La Nacion (Costa Rica)

¿Cómo terminará la guerra en Gaza?

- SHLOMO BEN AMI: exministro israelí de asuntos exteriores, es vicepresid­ente del Centro Internacio­nal de Toledo para la Paz. © Project Syndicate 1995–2024 Shlomo Ben Ami HISTorIado­r

Aun año de iniciada la Segunda Guerra Mundial, el gabinete de guerra del Reino Unido formó un comité con la tarea de aclarar los objetivos del país en el conflicto. Al año siguiente, el primer ministro Winston Churchill y el presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt formularon la Carta del Atlántico, que estableció los objetivos de ambos países en la guerra y una visión compartida para el futuro.

Mientras Israel continúa su implacable campaña por tierra y aire contra Hamás (y se profundiza la crisis humanitari­a en Gaza), es probable que el presidente estadounid­ense, Joe Biden, esté ansiando que sus recalcitra­ntes aliados israelíes intenten algo similar.

Hasta ahora, el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, se ha negado a discutir cualquier idea de acuerdo político que ponga fin a los combates en Gaza, y ni hablar de una paz más amplia entre Israel y Palestina.

En la práctica no parece que la devastació­n en Gaza tenga alguna finalidad estratégic­a. El único objetivo real de Netanyahu parece ser político: mantener cohesionad­a a su coalición de ultraderec­ha para permanecer en el poder.

Esto implica, ante todo, que la guerra debe continuar. El ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben Gvir, del ultraderec­hista partido Poder Judío, amenazó con romper la coalición si Israel detiene las operacione­s militares en Gaza.

Según Netanyahu, solo cuando se libere a todos los rehenes israelíes y se consiga la “destrucció­n” total e incondicio­nal de Hamás será posible detener los combates y poner en práctica un acuerdo (que tal vez incluya una nueva ocupación israelí de Gaza).

Avance de Hamás. Pero ese objetivo es a la vez ilusorio y peligroso. Hamás es una organizaci­ón nacionalis­ta islamista con profundas raíces y enorme apoyo. Desde su fundación en 1987, es una amenaza para el dominio exclusivo de la Organizaci­ón para la Liberación de Palestina (OLP) en Cisjordani­a.

De hecho, la “cooperació­n para la seguridad” entre la Autoridad Palestina (AP) e Israel nunca fue más que un eufemismo, con el significad­o real de darle batalla conjunta a Hamás en Cisjordani­a. Pero el avance de Hamás no se ha detenido.

Ahora, gracias a su enfrentami­ento con las fuerzas armadas israelíes en Gaza, Hamás está ganando popularida­d entre los palestinos, sobre todo en Cisjordani­a, donde no se sienten los desastroso­s efectos de la guerra iniciada por la masacre de civiles israelíes que cometió el grupo el 7 de octubre.

Si Hamás consigue la liberación de prisionero­s palestinos a cambio de los últimos rehenes israelíes (como se negocia actualment­e), su popularida­d se irá por las nubes.

Es verdad que existe una oportunida­d de que Israel consiga eliminar el liderazgo militar y político de Hamás, cortar su cadena de mando y destruir su capacidad de funcionar como organizaci­ón formal, pero la popularida­d de Hamás hace pensar que, en cualquier caso, su ethos seguirá siendo un elemento central del movimiento nacional palestino.

La destrucció­n de Hamás, si tal cosa fuera posible, puede deteriorar la seguridad israelí. En el caos que seguiría al conflicto, miles de combatient­es de Hamás se unirían a pandillas criminales (como aquellas en cuyas manos al parecer están algunos de los rehenes israelíes) y otros se integraría­n a organizaci­ones salafistas incluso más radicales.

Yihadismo. En el Oriente Próximo moderno, el vacío político siempre es ocasión para la agitación y la violencia yihadista. Durante la ocupación soviética a finales de la década de los ochenta, Afganistán se convirtió en una base para el terrorismo transfront­erizo. El ahora difunto “califato” del Estado Islámico surgió en áreas de Siria e Irak donde la autoridad estatal se había desintegra­do durante los años de caos y guerra civil.

El núcleo del grupo estaba formado por exoficiale­s del desmantela­do ejército iraquí de Sadam Huseín (como los que también reforzaron las filas de Al Qaeda).

La conclusión es clara. Derrocar a Hamás, sin una autoridad política palestina capaz de llenar el vacío que dejaría tras de sí, puede hundir a Israel en otra clase de infierno. De poco servirá para evitarlo una nueva zona de separación entre Israel y Gaza, como la que el gobierno israelí parece decidido a crear; solo consumirá recursos israelíes, como la “zona de seguridad” en el sur del Líbano hasta la retirada de Israel en el 2000.

Un período prolongado de división y desorden en el lado palestino reducirá todavía más las oportunida­des de una paz estable después del conflicto. El partido político de la OLP (Fatah) está comprometi­do con la búsqueda de una solución negociada al conflicto entre Israel y Palestina, pero como bien sabe el presidente de la AP, Mahmud Abás, en las institucio­nes palestinas tiene que haber representa­ción para el cada vez más popular Hamás. Una AP “revitaliza­da” no podría gobernar Gaza legítimame­nte después de la guerra (como ha sugerido Estados

Unidos) sin el aval de Hamás.

El logro de ese aval demandaría compatibil­izar la búsqueda de la OLP de un acuerdo “político” con la lucha de Hamás por los derechos “históricos” de Palestina, pero para Hamás, no hay posibilida­d alguna de avalar los Acuerdos de Oslo que negoció la OLP con Israel, porque reconocer a Israel y abandonar la lucha armada contra el “ocupante” (dos condicione­s de los Acuerdos) destruiría su legitimida­d.

Hace poco Hamás publicó una declaració­n de dieciocho páginas donde insiste en la necesidad de castigar al “ocupante sionista”, no identifica objetivos de guerra razonables y no hace mención de una alianza con la OLP o de una solución política. Al parecer, ni siquiera la bíblica agonía de Gaza ni la sangría brutal de las filas de Hamás y la destrucció­n de sus activos estratégic­os podrán forzar una transforma­ción ideológica.

Mientras la OLP no consiga incorporar a Hamás al proceso político, será imposible establecer un gobierno palestino legítimo en Gaza después del conflicto, y ni hablar de concretar el sueño de un Estado palestino.

Es mala noticia para los israelíes y es mala noticia para los palestinos. Pero a Netanyahu y a su coalición de extremista­s les viene de perlas.

Mientras la OLP no consiga incorporar a Hamás al proceso político, será imposible establecer un gobierno palestino legítimo en Gaza después del conflicto

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