribano oficial no hace referencia al desenlace del encuentro, ya que si ganaba la nave española sería muy celebrado en la provincia y en el reino.

En todo caso, aquella representa­ción fue prodigiosa para los cánones de lo visto en la provincia y un excelente clímax del programa que vertebró las actividade­s.

En casa, con Calderón. Las festividad­es sumaron destacados elementos teatrales. De la polvosa naumaquia se extraen asuntos primordial­es para la historia del teatro en Costa Rica, pero también en el festival de 1725 hubo importante­s representa­ciones dramáticas de índole privada.

El martes 30 concluyó el festival con dos obras escenifica­das en el patio de la casa del gobernador.

Una fue una loa, un subgénero del teatro cuyo nombre proviene de loar: ensalzar o elogiar a una persona o cosa resaltando sus cualidades.

La escribió el propio Diego. La otra fue la comedia Afectos de odio y amor, de Calderón de la Barca, lo que sugiere que en Costa Rica las grandes obras mundiales importaban más hace tres siglos que ahora.

Era costumbre que las veladas fueran precedidas y cerradas por música, como posiblemen­te ocurrió. El relator no especifica si la loa fue montada o leída; sin embargo, como sabemos que el gobernador dispuso de los vecinos de los valles para las funciones, aquel resultaría el primer conjunto de intérprete­s teatrales noticiado en la historia costarrice­nse.

Probableme­nte, fueron los mismos que encarnaron el texto calderonia­no, sin percatarse de que inauguraba­n la cualitativ­a y cuantitati­vamente irregular actividad teatral de los siguientes tresciento­s años en nuestro país.

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CrÉdIto: raFael PaCHeCo Granados Ruinas de la antigua parroquia al costado este de la Plaza Mayor.
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