Democracia robusta
Pese a las turbulencias, falencias, amenazas y agresiones —algunas externas, la mayoría internas—, nuestra arquitectura y desempeño democráticos se mantienen firmes. Al menos, tal es la valoración de la Unidad de Inteligencia de The Economist (EIU, por sus siglas en inglés), empresa ligada a esa prestigiosa revista británica. En su índice de democracia 2023, divulgado ayer, nos mantenemos entre los 24 países calificados como “democracias plenas”: lugar 17, con 8,29 de 10 puntos posibles, terceros en América, después de Canadá (lugar 13 y 8,69 puntos) y Uruguay (14 y 8,66).
El primer lugar entre los 165 Estados independientes y dos territorios analizados lo ocupa Noruega, mientras Estados Unidos sigue en la categoría de “democracia imperfecta”, 29 en el ranquin. Nada sorprendente.
Los índices siempre hay que tomarlos con un grano de sal. Su inevitable simpleza dista de reflejar plenamente realidades complejas, y la democracia sin duda lo es. Sin embargo, por su trayectoria y metodología, este es particularmente robusto, y su estable metodología permite comparaciones temporales. Su calificación general es el promedio de cinco categorías, cada una con varios indicadores. El mejor desempeño de Costa Rica, por mucho, se da en las de libertades civiles (9,71) y proceso electoral y pluralismo (9,58). En cambio, apenas llegamos a 6,88 en cultura política, 7,50 en funcionamiento del gobierno y 7,78 en participación política. Es decir, nuestra gran solidez democrática descansa en un acervo de instituciones y valores que tutelan el ejercicio de la voluntad popular, los derechos y las libertades.
Primera lección: para mantener ese entramado, no solo debemos defender las instituciones de quienes intentan degradarlas, sino fortalecerlas en su desempeño. Segunda: para evitar el deterioro democrático, tenemos el deber de mejorar en cultura y participación políticas (tareas tanto individuales como sociales), y exigir un desempeño más eficaz del gobierno, no solo en las funciones esenciales que le tocan, sino también en los valores que proyecta.
Gran conclusión: el carácter estructural de nuestra democracia es sólido y resiliente. Sin embargo, nada garantiza que, sin un activo compromiso ciudadano, se mantenga así. A fin de cuentas, las coyunturas pueden alterar estructuras.