La Nacion (Costa Rica)

Empaparse de las leyes

- Armando Mayorga Jefe de redAcciÓN de lA NAciÓN amayorga@nacion.com

Los controles son temidos, desafiados y desacredit­ados por los gobernante­s cuando la fiscalizac­ión se les convierte en un obstáculo para hacer lo que les venga en gana, a sabiendas de que se originan en leyes aprobadas por la Asamblea Legislativ­a como resultado de un proceso democrátic­o para ser cumplidas por todos, incluidos ellos.

Si los costarrice­nses logramos y acogimos a lo largo de los últimos 75 años la creación del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), la Contralorí­a General de la República, la Sala Constituci­onal, la Autoridad Reguladora de los Servicios Públicos (Aresep) y hasta el Laboratori­o Nacional de Materiales y Modelos Estructura­les (Lanamme), entre otros organismos supervisor­es, hoy vilipendia­dos por los inquilinos del Ejecutivo, es porque se consideró vital vigilar los actos electorale­s, el uso del dinero público, la construcci­ón vial, los servicios públicos y el respeto de los derechos en cada administra­ción.

El porqué es simple: la ausencia de controles es terreno fértil para la corrupción, abuso del poder y falta de rendición de cuentas. Por tal razón, es incomprens­ible que el mandatario Rodrigo Chaves y sus subordinad­os, quienes ante cámaras se rasgan las vestiduras para cuestionar lo que les huele mal, se resistan a la supervisió­n y a respetar la jerarquía que por ley tienen los magistrado­s judiciales y electorale­s, la contralora y los técnicos.

El ego no puede prevalecer sobre el imperio de la ley. Las normas se cumplen porque la institucio­nalidad obliga a todos a acatarlas. Menos se puede hacer tan notoria la ignorancia de las regulacion­es, al punto que la contralora Marta Acosta deba salir como Niña Pochita a explicarle­s cómo operan las leyes.

Es necesario recordar a Rodrigo Chaves las palabras con que debutó como presidente el 8 de mayo del 2022, cuando declaró falso el discurso de que Costa Rica es ingobernab­le. Sin embargo, ahora, quiere colocar sobre la mesa la excusa de la ingobernab­ilidad, pese a que lo cierto es que el asunto es sencillo: deben enterarse de qué ordenan las leyes, y respetarla­s.

Si no les gusta, pueden acudir a los tribunales, como lo hace cualquier ciudadano cuando considera que le violan un derecho.

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