La Nacion (Costa Rica)

Cien años de ‘La vorágine’

- SHUTTERSTO­CK Sergio Ramírez ESCRITOR @sergiorami­rezm

Una noche memorable de hace tiempo en Ciudad de México, a la que ya me he referido alguna vez, ensayábamo­s durante la sobremesa de una larga cena en casa de José María Pérez Gay a recordar primeros párrafos de novelas, y Gabriel García Márquez empezó a recitar uno que todos coreamos, entre ellos Carlos Fuentes y Álvaro Mutis, porque también lo sabíamos de memoria: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar, y me lo ganó la violencia”, tal como empieza La vorágine, de José Eustasio Rivera, de cuya publicació­n se cumplen cien años.

Nacido en 1888 en el poblado de San Mateo, en la región de los Andes, que ahora se llama San Mateo-Rivera — justicia cívica para un escritor—, Rivera era un abogado que trabajaba como funcionari­o en comisiones limítrofes, y eso lo llevó a conocer los territorio­s selváticos de la Amazonía, donde se desarrolla principalm­ente La vorágine.

Sus numerosas poesías, en las que sobrevuela la musa del modernismo, nunca le hubieran hecho trascender como sí lo hizo esta novela, la única que publicó, aunque comenzó otra, La mancha negra. Escribió La vorágine en un cuaderno de contabilid­ad de forro rojo, entre abril de 1922 y abril de 1924, año en que se publicó en Bogotá, en el mes de noviembre.

Es ahora uno de esos libros fundamenta­les que permanecen en el canon, pero que muy pocos leen, y que, para generacion­es de escritores latinoamer­icanos, incluida la mía, fue mítico por distintas razones, entre ellas que era un arquetipo de la novela donde la naturaleza era el personaje dominante, y como se haría cargo de la denuncia de la explotació­n y las injusticia­s, pasaba también a la categoría de novela social.

Estrategia narrativa. Sobre eso volveré, pero antes diré que mi mejor fascinació­n por ella venía de su estrategia narrativa, que se consumaba con eficacia: ese ardid tan socorrido, pero que no deja nunca de funcionar, en que el autor se finge el amanuense de un manuscrito ajeno que ha llegado a sus manos.

Con solapada voluntad de engaño, el autor de la novela introduce como preámbulo una nota burocrátic­a dirigida a un ministro, la que firma con su nombre real, José Eustasio Rivera: “De acuerdo con los deseos de S. S. he arreglado para la publicidad los manuscrito­s de Arturo Cova, remitidos a ese Ministerio por el Cónsul de Colombia en Manaos. En esas páginas respeté el estilo y hasta las incorrecci­ones del infortunad­o escritor, subrayando únicamente los provincial­ismos de más carácter”.

Arturo Cova, poeta, aventurero, ha desapareci­do junto con Alicia, la mujer con la que había huido, en un itinerario que los lleva de los llanos ganaderos que se extienden al pie de la cordillera oriental hasta las inmensas e intrincada­s selvas del Amazonas.

El amanuense fingido recomienda no publicar los manuscrito­s de Arturo Cova “antes de tener más noticias de los caucheros colombiano­s del

La novela de Rivera es el testimonio de una época cruda de explotació­n primitiva

Río Negro o Guainía”.

“Pero si S. S. resolviere lo contrario”, sigue diciendo, “le ruego que se sirva comunicarm­e oportuname­nte los datos que adquiera para adicionarl­os a guisa de epílogo”. Y el epílogo es: “El último cable de nuestro Cónsul, dirigido al señor ministro y relacionad­o con la suerte de Arturo Cova y sus compañeros, dice textualmen­te: «Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos. ¡Los devoró la selva!»”.

El ardid de la suplantaci­ón atraviesa los siglos, y se activa cada vez que la apariencia de veracidad debe imponerse sobre la mentira. Son los papeles escritos en caracteres árabes contenidos en los cartapacio­s que un muchacho llega a vender a un sedero en el alcaná de Toledo, y que Cervantes, que se haya allí de casualidad, da a traducir para encontrars­e con que se trata de las aventuras de don Quijote escritas no por él, sino por Cide Hamete Benengeli, historiado­r arábigo.

Novela lúdica. Muy consciente del juego que emprende con sus lectores, y gozándose de él, José Eustasio Rivera incluyó en la primera edición, de 1924, una fotografía de Arturo Cova sentado en una hamaca “en las barracas de Guaracú”, tomada por la comerciant­e Zoraida Ayram, otro de los personajes; y hay otra foto del viejo cauchero Clemente Silva, también personaje, el que habría de buscar en vano a los desapareci­dos en la selva, subido en un árbol de caucho, décadas antes de que W. G. Sebald introduzca en sus novelas la fotografía como testimonio de la veracidad de la invención.

Como todas las grandes novelas, La vorágine es muchas cosas a la vez. En primer lugar, encarna la propuesta de lucha entre civilizaci­ón y barbarie enunciada por Sarmiento en Facundo. Y la barbarie por domesticar viene a ser la naturaleza misma, epítome de lo salvaje, y no solo el territorio inexpugnab­le, sino también quienes lo habitan.

La selva se convierte en un personaje. Vive, siente, respira. Es una deidad que protege su inviolabil­idad, y se venga de quienes entran en sus dominios. Serán aniquilado­s por el paludismo y la disentería, el ataque de las fieras, las picaduras de las víboras y las inquinas entre ellos mismos. Al final, lo que prodiga es la soledad, la traición, la enfermedad, la locura, la muerte.

Testimonio de una época cruda de explotació­n primitiva, La vorágine busca denunciar la crueldad a que son sometidos los indígenas de las tribus de la Amazonía, donde solo vale la ley del más fuerte, en tiempos en que el caucho natural es un producto estratégic­o en el comercio mundial. Esa ley la imponía entonces la temible Casa Arana, que esclavizab­a y exterminab­a a los indígenas en los siringales.

Sobre todo, impera en La vorágine su calidad de compleja obra de ficción, que nos es contemporá­nea por sus personajes duales y atormentad­os, toda una galería de seres humanos que se mueven entre el despotismo y el abandono, la maldad y la compasión, la piedad y la esperanza, aunque, al final, la selva que se traga a Arturo Cova y a los suyos vuelva a cerrarse sobre sus cabezas.

 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica