La Nacion (Costa Rica)

Entre la ‘sucesión dinástica’ y los 222

- Carlos Fernando Chamorro PERIODISTA NICARAGÜEN­SE carlosf.chamorro@confidenci­al.com.ni

Un año después de la liberación de los 222 presos políticos, desterrado­s a Estados Unidos y despojados de su nacionalid­ad nicaragüen­se, la dictadura familiar sigue profundiza­ndo su propia crisis en el poder, al imponer un régimen cada vez más totalitari­o. La “innovación” del sultanato Ortega Murillo es crear un sistema de persecució­n de la disidencia, que castiga por igual a los que demandan elecciones libres y democracia que a las monjitas de la madre Teresa de Calcuta, o a los promotores de una reina de belleza, ganadora de Miss Universo.

Su receta es una maquinaria clientelis­ta de control social, culto a la personalid­ad, espionaje político y extorsión económica, que está provocando la migración masiva de los nicaragüen­ses hacia Estados Unidos, Costa Rica y otros países, en busca de libertad, seguridad y oportunida­des.

Si algún despistado analista internacio­nal pronosticó que después de reelegirse en octubre del 2021, sin competenci­a política y con todos los precandida­tos presidenci­ales de la oposición presos, Ortega facilitarí­a una apertura política, en realidad se equivocó, porque hizo todo lo contrario.

En el 2022, arrasó con la sociedad civil, eliminó los gremios y las asociacion­es, y arreció la persecució­n contra los sacerdotes y obispos proféticos de la Iglesia católica.

De la misma manera, después de la excarcelac­ión de los reos de conciencia, en febrero del 2023, tampoco se atrevió a convocar un diálogo para restablece­r la estabilida­d nacional.

Ortega dio un salto hacia adelante y se salió de la OEA para intentar eludir los compromiso­s del Estado de Nicaragua con los convenios internacio­nales sobre derechos humanos, prevención de la tortura y la apatridia, entre otros, cobijándos­e bajo la protección de sus aliados internacio­nales: Rusia, China, Cuba, Venezuela e Irán.

Tras la excarcelac­ión de los 222, vino el endurecimi­ento del Estado policial, usando la puerta giratoria con nuevos presos políticos (hay 105 en las cárceles y más de 50 bajo asedio policial y en casa por cárcel de facto), con más persecució­n religiosa, más extorsión económica contra las empresas y más confiscaci­ones de propiedade­s y universida­des.

Al condenar como “apátridas” y “traidores a la patria” a otros 94 ciudadanos, la mayoría de ellos exiliados, el régimen extendió las confiscaci­ones contra más de 316 ciudadanos, anuló la seguridad jurídica y generalizó la aplicación de un sistema de coimas y extorsión tributario y aduanero, que coloca a Nicaragua entre los países más corruptos del mundo en el ranquin de Transparen­cia Internacio­nal, a la par de Venezuela, Siria y Somalia.

Por ello, casi dos años y medio después de la abstención masiva durante la farsa electoral del 2021, la gente sigue votando con los pies, y se va de Nicaragua porque el régimen no ofrece ningún futuro a jóvenes, trabajador­es, profesiona­les, productore­s y empresario­s. Ni siquiera a los mismos servidores públicos que trabajan en el Estado.

Por su parte, Ortega y Murillo convirtier­on el país en un refugio de líderes corruptos centroamer­icanos y plataforma de exportació­n hacia Estados Unidos de migrantes irregulare­s cubanos, haitianos y extraconti­nentales.

Traspaso. La única salida que ofrece la dictadura es más de lo mismo, o incluso algo peor que lo mismo, con la “sucesión dinástica” de Daniel Ortega a su esposa Rosario Murillo. Una sucesión que está en marcha con la barrida anticipada que está ejecutando la vicepresid­enta en la cúpula del Estado para colocar a sus leales e incondicio­nales, ante el estupor que campea entre los partidario­s del FSLN.

La caducidad del modelo de copresiden­cia entre el gobernante ausente, que por cierto cumple 50 días de ausencia en el cargo público, y la vicepresid­enta omnipresen­te, también está provocando zozobra entre los generales del Ejército y la Policía, entre ministros, diputados, magistrado­s y testaferro­s de los negocios del clan familiar. Es un modelo fracasado, que incluso podría empeorar al quedar todos los operadores políticos sometidos al

Mientras siguen persiguien­do por igual a quienes demandan democracia que a las monjitas de la madre Teresa, un cambio se gesta desde el exilio

poder absoluto y despótico de una sola persona.

En Nicaragua, entre los altos rangos del Ejército y la Policía, que en última instancia sostienen la dictadura en el poder, es vox populi que mientras Ortega es admirado y respetado por su aureola de caudillo “histórico”, Murillo es solamente temida (y odiada) por su prodigiosa memoria vengativa.

Por eso, el promociona­do proyecto de “sucesión dinástica”, aunque a corto plazo es la única solución de carácter constituci­onal que pueden invocar los poderes fácticos, dada la ausencia definitiva de Ortega, no representa una solución a mediano plazo para los que manejan los feudos del poder dictatoria­l, mientras que para la mayoría democrátic­a del país significar­ía únicamente más violencia política e inestabili­dad.

Luz de esperanza. En contraste, en la acera de la mayoría azul y blanco del país, la esperanza de un cambio democrátic­o se mantiene intacta como la única salida nacional para iniciar la reconstruc­ción de Nicaragua con justicia, desarrollo y prosperida­d.

A pesar del desarraigo y el dolor del destierro, y lo que implica reconstrui­r sus vidas y sus familias en condicione­s adversas para superar las secuelas de la cárcel, la tortura y el exilio, el liderazgo plural de los exreos de conciencia y los líderes exiliados que se organizan en Costa Rica desde el 2021 representa una luz de esperanza para salir de la dictadura y comenzar la transición democrátic­a.

La dictadura nunca pudo quebrar la moral de los presos políticos en las cárceles. Jamás pudo obtener una confesión o inculpació­n por los delitos atribuidos. Por el contrario, logró la reafirmaci­ón de que la lucha por la libertad y la democracia, con justicia sin impunidad, es innegociab­le.

Un año después de la excarcelac­ión de los 222 presos políticos, esa convicción sigue siendo el pilar fundaciona­l de un nuevo liderazgo democrátic­o que se conforma en un clima de tolerancia, sin caudillos y sin mesianismo, alejado de los extremos, aunque todavía no tiene raíces hondas en la Nicaragua profunda debido a la represión y el Estado policial.

De ese liderazgo depende, principalm­ente, y de la seguridad que puedan proveer a las redes ciudadanas, reactivar una resistenci­a activa en Nicaragua y convertirs­e en una alternativ­a de poder.

Pero el cambio ya se está construyen­do desde Nicaragua, en la libertad de conciencia y en la resistenci­a silenciosa, y desde el exilio en la prensa independie­nte que sigue derrotando la censura oficial, pero aún falta restablece­r plenamente el derecho a la libertad de expresión, sin represión.

Por ello, es imperativo seguir demandando la solidarida­d de América Latina, con la participac­ión de Centroamér­ica, México, Brasil, Argentina, Chile, Colombia y otros países, con la izquierda democrátic­a y la derecha liberal latinoamer­icana junto a la comunidad internacio­nal, para aislar la dictadura de Ortega Murillo, con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea.

Los nicaragüen­ses no están demandando una intervenci­ón extranjera ni lesionar la soberanía nacional, lo que exigimos es aislar a una dictadura totalitari­a hasta que se suspenda el Estado policial para despejar el camino hacia una reforma electoral, sin Daniel Ortega y sin Rosario Murillo, para celebrar nuevas elecciones libres y empezar la transición democrátic­a.

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AFP
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