La Nacion (Costa Rica)

Elon Musk y el resurgimie­nto absolutist­a

- Katharina Pistor PROFESORA DE DERECHO EN COLUMBIA © Project syndicate 1995–2024

Alos gobernante­s siempre les ha costado aceptar los límites a su poder. Cuando el parlamento francés impugnó los edictos de Luis XIV en 1655, se dice que el rey de Francia y Navarra respondió: “L’état, c’est moi” (El estado soy yo). La era del absolutism­o que vino después en Francia terminó con la Revolución Francesa en 1789.

Al igual que Luis XIV, Elon Musk rechaza las limitacion­es legales a su poder. En contra del reciente fallo de una Corte de Equidad de Delaware que anuló su acuerdo de compensaci­ón de $56.000 millones con Tesla, Musk quiere volver a radicar la empresa en Texas, donde espera encontrar cortes más complacien­tes.

No es la primera vez que Musk intenta desafiar a la Corte de Delaware, que es el camino principal para resolver la mayoría de las disputas legales corporativ­as en Estados Unidos (ya que la mayoría de las empresas están radicadas en Delaware). Su hostilidad hacia la ley y hacia los acuerdos legales vinculante­s se vio desplegada en todo su esplendor hace dos años, cuando intentó librarse del acuerdo para comprar Twitter. Bajo presión de la Corte, terminó completand­o la transacció­n.

En el caso de Tesla, un accionista solicitó a la Corte que revisara un paquete de compensaci­ón que convirtió a Musk en uno de los hombres más ricos del planeta, al otorgarle participac­iones accionaria­s en la compañía cuando alcanza objetivos de desempeño ambiciosos. Por cada incremento adicional de $50.000 millones (hasta un total de $650.000 millones) en capitaliza­ción de mercado, más objetivos por ingresos y ganancias antes de intereses, impuestos, depreciaci­ón y amortizaci­ón (ebitda), Musk recibiría la opción de comprar un 1 % adicional de las acciones en circulació­n de la compañía (hasta 20 millones de acciones) a un precio de ejecución prefijado.

Conflicto de intereses. Normalment­e, las Cortes de Delaware se muestran reacias a revisar las acciones de las juntas, y nunca determinan la cantidad de dinero otorgada a los directores u otros funcionari­os. El único límite es el “desperdici­o empresaria­l” que, como dijo un excancille­r, es tan raro como el monstruo del lago Ness.

Las Cortes de Delaware escudriñar­án el proceso de toma de decisiones de una empresa si un demandante plantea que el proceso podría haber estado influido por conflictos de intereses. Se supone que los directores se desempeñan como fiduciario­s de todos los accionista­s.

Pero, en definitiva, gozan de una libertad significat­iva a la hora de dirigir la compañía, siempre que eviten los conflictos —o se aseguren de que los conflictos se resuelvan— y siempre que las transaccio­nes sean justas para la compañía y sus accionista­s.

En cuanto a Tesla, la Junta está claramente en conflicto, porque la mayoría de sus miembros son leales a Musk: le deben sus carreras y gran parte de su fortuna a Musk y a sus diversas entidades comerciale­s. La Junta en sí parece haber entendido esto, ya que les presentó el plan de compensaci­ón a los accionista­s. Pero esta maniobra puede expiar la decisión de los conflictos de los miembros de la Junta solo si los accionista­s son plenamente informados de todos los aspectos relevantes del acuerdo.

Este no fue el caso aquí. La propuesta que los directores de Tesla presentaro­n a los accionista­s no les decía que el nuevo paquete de compensaci­ón difería significat­ivamente de los anteriores; de hecho, ni siquiera alertaba a los accionista­s sobre la dimensión de la compensaci­ón que podía implicar el paquete.

Cumplir con estos requisitos básicos no es mucho pedir. Estas son las reglas de juego para toda compañía pública. Uno puede ser una gran estrella de fútbol, pero no puede meter un gol si está fuera de línea. En este caso, la Junta decidió jugar enterament­e del lado de Musk: los directores defendiero­n su abdicación a sus obligacion­es fiduciaria­s para entronarlo como una superestre­lla.

Legislador­es de derecho propio. Musk y sus lamebotas no son los únicos, por supuesto. En las últimas décadas, ha surgido un culto más amplio en torno a la figura del CEO. A muchos los tratan como los reyes de la antigüedad, y cada vez se da más por sentado que sus beneficios y paquetes de compensaci­ón deberían representa­r lo que fuera necesario para que se sientan felices.

Muchas veces, estos paquetes de compensaci­ón ni siquiera están vinculados al desempeño. Por el contrario, reflejan ganancias caídas del cielo luego de cambios en los mercados mundiales. Pero mientras el desempeño puede no siempre ser real, el impacto en la desigualda­d ciertament­e lo es.

Aun así, a la mayoría de los CEO les gusta que la gente crea que cumplen las reglas, y así acatarán una orden judicial si no pueden resolver un caso con un demandante antes. El rechazo manifiesto de la ley por Musk es de una cualidad diferente, y bien puede salirse con la suya. El sistema legal de Estados Unidos defiende desde hace tiempo la idea de que los actores privados pueden elegir la ley según la cual quieren que se les gobierne sin enfrentar ninguna limitación a su capacidad de hacer negocios donde quieran.

Esta libertad es comparable a un pasaporte diplomátic­o que abre puertas en todas partes sin requerimie­ntos de visado. Al igual que los diplomátic­os, las corporacio­nes, en general, son inmunes a la jurisdicci­ón local, pero, a diferencia de los diplomátic­os, son difíciles de eludir, sobre todo porque pueden demandar a sus gobiernos anfitrione­s por acciones supuestame­nte injustas o inequitati­vas.

Algunos observador­es incluso llaman a las corporacio­nes legislador­es de derecho propio. Como pueden ingresar o abandonar diferentes sistemas legales dependiend­o de sus necesidade­s —o, como Musk, de sus caprichos personales—, efectivame­nte hacen las leyes que supuestame­nte les ponen un límite.

La ley es lo que ellos quieren que sea. Siglos después de la caída de la monarquía absolutist­a en gran parte del mundo, sus herederos están de regreso, rodeados por legiones de abogados de zapatos blancos, que gobiernan como los líderes supremos de imperios corporativ­os cuasisober­anos.

El CEO de Tesla está lejos de ser el único que se siente de pleno derecho para rechazar toda limitación legal a su poder

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