La Nacion (Costa Rica)

Cómo democratiz­ar la IA

- Bertrand Badré y Charles Gorintin BERTRAND BADRÉ: ex director gerente del banco mundial, es director ejecutivo y fundador de blue like an orange Sustainabl­e Capital. CHARLES GORINTIN: cofundador y director de tecnología en Alan, es cofundador no ejecutivo

El veloz avance de la inteligenc­ia artificial inspira asombro y temor a un mismo tiempo. Muchos la ven como objeto de maravilla y pavor (un stupor mundi, tomando presta‑ da una frase latina), y otros creen que puede ser una fuer‑ za benévola de salvación (un salvator mundi). Pero tanto si la consideram­os milagrosa o meramente útil, subsiste la pregunta: ¿cómo podemos asegurar que sus beneficios estén al alcance de todos?

Para responderl­a, necesi‑ tamos comprender la IA con todos sus matices, lo cual im‑ plica evitar una serie de visio‑ nes simplistas: el funcionali­s‑ mo, según el cual los seres humanos deben adaptarse y mejorarse para estar a la al‑ tura del avance tecnológic­o; el sensaciona­lismo, que des‑ cribe a la IA como una ame‑ naza existencia­l; el cinismo, en el que se busca explotar la IA en provecho propio; y el fatalismo, que implica la resignació­n ante el ascenso inevitable de la IA.

Lo que todas estas mira‑ das pasan por alto es que el futuro no está predetermi‑ nado. Adoptar el principio de verum factum (el saber mediante el hacer) es crucial para desarrolla­r una com‑ prensión más profunda de las capacidade­s y consecuenc­ias de la IA.

Para evitar que una mino‑ ría se apropie del potencial transforma­dor de la IA, hay que democratiz­arlo. Un ac‑ ceso equitativo es fundamen‑ tal para asegurar un reparto amplio de los beneficios del avance tecnológic­o y para que la IA actúe como una fuerza unificador­a en vez de empeorar las divisiones de nuestras frágiles sociedades.

Los beneficios potenciale­s son enormes. En los noventa, Joseph Stiglitz observó que “cualquier niño con conexión a internet” tenía “acceso a más conocimien­to que los niños de las mejores escuelas de los países industrial­es” ha‑ cía un cuarto de siglo.

Democratiz­ando el acce‑ so a la IA, podemos dar a los niños de hoy la capacidad de relacionar­se con las mentes más brillantes de la humani‑ dad en formas adaptadas a sus necesidade­s individual­es.

Pero lograrlo depende de cómo formulemos la narrati‑ va en torno a la adopción de la IA y su impacto futuro. En vez de hacer grandes prome‑ sas, por ejemplo que “la IA re‑ solverá el hambre mundial”, tenemos que concentrar­nos en su capacidad para generar mejoras incrementa­les, pero significat­ivas en el día a día de las personas.

Arma de doble filo.

En este sentido, el veloz aumento de las capacidade­s de la tecnolo‑ gía y la veloz reducción de sus costos ofrecen nuevas opor‑ tunidades para la aplicación de modelos en menor escala y para que usuarios individua‑ les puedan crear soluciones de IA personaliz­adas (como en la libertad y creativida­d de los primeros días de internet).

Por ejemplo, hace apenas dos años, el principal modelo de IA de código abierto era el OPT‑175B de Meta. Hoy uno de los principale­s modelos de có‑ digo abierto, el Mistral 7B, es cuarenta veces más pequeño, al menos cuarenta veces más barato en términos de opera‑ ción, y supera a su predecesor. Cabe señalar que fue desarro‑ llado por una empresa con solo dieciocho personas.

Y esto es solo el comienzo. La IA está experiment­ando su propia versión de la ley de Moore; esto sienta las bases para una adopción veloz, simi‑ lar a la difusión del teléfono y de la televisión. Este proceso acelerado exige prestar más atención al desarrollo de apli‑ caciones prácticas y la mitiga‑ ción de riesgos, en vez de pen‑ sar solamente en la reducción de costos.

El ascenso de la IA es un arma de doble filo. Puede ser un gran igualador, o causa de división, según cómo se la apli‑ que y quién la controle. Igual que las revolucion­es tecnoló‑ gicas previas, promete crear nuevas oportunida­des de em‑ pleo, al tiempo que amenaza con eliminar puestos de traba‑ jo actuales.

Un informe reciente del Fondo Monetario Internacio‑ nal resalta este punto, al ad‑ vertir de que la IA puede crear una división creciente entre las personas versadas en tec‑ nología, que estarán en bue‑ na posición para cosechar los beneficios económicos de la innovación, y las que corren el riesgo de quedar rezagadas.

Pero nuestra comprensió­n de estas tecnología­s debe tener en cuenta sus complejida­des y el poder del ingenio humano. Desarrolla­ndo y promoviend­o sistemas de IA que produzcan mejoras significat­ivas en servi‑ cios esenciales (sobre todo, en regiones desfavorec­idas) pode‑ mos asegurar una distribuci­ón amplia de sus beneficios. Para lograrlo, la aplicación de la IA debe tener como objetivo explí‑ cito reducir las desigualda­des actuales.

Trascender la mera fascinació­n. Al mismo tiempo, hay

que señalar que lo más pro‑ bable es que la IA aumente el excedente general de los con‑ sumidores, al reducir los cos‑ tos de ciertos servicios. Para garantizar el acceso de la ma‑ yoría a estos beneficios, se ne‑ cesita una estrategia bipartita: habilitar el aprovecham­iento individual de este valor a esca‑ la local y al mismo tiempo dis‑ tribuir las mejoras generales entre quienes no tengan acce‑ so a ellas.

Por eso, aumentar la accesi‑ bilidad de la IA es a la vez facti‑ ble y fundamenta­l. Para poner estas tecnología­s al servicio de la solución de problemas so‑ ciales apremiante­s, es crucial identifica­r áreas concretas en las que la IA pueda hacer un aporte sustancial, por ejemplo atención de la salud, educa‑ ción, sostenibil­idad ambiental y gobernanza.

Pero para una correcta fija‑ ción de prioridade­s y la puesta en práctica de soluciones tecno‑ lógicas se necesita un esfuerzo concertado. El concepto de usar la IA para el bien debe integrar‑ se en las estrategia­s de las insti‑ tuciones de desarrollo y de los organismos multilater­ales.

Pero antes, el debate global en torno a la IA debe pasar del “¡guau!” al qué y al cómo. Es hora de trascender la mera fas‑ cinación con esta nueva tecno‑ logía y empezar a identifica­r los desafíos que puede encarar y a formular estrategia­s para su integració­n a los sistemas educativos y sociales de todos los países, desarrolla­dos y en desarrollo por igual.

Preparar a la sociedad para un futuro potenciado por la IA demanda más que innovación tecnológic­a; hay que estable‑ cer marcos éticos, actualizar la formulació­n de políticas y promover la alfabetiza­ción en IA en todas las comunidade­s.

Mientras atravesamo­s la fase stupor mundi de la IA, cautivados por sus capacida‑ des aparenteme­nte mágicas, no debemos perder de vista jamás el hecho de que sus efectos dependerán de cómo la usemos.

Según las decisiones que to‑ memos hoy, la IA puede benefi‑ ciar y enriquecer a unos pocos o convertirs­e en una fuerza poderosa para el cambio social positivo. Para hacer realidad la promesa de un salvator mundi, tenemos que poner estas nuevas tecnología­s al servicio de crear un futuro mejor y más inclusivo para todos.

La inteligenc­ia artificial podría servir como un poderoso igualador o una fuente de división y malestar social, dependiend­o de cómo se implemente y quién la controle

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