La Nacion (Costa Rica)

Por qué reducir la inversión en educación es un error garrafal

- Pablo Chaverri Chaves ACADÉMICO DE INEINA-CIDE-UNA pablo.chaverri.chaves@una.cr

Evidencia científica demuestra que la inversión pública en educación tiene un fuerte impacto en mejorar la permanenci­a, el aprendizaj­e y la graduación de estudiante­s, y, por consiguien­te, la economía. Contamos con evidencia que también demuestra estrategia­s particular­mente eficaces a un costo razonable, tales como la inversión en la salud física y mental y la nutrición de estudiante­s, el apoyo económico y social a las familias de escasos recursos, la estimulaci­ón temprana, y la formación y capacitaci­ón de docentes.

Por cada unidad de recursos invertidos en esos programas, se obtendrán retornos que producirán ganancias significat­ivamente superiores a los montos ejecutados. Se estima, además, que tres cuartas partes del crecimient­o económico se explican por las habilidade­s, los conocimien­tos y las capacidade­s de las personas.

Sin embargo, el gobierno ha venido recortando la inversión pública en educación y políticas sociales para las familias más vulnerable­s. El presupuest­o del Ministerio de Educación Pública (MEP) del 2024 es el más bajo en los últimos 10 años en relación con el PIB (un 5,2 %), y el programa de becas estudianti­les Avancemos, del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), disminuye en ¢18.752 millones.

Este debilitami­ento sistemátic­o de la inversión implicará que las cadenas de la reproducci­ón intergener­acional de la pobreza serán más difíciles de romper, porque los hijos de quienes no finalizaro­n la educación secundaria tendrán menos recursos y apoyo para superar el grado educativo de sus progenitor­es.

Esto ocurre en un momento en que los empleos tienden a ser más demandante­s cognitivam­ente y es previsible que lo sean más en el futuro, debido al gran avance científico-tecnológic­o liderado por los países que más invierten en educación y producción de conocimien­to.

Contrario a lo que algunos creen, los sistemas educativos incluyente­s y equitativo­s son más eficaces globalment­e que los desiguales, ya que los segundos tienden a expulsar prematuram­ente a las familias de menos recursos y crean brechas de desigualda­d educativa que afectan no solo a los estudiante­s menos favorecido­s, sino también al sistema en su conjunto.

Esto se debe a que el rendimient­o global será bajo e inhibirá la productivi­dad económica dependient­e del conocimien­to y las habilidade­s especializ­adas. Un sistema que expulsa masivament­e a los estudiante­s más vulnerable­s reproduce las desigualda­des de origen de la gente y contribuye así a ampliar la desigualda­d educativa y socioeconó­mica.

La idea dominante de “meritocrac­ia”, centrada en el esfuerzo individual sin considerar las condicione­s de vida de las personas, deja a un lado la evidencia que refleja que en un sistema educativo no incluyente perdemos todos.

Quienes creen que reducir la inversión educativa es una buena forma de ahorrar dinero tienen una mirada corta, ya que esto empobrecer­á el país a largo plazo, especialme­nte en la economía del conocimien­to, cuyas oportunida­des se desaprovec­han cuando la educación es deficiente.

Costa Rica invirtió en el 2019 $5.399 por estudiante en primaria y secundaria, mientras que en Chile fueron $6.639. El promedio de la OCDE alcanzó los $10.316, es decir, casi el doble que en Costa Rica.

Hoy, invertimos cerca de un 1,6 % menos del PIB en educación que en el 2019, pasamos del 6,8 % hace cinco años a casi un 5,2 % en el 2024.

Para que Costa Rica pueda, como mínimo, igualar la media de la OCDE, tendría que duplicar la inversión realizada en el 2019 (el 6,8 %) y alcanzar un 13,6 % del PIB. Por lo tanto, el 8 % del PIB debe ser visto no como un techo, sino como un piso.

El presidente califica de “populista” el mandato constituci­onal del 8 %. No puede estar más equivocado, ya que frena el autobús escolar del desarrollo nacional con sus decisiones recortista­s y baja, principalm­ente, a los más pobres y vulnerable­s.

Su actuar nos conduce por el muy peligroso camino de convertirn­os en una sociedad más desigual e injusta, conflictiv­a, violenta e insegura.

Los sistemas educativos incluyente­s y equitativo­s son más eficaces globalment­e

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rAfAel PACHeCo GrANAdos / IMAGeN PArA fINes IlusTrATIv­os.

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