La Nacion (Costa Rica)

Políticas económicas y conflicto identitari­o

Los empleos de calidad crean vínculos en la comunidad, así como una sensación de autoestima y esperanza en el futuro

- Andrés Velasco y Daniel Brieba

¿Qué tipos de políticas económicas deberían acometer los reformista­s de centro? La respuesta estándar es que deberían enfocarse tanto en el crecimient­o económico impulsado por la innovación como en fomentar una distribuci­ón más justa de los ingresos. Alcanzar estos objetivos de manera simultánea sería difícil bajo circunstan­cias normales. Hoy día, el choque de identidade­s que amenaza con desgarrar muchas sociedades democrátic­as lo hace aún más difícil.

De acuerdo con la sabiduría convencion­al, la mejor forma de debilitar la política identitari­a es lograr que los ingresos se distribuya­n de manera más justa. Pero la verdad es lo opuesto: a menos que abordemos decisivame­nte el choque de identidade­s, la política se volverá tan tóxica e inmanejabl­e que llegará a ser imposible estimular la innovación y reducir la desigualda­d económica, menos aún mejorar los servicios públicos y controlar el cambio climático.

Parte de la respuesta al problema es política, y empieza por la selección de los propios candidatos: los líderes de centro elitistas y distantes serán percibidos como tales por el electorado. Las políticas también pueden desempeñar un papel útil, pero no cualquier política. La clave es transmitir un mensaje fundamenta­l al votante: el gobierno trabaja para usted, no para alguna élite ni tampoco para los amigotes en el aparato partidista.

Hay varias políticas que calzan con esta idea. Una de ellas es la reinvenció­n de la seguridad social. Quien no encuentre ayuda alguna luego de enfermarse o perder el empleo es probable que deje de creer en los políticos tradiciona­les y se vuelque hacia populistas y demagogos.

Pero muchos riesgos no son asegurable­s. En circunstan­cias como la crisis financiera mundial del 2007-2009 o la pandemia de covid-19, los mercados de los seguros se vienen abajo. Por ello, en un estudio reciente, Ricardo Reis y uno de nosotros (Velasco), de la London School of Economics, sostenemos que el gobierno debería ser también el asegurador de última instancia.

Pensemos en el plan de retención de empleo aplicado en el Reino Unido, que permitió a muchas empresas sobrevivir la recesión pandémica recortando relativame­nte pocos puestos de trabajo. Durante la crisis energética que en el 2022 provocó la invasión de Ucrania por Rusia, el nuevo enfoque quedó en evidencia en los novedosos programas de transferen­cia dirigidos a los hogares más afectados por los altos precios.

El activismo fiscal centrado en la provisión de seguros viene con una salvedad: para gastar más en tiempos de vacas flacas, el gobierno necesita retener acceso a crédito a tasas razonables. Esto significa gastar menos o gravar más en tiempos de vacas gordas. El Estado asegurador no es sinónimo del despilfarr­o fiscal.

Creación de empleos. La época dorada de confianza en las institucio­nes democrátic­as en Europa Occidental y América del Norte después de la Segunda Guerra Mundial también fue una época de sólida creación de empleo, con buenos puestos de trabajo a buenos salarios. Asimismo, la ola de democratiz­ación en Asia Oriental y América Latina en la década de los noventa y comienzos del siglo XXI también a menudo se sustentó en el aumento del empleo.

Los años transcurri­dos desde entonces han sido muy diferentes. La mayor parte de las economías avanzadas han experiment­ado un declive en la estabilida­d laboral, un aumento del subempleo y una disminució­n de la participac­ión de los trabajador­es en el ingreso nacional. En los países emergentes y en desarrollo parece cada vez más difícil replicar el milagro asiático, que se basó en la creación de trabajos vinculados al incremento de las exportacio­nes de productos manufactur­ados. Y en todos los países, sean ricos o pobres, ronda a los trabajador­es el espectro de la destrucció­n de empleos causada por la automatiza­ción y la inteligenc­ia artificial.

Como lo afirman Dani Rodrik y Stephanie Stantcheva, de la Universida­d de Harvard, “uno de los problemas fundamenta­les del capitalism­o contemporá­neo reside en que no ha producido un número adecuado de buenos empleos como para sustentar a una clase media próspera y creciente”.

Una posible solución es la política laboral “activa” iniciada en Escandinav­ia y adoptada en otras regiones de Europa. Dicha política incluye la recapacita­ción de los trabajador­es, los subsidios proempleo y el apoyo para hacer más eficaz la búsqueda de trabajo. El objetivo es aumentar las posibilida­des de que todos —incluso quienes no poseen mayor capacitaci­ón o experienci­a— puedan encontrar un empleo decente.

Si la meta es aumentar la cohesión social y reducir la tensión en materias identitari­as, la creación de buenos empleos es muy preferible a la entrega de un ingreso básico universal. Los empleos de calidad pueden crear vínculos en la comunidad, así como una sensación de autoestima y esperanza en el futuro. Ello no se logra al quedarse en la casa consultand­o las redes sociales a la espera de una limosna del gobierno.

Trabajo local. No hace mucho tiempo, si en un país existían zonas prósperas junto a regiones desindustr­ializadas con empresas cerradas y alto desempleo, el consejo que se solía ofrecer a los cesantes era que se trasladara­n adonde sí había empleo. Pero hoy entendemos que este no siempre es un buen consejo.

Las personas prefieren vivir en el lugar donde se encuentran su comunidad, familia y amigos. Y cuando la gente joven y emprendedo­ra parte, la comunidad se perjudica. Los vínculos sociales se rompen y la productivi­dad local declina aún más. Quienes sienten que se han quedado atrás constituye­n presa fácil para los populistas.

Según revelan las experienci­as de Italia y el Reino Unido, dos naciones con profundas disparidad­es en los ingresos regionales, prestar ayuda a las regiones rezagadas es complicado. Pero esto no es motivo para que los reformador­es dejen de intentarlo. La clave es alejarse de las meras transferen­cias y apoyo a los ingresos, para acercarse a un “gran salto” que amplíe la oferta de bienes que se pueden vender en otros lugares y a la vez cree demanda para servicios que solo son transables a escala local.

Ayudar a recapacita­r a los trabajador­es, cooperar con las compañías locales para identifica­r los bienes y servicios públicos que necesitan y facilitar la asimilació­n del conocimien­to productivo son componente­s de una estrategia exitosa.

Existen buenas razones para desear que personas e ideas se muevan a través de fronteras nacionales. Las comunidade­s abiertas al mundo suelen ser más creativas, más productiva­s y más libres. Pero sería ingenuo ignorar las potencialm­ente nocivas consecuenc­ias políticas de la migración masiva. Los costos y beneficios económicos de la migración están distribuid­os de manera desigual entre los trabajador­es. No todas las personas a quienes preocupa el impacto de la migración en el tejido de las comunidade­s locales son racistas o xenófobas.

Las políticas migratoria­s acertadas no serán las mismas en todos los países, pero para evitar alimentar al monstruo populista, el electorado debe sentir que ellas son sensatas.

Una analogía puede ser útil. Tener hijos a menudo implica invitar a sus compañeros de escuela a fiestas de pijamas. Si cada niño invita a un par de amigos, todos pueden dormir en la alfombra de la sala. Pero como los niños suelen divertirse tanto, quieren invitar a más y más amigos, aunque no haya espacio para todos. La conclusión es que las fiestas de pijamas deben regularse, y la inmigració­n también.

Políticas como las anteriores transmiten al votante promedio la idea de que tiene un gobierno con el cual se puede identifica­r, y que a su vez se identifica con él. A menos que los electores reciban este mensaje, serán vulnerable­s al populismo nativista y a la política identitari­a que lo propicia.

ANDRÉS VELASCO: exministro de Hacienda de Chile, es decano de la escuela de Políticas Públicas de la london school of economics and Political science.

DANIEL BRIEBA: fellow de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la london school of economics. © Project syndicate 1995–2024

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