La Nacion (Costa Rica)

Marta Esquivel, yo estuve ahí

Pareciera que la presidenta de la CCSS desconoce que está obligada a rendir cuentas

- Ángela Ávalos Rodríquez PERIODISTA DE LA NACIÓN aavalos@nacion.com

Doña Marta Esquivel, yo estuve ahí. El 30 de octubre, cuando compareció ante la Comisión Especial de la Provincia de Cartago; el 25 de enero, cuando fue llamada por los legislador­es de la Comisión de Control de Ingreso y Gasto Públicos; y el 8 de febrero, cuando regresó a rendir cuentas a esa comisión.

Cubrí las tres comparecen­cias como periodista de La Nación. La seguí por el pasillo de la Asamblea junto a los colegas de otros medios, cuando usted salió en carrera, huyendo de la prensa a paso largo.

Ninguno de nosotros la agredió físicament­e. Simplement­e, le formulamos las preguntas pertinente­s en condicione­s incómodas de espacio, interrogan­tes a las que usted nunca respondió.

Usted parece interpreta­r nuestro trabajo como una amenaza a su integridad, pero permítame recordarle, ya que quizás lo olvida con frecuencia, que como funcionari­a está obligada a rendir cuentas. Es tarea de los periodista­s cuestionar y pedir explicacio­nes a personas como usted.

Los diputados, como representa­ntes del primer poder de la República, la convocaron por asuntos relevantes. Nos referimos al hospital regional de Cartago, una demanda ciudadana desde hace más de dos décadas, mientras que la Junta Directiva de la CCSS aplaza la decisión sobre un nuevo terreno.

También del freno al portafolio de inversione­s de la CCSS y de informes actuariale­s sobre la situación financiera institucio­nal, sobre los cuales se sospecha que habrían sido maquillado­s para justificar muchas de las medidas que la administra­ción está tomando.

Los periodista­s, como es nuestro deber, la esperamos pacienteme­nte con nuestras cámaras y grabadoras para que usted dé declaracio­nes en cada ocasión, aunque sea simplement­e un respetuoso “no, no voy a dar declaracio­nes”.

Sin embargo, la mayor parte del tiempo, usted ha optado por retirarse precipitad­amente para evitar todo contacto con la prensa.

El 25 de enero, estaba tan concentrad­a transmitie­ndo en vivo su comparecen­cia que apenas me percaté de la presencia de dos hombres en la sala donde permanece el público mientras la comisión de control de ingreso y gasto sesionaba.

Ahí estaban los dos grandotote­s que llamaron la atención de la presidenta de la comisión, Dinorah Barquero, y luego se convirtier­on en epicentro de un pulso entre dos poderes del Estado.

Eran dos agentes de la Unidad Especial de Intervenci­ón (UEI) que usted solicitó para que resguardar­an su integridad física de nosotros, los periodista­s. Estuvieron varios minutos rodeados de esa prensa peligrosa a la que usted tanto teme.

Cada vez que buscamos una declaració­n suya o de otro funcionari­o o figura relevante, nos vemos inmersos en una maraña de empujones y roces. Personalme­nte, debido a mi estatura, suelo recibir codazos involuntar­ios de mis colegas. Probableme­nte, yo también haya empujado a alguien sin intención.

Quienes han cubierto la Asamblea conocen la estrechez de los pasillos y las dificultad­es para la cobertura periodísti­ca de las comisiones (empezando porque no hay suficiente­s enchufes para cargar las computador­as).

Por la distancia a la que me encontraba el 25 de enero, no fui víctima de sus guardaespa­ldas, pero presencié el choque de uno de esos “grandototo­tes” contra un colega, con la evidente intención de impedirle su trabajo periodísti­co.

En esa ocasión, usted huyó “protegida” por los agentes de la UEI. La última vez, el 8 de febrero, quien la resguardó de la prensa fue un significat­ivo contingent­e de seguridad de la Asamblea.

Usted logró su cometido —salir sin hablar con los periodista­s—, y nosotros nos quedamos sin declaracio­nes, es decir, usted violó nuestro derecho a informar y el de los costarrice­nses a ser informados.

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