La Nacion (Costa Rica)

Artífice de la apertura económica

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Tuve la dicha de conocer a don Eduardo Lizano Fait en 1978, cuando cursaba mis primeros estudios de Economía en la Universida­d de Costa Rica, y desde entonces he tenido el privilegio de cultivar su amistad, beneficiar­me de sus profundos conocimien­tos y ser compañero en diversos esfuerzos en materia económica.

Para mí, don Eduardo no solo ha sido un gran maestro, sino también, principalm­ente, un mentor y un excelente amigo. Él es una de las personas que más han influido en el pensamient­o económico y en la definición de políticas económicas del país. Un ejemplo para economista­s y servidores públicos.

En la década de los 80, muchos eventos provocaron una de las más profundas crisis en la historia de Costa Rica, que hizo necesario revisar la estrategia de desarrollo.

Los determinan­tes estructura­les de la crisis reflejaron una contradicc­ión entre las caracterís­ticas principale­s del país (pequeño tamaño del mercado doméstico, abundancia relativa de mano de obra y recursos naturales muy especializ­ados) y las políticas aplicadas como parte de la estrategia de desarrollo de sustitució­n de importacio­nes.

Las políticas comerciale­s originaron distorsion­es en los precios relativos, es decir, se divorció la relación entre el valor real de los bienes y servicios en la economía y su valor en el mercado, creando un sesgo en contra de las exportacio­nes, e igualmente una reducción en la eficiencia de la producción local y, por ende, en el bienestar de los costarrice­nses.

Entre los determinan­tes a corto plazo de la crisis, destacan el incremento de los precios del petróleo y la bonanza cafetalera (caída de precios de exportació­n) después de mediados de los 70, seguidas por las desafortun­adas políticas domésticas en respuesta a estos eventos y la recesión e inflación internacio­nales de finales de los 70 y principios de los 80.

Estos eventos, más el aumento de las tasas de interés en los mercados internacio­nales y los consecuent­es problemas de la deuda externa, coincidier­on con políticas macroeconó­micas domésticas incorrecta­s.

El país cayó en la más profunda crisis económica desde los años 30. La situación propició un nuevo modelo de desarrollo, diseñado principalm­ente por don Eduardo. No sin razón, se le considera el artífice de la apertura económica del país.

El modelo procuró una mayor inserción de la economía costarrice­nse en la mundial, pues los mercados doméstico y centroamer­icano no eran lo suficiente­mente amplios para ofrecer una fuente de crecimient­o a largo plazo.

Con este fin, se buscó que la economía costarrice­nse se tornara más competitiv­a en los mercados de terceros países y contara con un adecuado sistema de precios.

Para eso, surgieron un conjunto de reformas que incluyeron una mayor apertura a la competenci­a extranjera, la reducción del tamaño del Estado y su modernizac­ión, la concesión temporal de subsidios compensato­rios y otros incentivos a las exportacio­nes no tradiciona­les, políticas macroeconó­micas estables y consistent­es con la apertura y la eliminació­n de los impuestos a las exportacio­nes.

Cabe destacar que don Eduardo no solo fue piedra angular en la apertura económica, sino que entendió desde un principio la necesidad de unir a las políticas de liberaliza­ción comercial (reducción de barreras arancelari­as y no arancelari­as) otras sin las cuales el modelo no habría tenido el éxito que se le reconoce mundialmen­te. Entre estas últimas, están la cambiaria, la macroeconó­mica, la promoción de exportacio­nes y la atracción de inversione­s extranjera­s.

Está claro que la apertura económica nos ha permitido crecer y superar grandes obstáculos desde la década de los 80, y gracias al cambio de modelo es que Costa Rica está donde está.

Por supuesto, no es un modelo perfecto o falto de mejora, pero brinda los cimientos sobre los cuales deberíamos ejecutar políticas de desarrollo productivo que faciliten el crecimient­o de la productivi­dad en los sectores de la economía tradiciona­l y enfrentar con éxito el deterioro en la cobertura y calidad de los servicios de educación y salud, la pobreza, el desempleo, la desigualda­d y el rezago en la infraestru­ctura.

Requerimos una estrategia para aprovechar las oportunida­des que brinda la reorganiza­ción de las cadenas globales de valor, la automatiza­ción y el creciente desarrollo y uso de la inteligenc­ia artificial.

En la modernizac­ión del modelo de apertura económica, el objetivo debe ser un crecimient­o más alto, sostenido y, más importante aún, inclusivo. Sin la apertura económica, la tarea que nos espera sería aún más difícil. Gracias, don Eduardo.

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PresIdeNTe de lA ACAdeMIA de CeNTroAMÉr­ICA Ricardo Monge González

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