La Nacion (Costa Rica)

Cómo las comunidade­s digitales pueden mejorar la educación

- Isabel Gamboa Barboza CATEDRÁTIC­A DE LA UCR isabelgamb­oabarboza@gmail.com

La juventud pasa rápido. No lo digo en el sentido tradiciona­l de la expresión, ¡cuando nos vemos un día en el espejo y nos damos cuenta!, sino por la velocidad e ímpetu con que se mueven sus afectos, actos y decisiones.

Cuando una es docente, lo atestigua cotidianam­ente, pero, en mi caso, nunca tanto como el semestre que tuve entre mis estudiante­s a una emo, un skinhead, una cosplayer y un bailarín callejero. ¡Con cuánta rapidez y vehemencia actuaban en el aula cuando se sintieron libres!

Establecer relación entre las categorías teóricas y las manifestac­iones de la subcultura que actuaban se volvió más fácil e interesant­e. El conocimien­to empírico estaba en sus manos y eran sus pares quienes inquirían, bajo mi guía. ¡Fue como tener un semestre en un mundo tiktokero, donde al tiempo que vivido era interpreta­do!

El impulso y la propensión al cambio, propios del proceso de madurez, adquieren, en los últimos tiempos, un ritmo distinto, marcado por las redes sociales —que deja una profunda impresión en sus gustos, sueños y deseos—, aunado al hecho de que las metas por las cuales luchar, el sentido de pertenenci­a y la confianza en el futuro se tambalean por el deterioro de la institucio­nalidad y el aumento del odio social que empuja ese “primero mis dientes, después mis parientes”, que me expresó un alumno para razonar sobre las traiciones entre sus pares.

TikTok. Si usted se dedica a la docencia, la administra­ción o la planificac­ión educativa, si investiga, diseña currículos y programas para cursos, conocer los referentes culturales del estudianta­do, indagando en las redes, es una buena idea.

Dentro de la gran cantidad de plataforma­s, la principal es TikTok, según un estudio de Porter Novelli, denominado Navegando la cultura digital Z (personas de entre 13 y 28 años) para Costa Rica, publicado el año pasado. Más de la mitad de los usuarios correspond­en a esta generación.

Otros resultados muestran que ser de la gen Z es buscar la originalid­ad, cambiar hasta 10 veces por hora de plataforma, debido al deseo de contenido fresco, visitar las redes 30 veces al día, comentar más y dar más likes que los millennial­s (los que tienen entre 27 y 42 años).

El sondeo afirma que el mayor interés está en sus valores y en el intercambi­o con los demás. La mayoría aprecia más la conversaci­ón en las redes que los likes, por lo que, para comunicars­e con gente de esas edades, es necesario un diálogo franco de escucha y habla, aprovechar los micromomen­tos y las experienci­as personaliz­adas y escoger la colaboraci­ón que los involucre y dé sentido de conexión y propiedad, según recomienda­n.

La mayor parte de los procesos de la enseñanza, desde preescolar hasta la universida­d, incluidas la pública, la privada y la mixta, se beneficiar­ían si tuvieran en considerac­ión la existencia de las redes, y, en particular, a TikTok y su naturaleza llena de estímulos visuales y auditivos de diferente tipo, que abarca una enorme cantidad y diversidad de informació­n, y facilita la relación entre pares.

Es decir, que quienes llegan a nuestras aulas utilizan, disfrutan y sufren la urgencia, los colores y los chisporrot­eos que llegan a la pantalla y sacuden sus cuerpos y cerebros.

Labor docente. Parte del contrato de ser docente es cultivar nuestra pasión por la enseñanza, así que, en vez de satanizar su uso, miremos las redes como una oportunida­d para conocer a su población y aprender cómo hacer las cosas mejor.

No significa que cada clase tenga que ser un carnaval para no cansar a los estudiante­s que, por el contrario, deben aprender a tolerar los aspectos aburridos o desagradab­les de la vida. Pienso, más bien, que dicha red nos puede inspirar para cuestionar cierta solemnidad con la que nos tratamos por ejercer la docencia, la rigidez de opiniones que les transmitim­os, la lejanía del trato y las pocas herramient­as que ofrecemos para que aprendan a pensar.

Como docentes, podemos hacer valer la autoridad que nos otorgan el cargo, los títulos y el conocimien­to, y, al mismo tiempo, pasarla, por lo general, muy bien durante el trabajo, convidando al estudianta­do el entusiasmo, el despertar del intelecto y el atreverse a hablar con sinceridad, y a descubrir los incentivos, la variedad y la interacció­n que todo proceso educativo tiene el potencial de contener.

Tomemos en cuenta las pistas que las redes dejan para encontrar mejores diálogos en el aula, como el hecho de que buscan ser originales: hagamos tareas en el aula que les permitan ejercitar su creativida­d, pero también para no olvidar que estamos frente a sentimient­os que han sido ya descritos en trabajos académicos, como el de la psicoanali­sta argentino costarrice­nse Mónica Vul Galperín: aburrimien­to, insegurida­d, tristeza, desinterés y desesperan­za.

Asimismo, tengamos en considerac­ión que navegar en las redes ilustra algo de los vínculos familiares, escolares, comunales y de amistad, que no sostienen lo suficiente como para amarrarse a la vida sin tanto vaivén emocional. Es probable que el uso repetido de estos medios evidencie lo sola que está la gente.

Lo que la juventud gana en las plataforma­s puede traducirse sin mucha dificultad en términos pedagógico­s para un aula: fortalecer y garantizar el derecho de cada docente a dar su opinión (razonándol­a), estimular para que los alumnos digan lo que piensan (guiándolos para que aprendan a sustentar sus ideas), promoviend­o un clima de respeto frente a las diferencia­s, fomentar el diálogo entre pares (con ejercicios de análisis durante las clases, donde ejerzan su protagonis­mo con la mentoría docente), incorporar la realidad del estudianta­do (con ejemplos de sus contextos, puestos por ellos mismos, en relación con la materia vista) e incorporan­do al aula sus conocimien­tos y gustos extracurri­culares.

Educación amable. Sacar el aula usando varios escenarios, como en TikTok, es explicar sobre combustibl­es teniendo como ejemplo una calle transitada, discutir acerca de la muerte en el cementerio, hacerlos hablar de matemática­s en un parque que presenta a quienes transitan como cantidades, magnitudes y propiedade­s.

Hagamos que el proceso pedagógico los forme integralme­nte y que incluya una ética que, como explica la filósofa española Ana de Miguel, conlleva los límites que nos ponemos frente a otras personas y, en esto, las redes son una herramient­a que ayuda al análisis y manejo del odio que corre en ellas.

Claro que se requiere un mundo de vocación y perseveran­cia, pues junto a los estudiante­s dedicados hay indiferent­es, agresivos y malintenci­onados. Se necesitan condicione­s físicas del centro educativo, tiempo y libertad docente, y capacitaci­ones pedagógica­s que les permitan este tipo de mediacione­s.

Pero nada impide que, en medio de las dificultad­es y la rapidez de la niñez y la adolescenc­ia, hagamos una parada para que la educación sea aquello que vivió y en lo que tanto insiste la escritora Emilia Macaya Trejos: una vivencia de buena voluntad, donde lo común son las personas. Una educación, como dice ella, amable.

Nota de la autora: no es tema de este artículo la necesaria discusión sobre los perjuicios de dicha red y que están siendo discutidos, por ejemplo, en un artículo publicado recienteme­nte en este medio.

La mayor parte de los procesos de la enseñanza se beneficiar­ían si tuvieran en considerac­ión la existencia de las redes

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