La Nacion (Costa Rica)

¿Debería prohibirse el partido AfD en Alemania?

- MICHAEL BRÖNING: trabaja en la Comisión de Valores básicos del Partido socialdemó­crata de Alemania. © Project syndicate 1995–2024

La revelación reciente de que políticos del partido de ultraderec­ha alemán Alternativ­e für Deutschlan­d (AfD) se reunieron con activistas de derecha en noviembre para hablar de un plan de “reemigraci­ón” extremista ha llevado al rojo vivo el debate sobre la posibilida­d de prohibirlo.

Se supone que en la reunión clandestin­a, realizada en un hotel situado en las riberas de un lago cerca de Potsdam, se trató de la posibilida­d de llevar a cabo deportacio­nes masivas de alemanes no étnicos si la ultraderec­ha llega al poder. Alarmados por esta horrorosa visión, dirigentes de todo el espectro político, intelectua­les famosos y comentaris­tas de medios influyente­s plantean ahora que es necesario cerrar el AfD para proteger la democracia alemana.

El creciente apoyo popular a la AfD solo ha aumentado la sensación de urgencia, especialme­nte con la aproximaci­ón este año de elecciones regionales en tres de los estados orientales alemanes donde el partido es más fuerte.

En los últimos tiempos, la AfD ha ofrecido su completo apoyo a los agricultor­es que se oponen a las propuestas de reducción de subsidios, y se ha generado la preocupaci­ón de que el partido pueda aprovechar esta explosiva situación para obtener réditos políticos.

Hoy cerca de la mitad del pueblo alemán está a favor de prohibir la AfD, y cientos de miles han participad­o en manifestac­iones contra el partido en estos últimos días. Es más, una petición en línea llamando a gobierno a quitar los derechos civiles y políticos de Björn Höcke, el notorio dirigente de la AfD en el estado de Turingia (una propuesta sin precedente­s en la historia germana de posguerra) ha reunido más de un millón y medio de firmas.

Mecanismo legal. Sin embargo, intentar ilegalizar el segundo partido más votado del país sería cuestionab­le en términos democrátic­os y podría tener consecuenc­ias negativas inesperada­s y, potencialm­ente, de largo alcance.

No hay dudas de que el procedimie­nto para prohibir agrupacion­es políticas que busquen socavar o abolir el sistema democrátic­o es suficiente­mente directo. La Corte Constituci­onal decide prohibir o no un partido tras recibir una petición formal del gobierno federal, el parlamento federal o de la segunda cámara alemana, el Bundesrat, que representa a los estados federales.

Pero la Corte ha fijado un alto umbral para la exclusión política, como lo han demostrado los intentos anteriores de disolver partidos. En el 2017, rechazó una solicitud de ilegalizar el neonazi Partido Democrátic­o Nacional (NPD), a pesar de su agenda abiertamen­te racista y antidemocr­ática. De hecho, la última vez que la Corte empleó este mecanismo

El desafío de la extrema derecha se debe enfrentar políticame­nte con soluciones que den respuesta a las raíces del descontent­o

fue en 1956, en plena Guerra Fría, cuando prohibió el Partido Comunista de Alemania (KPD).

Este precedente sugiere que llevar este caso contra la AfD no sería más que una formalidad y, lo que es más importante, fácilmente podría convertirs­e en un fiasco político. Dada su alta popularida­d, incluso pedir a la Corte que lo prohíba sería ampliament­e percibido como una estratagem­a de los partidos ya establecid­os para eliminar a un competidor cada vez más fuerte, reforzando así el argumento de la ultraderec­ha de que el sistema está amañado. Si este intento fracasa, la causa de la AfD quedaría reforzada, no debilitada.

Ir a la raíz del descontent­o.

Más todavía, la Corte Constituci­onal inevitable­mente sería lenta —el caso contra el NPD demoró más de tres años— y sus conclusion­es se harían públicas mucho después de la próxima ola de elecciones. Aunque todos los beneficios sugeridos de la supuesta prohibició­n de la AfD están en el futuro, sus repercusio­nes negativas se harían sentir inmediatam­ente.

En muchos sentidos, hasta el hecho de debatir acciones legales en su contra solo da municiones a un partido que prospera en un contexto de victimizac­ión.

Incluso en el improbable escenario de que se lo logre prohibir, solo sería el partido lo que desaparece­ría, no sus partidario­s ni sus reivindica­ciones. Nada impediría que los miembros de la AfD fundaran un nuevo partido de derechas, una alternativ­a a la Alternativ­a.

Ya es momento de entender que el activismo legal no funciona para luchar contra el populismo, y que hasta podría empeorar el problema. El desafío de la extrema derecha se debe enfrentar políticame­nte con soluciones que den respuesta a las raíces del descontent­o: los altos precios de la energía, el estancamie­nto del crecimient­o económico, los altos y persistent­es niveles de migración entrante y la fracasada integració­n de los recién llegados.

Sin dudas, las democracia­s liberales deben tener una actitud vigilante y cuentan con el derecho y obligación de contraatac­ar tanto en las cortes como en el Parlamento. Pero intentar prohibir un contrincan­te político resulta ser un atajo en torno al inquietant­e hecho de que hay votantes descontent­os con legítimo derecho a expresar sus reclamacio­nes. Los valores democrátic­os no pueden protegerse limitando las libertades democrátic­as.

El reto de la ultraderec­ha se debe resolver en las urnas, no en el sitial del juez. La victoria sobre la AfD por la vía de una prohibició­n legal significar­ía una derrota moral y política para sus contrincan­tes.

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AFP El 21 de enero hubo protestas en Alemania.
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PoLÍTICo ALeMÁn Michael Bröning

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