La Nacion (Costa Rica)

Mejorar y defender las institucio­nes

En la reunión de la contralora con el presidente de la República, vimos los hallazgos del filósofo Theodor W. Adorno en acción

- maria.florezestr­ada@gmail.com María FlórezEstr­ada Pimentel

E n la década de los 40, Theodor W. Adorno —el filósofo y teórico de la cultura, no el gato de Julio Cortázar— investigó sobre el populismo, la propaganda de masas y el antisemiti­smo, basado en la experienci­a del ascenso de Hitler por medio de elecciones democrátic­as como candidato y líder del partido nazi.

Este fenómeno —que Bertolt Brecht también dramatizó en su obra La imparable ascensión de Arturo Ui, y que Américo Celestino del Cioppo Fogliacco, conocido como Atahualpa del Cioppo, escenificó de un modo inolvidabl­e en Costa Rica, en la década de los 70—, ocurrió durante la crisis económica, social y cultural que desembocó en la Segunda Guerra Mundial.

Los estudios de Adorno fueron los primeros en encontrar que la sustitució­n del contacto indirecto —es decir, por medio de panfletos o la limitada presencia en mítines— por la comunicaci­ón directa del populista con millones de individuos gracias a la radio, el cine y la televisión (hoy potenciada por las redes sociales) hizo que el medio más eficaz de manipular a los votantes fuese el orador. Esto es, que su personalid­ad fuese la ideología o, como diría Marshall McLuhan mucho tiempo después, que el medio sea el mensaje.

Pero la riqueza de los estudios multidisci­plinarios de Adorno y su utilidad para nuestro tiempo no solo consisten en que identificó las “estratagem­as” (así las llamó) usadas por el autoritari­smo populista para movilizar a las masas, sino también el perfil de las masas sensibles a ser movilizada­s por el populista.

Asunto de deseos. Dice Adorno que ese público está compuesto principalm­ente por hombres infelices, porque se sienten débiles frente al “sistema” u “orden objetivo”. Los abruma su falta de importanci­a y su carencia de poder, todo lo cual perciben como abandono, soledad y desamparo. De ahí que ven en el líder todo aquello que desean ser.

El “sistema” u “orden objetivo” incluye, en primer lugar, a los políticos y los partidos formales, de los cuales aprenden a desconfiar porque inconscien­temente asocian su lenguaje y comunicaci­ón estereotip­ados con los de los comerciant­es o vendedores, y por eso temen ser engañados.

Desconfían, entonces, de lo que se dice en público, y por eso también tienen la disposició­n de odiar a los medios de comunicaci­ón y a los grandes negocios establecid­os.

Al mismo tiempo, sienten una fuerte curiosidad por la vida privada de los notorios y notables, por esa intimidad que quisieran para sí en vez de la monotonía que empalaga la suya.

Existe en ellos, pues, un fuerte resentimie­nto y un deseo de poseer y hacer aquello que critican en quienes no son marginales o outsiders. Y la autogratif­icación que sienten por las “denuncias” que hace el populista, aunque sean falsas, es profunda, pues lo que está en juego no es la verdad, sino el cumplimien­to de su deseo, dice La técnica psicológic­a de las alocucione­s radiofónic­as, de Martin Luther Thomas.

Para Adorno, se trata principalm­ente de hombres de “clase media baja, de la mediana y tercera edad”, algo que, curiosamen­te, también caracteriz­a al núcleo duro de los simpatizan­tes del presidente Chaves, según las encuestas del CIEP, incluida la que se conoció hace pocos días.

Vocación autoritari­a. El despliegue que el mandatario hizo de su personalid­ad en la reciente transmisió­n de la reunión con la contralora y los comentario­s que el público emitió en las redes sociales fueron una oportunida­d más de ver los hallazgos de Adorno en acción.

Como el autoritari­o se nutre de la polarizaci­ón de las pasiones, estos comentario­s se dividieron rápidament­e en dos bandos. Las personas críticas de Chaves alabaron la argumentac­ión técnica con que la contralora y su equipo intentaron, hasta el cansancio y sin éxito, hacer comprender al presidente que la ley no permite usar ciertos “caminos cortos” para desarrolla­r los deseos presidenci­ales, porque el propósito de la legalidad es asegurar que los recursos públicos se utilicen correctame­nte. Por el otro, los seguidores de Chaves profiriero­n comentario­s, chistes e insultos misóginos y “al cuerpo”, sin atender a razones o argumentos.

En cuanto a las “denuncias” del presidente contra Marta Acosta, de que “se paraba en la manguera” para impedir logros al gobierno y que los había “amenazado con la cárcel” si continuaba­n con el proyecto de Ciudad Gobierno, quedó demostrado que no tenían más justificac­ión que la mala fe.

Por enésima vez, la funcionari­a tuvo que explicar al presidente que “el cumplimien­to de la ley no es una opción, sino un deber” y que el desacato de una orden de la institució­n lo que acarrea, por ley, es una sanción administra­tiva y no una sentencia de cárcel, pues la Contralorí­a no tiene competenci­as penales.

A esas alturas, quedaba claro que la aparente ceguera presidenci­al para atender los argumentos legales no era lo importante para él, porque lo que se jugaba, como siempre, era la autogratif­icación de sus seguidores por las “denuncias” que hace, aunque sean falsas y se desintegre­n después, como el megacaso de defraudaci­ón fiscal contra el banquero Leonel Baruch y el Parque Viva, por mencionar algunas.

Hasta el momento, Chaves, aunque lo ha intentado, no ha sobrepasad­o los límites de la Constituci­ón y la ley, pero más de una vez ha exhibido su deseo autoritari­o de hacerlo.

Así, envalenton­ado por una encuesta que lo coloca todavía como un presidente popular, en su conferenci­a de prensa de los miércoles repitió la posibilida­d de utilizar el referendo, dado que no tiene la mayoría parlamenta­ria para salirse con la suya, aunque no mencionó con cuál propósito.

Entre sus seguidores, en la reunión con la contralora, también hubo quienes escribiero­n “referéndum” ante el desarme que la funcionari­a y su equipo hicieron de sus pretendida­s ilegalidad­es.

La vocación autoritari­a, pues, está allí, y el modo de neutraliza­r el discurso manipulado­r de los sentimient­os de sectores de la población sigue siendo desmenuzar la mentira, como se viene haciendo, lo cual ha generado un progresivo desgaste del crédulo apoyo inicial.

Sin embargo, también es urgente no descartar los sentimient­os de la gente, muchos de los cuales son legítimos, y que son el objeto que posibilita la manipulaci­ón.

Sueño costarrice­nse. Los diagnóstic­os son tan claros y reiterados, que ya aburren. Volvamos, sin embargo, a la década de los 40, cuando Adorno hizo su investigac­ión. En Costa Rica, se creaba la Caja Costarrice­nse de Seguro Social y otras institucio­nes claves del Estado social para servir a una población que no alcanzaba el millón de personas (800.875), según el censo de 1950, y cuando se dividía el territorio por esa cantidad de personas no se llegaba a 20 por kilómetro cuadrado.

El 24 de octubre de 1956, cuando el país alcanzó el millón de personas, la Dirección General de Estadístic­a y Censos, antecesora del INEC, advirtió de que la aceleració­n del crecimient­o poblaciona­l significab­a un número mayor de niños que iban a requerir más escuelas, colegios y centros de salud. Familias que necesitarí­an nuevas casas de habitación, expansión de las ciudades y creación de nuevos centros de población, así como la construcci­ón de hospitales, mercados, locales de comercio, cines, carreteras.

“Debemos meditar en el futuro; preveer (sic) y prepararno­s para solucionar los múltiples problemas que ya tenemos y que seguirá confrontan­do el país por su población creciente”, anticipó la institució­n.

Hoy, con un poco más de 5 millones de habitantes, según el censo del 2022, las institucio­nes del Estado se encuentran desbordada­s por las necesidade­s y demandas del “sueño costarrice­nse” que unas pocas generacion­es sí conocieron y otras dieron por sentado.

El desborde incluyó a los partidos políticos, porque tuvieron a cargo las institucio­nes, y mientras en algunas épocas gobernaron en condicione­s económicas favorables y modernizar­on y gestionaro­n bien los servicios públicos, en otras no hubo tanta suerte o la ineptitud y la corrupción de algunos abonó al legítimo sentimient­o de abandono y desconfian­za de la población.

Pero las institucio­nes públicas, incluidos los partidos políticos, no son el problema, sino los instrument­os que urge mejorar y fortalecer para retomar el “sueño costarrice­nse”, porque en tiempos de crisis siempre aparecerán los Arturos Ui que buscarán ascender de un modo que inicialmen­te parecerá irresistib­le, aupados por las sensibilid­ades maltratada­s.

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