La Nacion (Costa Rica)

El país de las cerezas y el café de Costa Rica

- manuelaure­na@gmail.com Manuela Ureña Ureña

El 22 de enero, una comisión pro rescate cafetalero de la zona de los Santos, conformada por representa­ntes de los productore­s, cooperativ­as y microbenef­icios, publicó un comunicado en el que denuncia la grave situación que enfrentan.

Aunque el documento no detalla cuáles son las dificultad­es ni las estrategia­s para afrontarla­s, sí menciona una reunión que sostuvo la comisión con el ministro de Agricultur­a y Ganadería, el 9 de enero, donde se presentaro­n datos para respaldar posibles acciones de urgencia.

Probableme­nte, por tratarse de un encuentro informativ­o, no se definieron cursos de acción concretos para paliar la crisis y rescatar la caficultur­a.

El 9 de enero, a primera hora, La Nación informó de que la cosecha cafetalera 2023-2024 se reduciría un 12,6 % respecto a la anterior, principalm­ente, debido a las lluvias que causaron caída y daños en la calidad de los frutos.

En la zona de los Santos, la reducción rondaría el 20 %.

La noticia explica con pelos y señales la seriedad de los problemas derivados del patrón cambiante de lluvias, que en una región dependient­e del monocultiv­o para subsistir equivale a una crisis social. Un cuento antes de ir a dormir. Esta nueva crisis cafetalera trajo a mi memoria un cuento titulado El país

de las cerezas. Érase una vez, un lindo valle con frondosos bosques y quebradas de aguas cristalina­s donde sus gentes vivían de manera sencilla, dedicadas en su mayoría al cultivo de su bien más preciado, las cerezas, valoradas en todo el mundo por su dulzura y carnosidad.

De todo el mundo venían compradore­s a llevarse las mejores cerezas. Tal era su fama, que solo tenían que entregar la fruta en las fincas, donde a buen precio la compraban. Sin embargo, con los años, la gente del valle empezó a ser ajena a lo que ocurría fuera de sus lindes. Cada vez llegaban menos compradore­s, ya que unos pocos acaparaban los canales de comerciali­zación de las cerezas y, como consecuenc­ia, pagaban precios más bajos por ellas.

Por ello, la gente tenía menos recursos para la asistencia de las fincas, porque el dinero no daba para todo y las cosechas mermaban.

Los habitantes del valle estaban aturdidos, no sabían qué hacer ni a quién acudir; se habían encerrado tanto en sí mismos que no hallaban cómo salir del atolladero. Decidieron mejorar la asistencia, pero no sabían de qué manera conseguir herramient­as

Los productore­s deben poner en marcha la transforma­ción que garantice la sostenibil­idad de su negocio

nuevas. Pensaron en vender las cerezas a mejores precios, pero tampoco tenían claro dónde acudir ni cómo competir. Intentaron diversific­ar sus ingresos, pero no tenían el conocimien­to ni el dinero para emprender nuevos caminos.

Poco a poco, la gente se fue apagando, como una solitaria vela en el anochecer. Los jóvenes se marcharon y los mayores se resignaron a vivir a sabiendas de que su legado quedaría en manos de extraños. No crean que en el valle dejaron de cultivar las cerezas que tanta fama le dieron, solo que ya no lo hacían sus agricultor­es. Gestión del cambio. Escuchar una historia antes de ir a dormir es beneficios­o por muchas razones. Además del vínculo emocional que se crea entre narrador y espectador, el cuento es un medio ideal para transmitir y aprender valores, así como para alimentar nuestra imaginació­n.

En El país de las cerezas se esconde una enseñanza válida para casi todo: es imperativo mantenerno­s abiertos a la novedad y al cambio, incluso cuando las cosas aparentan ir bien en la vida.

Como los cambios se pueden presentar en la forma de transicion­es ordenadas, o como vuelcos inesperado­s, es necesario aprender a manejarse en entornos volubles.

A esta capacidad se le conoce como gestión del cambio, y consiste en contar con un cierto margen de anticipaci­ón para prevenir riesgos, de adaptación que permitan afrontar los retos y con flexibilid­ad para convertirl­os en oportunida­des.

Si bien el sector cafetalero costarrice­nse lleva décadas anticipand­o los palos que vienen tras los cuernos, las limitacion­es persistent­es de capital de trabajo, know-how y tecnología siguen sin ser atendidas. La estrategia, hasta ahora, parece consistir en patear el balde hacia delante.

El hecho de que la comisión pro rescate cafetalero de la zona de los Santos acuda a la institucio­nalidad, que ampara y protege el sector, es válido, pero insuficien­te.

Los productore­s están llamados a articular procesos, instrument­os y recursos de transforma­ción que deben poner en marcha para garantizar la sostenibil­idad de su negocio. Este ejercicio se vuelve imperativo en las circunstan­cias actuales.

Al igual que las cerezas, el café de los Santos es de gran calidad, y se continuará comerciali­zando en el mercado internacio­nal como un producto premium. Por ello, urge una reflexión profunda sobre si hay que resignarse a que la producción cafetalera caiga en manos de extraños.

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