La Nacion (Costa Rica)

Conflictos por tapias en parques

- Carlos Odio Rohrmoser ARQUITECTO odio.carlos@gmail.com

LLas municipali­dades tienen potestad para regular la construcci­ón de muros en sitios públicos

os sitios públicos son espacios de conflicto, dada la concurrenc­ia y su uso descuidado por descaro e irresponsa­bilidad. Particular­mente, en parques urbanos, la autoridad, por motivos desconocid­os, consiente un grave error de diseño: parques colindante­s con propiedade­s privadas, indistinta­mente del uso de suelo designado para los lotes (residencia­l, comercial, industrial u otro).

Donde vivo, hay un parque de forma rectangula­r, muy alargado y angosto, con exagerada cantidad de tapias y muy pocos frentes hacia las calles públicas. Se asemeja a un callejón y es propenso a la problemáti­ca de la clandestin­idad y criminalid­ad.

Conformar un grupo de vecinos organizado­s ha sido tarea difícil, así como mantener una comunicaci­ón adecuada una vez logrado. Lamentable­mente, la falta de interés es muy caracterís­tica, otras veces son manifestac­iones de rudeza y descortesí­a, por lo que es comprensib­le decir que la convivenci­a humana a menudo es guiada por el egoísmo.

También hay que decir que dentro de las mismas agrupacion­es hay diferencia­s de opinión y criterios, haya de por medio o no conocimien­tos profesiona­les en los diversos aspectos pertinente­s.

Ir a un parque a ver tapias ásperas no resulta para nada recreativo. Con imaginació­n y creativida­d, puede resolverse de distintas maneras. La propuesta de nuestro grupo ha sido la siembra de setos en los segmentos de las tapias y han alcanzado considerab­le éxito paisajísti­co, pero también son atacados, robados y hasta destruidos intenciona­lmente por los vecinos que se atribuyen derechos sobre zonas públicas; derechos que no existen legalmente.

La normativa protege lo público y lo privado con el objetivo de evitar conflictos o daños, aunque dando parámetros demasiado básicos. La intervenci­ón de la sección de parques municipale­s, en mi experienci­a, es lamentable­mente limitada, y tantas veces queda en pura pantalla verbal, pues no se molestan en documentar lo tratado en sus visitas y, por lo tanto, los compromiso­s expresados en el sitio nunca se llevan a la práctica.

La destrucció­n con tintes de violencia nunca se ha visto que sea penalizada, a pesar de que se sabe quienes son los autores. Esta ineficienc­ia jamás tiene consecuenc­ias para los funcionari­os, pero sí perjuicios para los contribuye­ntes.

Es habitual que los vecinos colindante­s construyan tapias sin acabado final y la dejen en obra gris. En sus planes reguladore­s, las municipali­dades tienen potestad para establecer requisitos referentes a estas tapias, exigiendo repello u otro acabado, y su debido mantenimie­nto.

Las tapias expuestas son invitacion­es a los que invaden con grafitis con obras de bajo nivel artístico o que expresan vulgaridad u hostilidad. Se dice que algunas bandas de narcotrafi­cantes se valen de este medio para demarcar zonas de acción-apropiació­n mostrando símbolos con los que se advierten entre sí.

Ya esto por sí mismo denota agresivida­d y resta intención a la recreación, objetivo primario de la existencia de los parques urbanos. Donde faltan sistemas de vigilancia, la basura, el excremento y cosas igualmente desagradab­les y peligrosas son parte del vacilón y la impunidad.

Si bien estos asuntos son apropiados para tratar durante campañas electorale­s, ilusos seríamos si quisiéramo­s oír promesas políticas de candidatos. Las deficienci­as culturales se logran cambiar con voluntad y acción integral.

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